Miguel Ángel Ordóñez
¿Ángel o diablo? Uno de los títulos más conocidos de la filmografía del director Otto Preminger bien podría resumir sus relaciones con la industria cinematográfica de la época. Para algunos un personaje íntegro, un autor en una etapa donde el cine convertía a tipos con personalidad en simples operarios de una maquinaria metódica y vulgar: conocido por su independencia y coraje, corría a ofrecer trabajo a artistas en las listas negras o se rodeaba con asiduidad del mismo equipo técnico, algo poco habitual durante el sistema de estudios. Para otros, Otto el Terrible, el director que aterrorizaba a estrellas como Michael Caine, Linda Darnell, Jean Seberg o Joan Crawford. Una de las dianas favoritas de Otto era Marilyn Monroe a la que definía como una “aspiradora con pezones”. En una ocasión la Monroe fantaseó con la idea de tener un hijo con Albert Einstein. Se le ocurrió insinuar en presencia del cineasta que resultaría perfecto si tenía el cuerpo de ella y el cerebro de él. Preminger, incapaz de reprimirse, remarcó a todos los presentes lo que pasaría si naciese con la cara de él y la inteligencia de ella.
Personaje excesivo, existe un Preminger antes y después de “Laura”, su primer éxito. Se trataba de su tercera película en la Fox y no llegaba en buen momento tras una agria discusión con el jefe, Darryl F. Zanuck, a raíz de la cual éste le había prohibido dirigir más para el estudio. La casualidad hizo que el director asignado, Rouben Mamoulian, renunciara pocos días antes del rodaje. Con tan poco margen, Zanuck no tuvo más remedio que dejar a su productor, Preminger, hacerse con las riendas del proyecto. "Laura" es principalmente un film adulto y sofisticado que resume la esencia del cine negro, una narración de misterio elegante y romántica, un suflé de perversidades. Pero ante todo, es una película que habla del control y la represión de los sentimientos inconvenientes. No se trata tanto de un thriller de investigación como una investigación sobre las convenciones del género. Mucho ha dado que hablar la monotemática partitura de David Raksin, la gestación de un tema central que en un primer momento Preminger pensó asociar al "Sophisticated Lady" de Duke Ellington tras la negativa de Al Newman y Bernard Herrmann a hacerse cargo del score por tratarse de una producción menor. Con un fin de semana para componerlo Raksin, intentando por entonces superar una importante crisis en su matrimonio, retrata la obsesión de un detective por el fantasma de una mujer presuntamente asesinada a causa de los celos. Su principal innovación radica en que el compositor nunca nos deja oír el tema completo hasta el final, logrando que nuestro deseo hacia el personaje corra en paralelo al que siente el propio detective. "Laura" supone el perfecto ejemplo del uso de un tema donde convergen nostalgia y sentimentalismo y que actúa como paraguas musical capaz de cubrir todo el melodrama. La canción se convierte en un estándar que da al filme una ilusión de grandeza e intensidad psicológica que no posee, ayudando a la película a alcanzar el estatus de clásico.
Realizada un año después, "Fallen Angel" es una crónica de provincias con la que Preminger pretende poner en pié un nuevo "Laura" pero una serie de vaguedades argumentales y la dispersión de puntos de vista, en una trasparente maniobra de despiste destinada a impedir que el espectador averigüe la identidad del asesino, se lo impiden. Sin embargo, la atmósfera, la iluminación y el ritmo de la película confluyen en una magnífica muestra de cine negro. Una impetuosa melodía en 6/8 nos introduce en el marco provinciano de la historia ("Cross Country Bus"). Vista en su componente horizontal, se caracteriza por una urgencia motriz y por una elocuencia enunciativa inconfundiblemente raksiniana. Pero el uso de la americana es sólo el pretexto que sirve de prólogo a este descarnado y, por momentos, sensual retrato de una nueva obsesión: la de un buscavidas por una camarera algo fría y manipuladora. Inspiradísimo, Raksin nos regala momentos realmente brillantes como el corte "The Andrews Blues", claro anticipo erótico de la posterior "Un Tranvía Llamado Deseo", o el racimo de notas impresionistas escondidas tras la fantástica "The Séance". La convencionalidad, revestida de sofisticación y elegancia, la aporta Alice Faye en la canción "Slowly", el tema central de la partitura que, tras una áspera discusión con Preminger, Raksin logra sacar de los títulos de cabecera en aras de aportar mayor coherencia a la narración.
Aunque el comentario musical de "Daisy Kenyon" no supera los quince minutos y se vincula exclusivamente a las escenas rodadas en Cape Cod (frente a un silencio sólo roto por el arbitrario sonido de un gramófono en el apartamento de Daisy en Greenwich Village cuando la acción se sitúa en New York en la primera mitad de la cinta), los escasos cinco minutos de la edición de Kritzerland resumen quizás los dos momentos más radiantes de la obra: los títulos de crédito, como retrato de una Daisy que aúna romanticismo e independencia, y el tenso clímax musical de la cinta (erróneamente titulado en la edición "Love on the Cape", corte que refiere otro momento de la película) con Daisy conduciendo por las carreteras heladas del Cabo al tiempo que su mente se ve asaltada por el persistente sonido de una llamada telefónica -que actúa como elemento exógeno , como responsable de una suerte de corto circuito lingüístico-semántico dada su extraña adecuación al contexto musical-. Sin embargo, Kritzerland omite algunos momentos importantes de este fantástico trabajo: la llegada de Daisy y Peter al Cabo, resuelto con un tema en americana que es una elegante rendición del tema de créditos, y el crescendo coronado por un cluster que acompaña la pesadilla de Peter recién estrenado su matrimonio en el Cabo. En este interesante melodrama, una mujer se divide entre dos galanes emblemáticos lo que sirve a Preminger para sortear la censura con tórridas escenas de amor, alguna de maltrato infantil y una resolución "civilizada" del trío amoroso. La sensación es que Raksin dosifica magistralmente el material siempre en aras de sacar partido al potencial melodramático de la historia.
La escasa significación que tiene la música diegética en "Daisy Kenyon" contrasta con la sutil aplicación que hace de ella Raksin en "Whirpool". En una de las escenas, Korvo (José Ferrer), un hipnotizador desaprensivo, somete a una sesión de hipnosis a la hermosa pero cleptómana Ann (Gene Tierney) durante la fiesta de una amiga. De fondo resuena el "Slowly" de "Fallen Angel" con una función de diégesis. Es la música que escuchan los invitados a la fiesta. Cuando Ann cae en un sueño profundo, Raksin elimina por completo la música de fondo. Accedemos a su subconsciente. Una vez Korvo graba en su mente una orden y le pide que abra los ojos, aún bajo los efectos de la hipnosis, Raksin inocula un tema contrastante que sugiere suspense a través de tensiones armónicas no resueltas. Ann parece luchar contra ese estado de vigilia y el "Slowly" se mezcla con el tema de la hipnosis en un fantástico juego de politonalismos. Cuando Ann despierta del sueño, el "Slowly" retorna al primer plano. Mediante este puzle maravilloso de temas yuxtapuestos, Raksin liga el nivel acústico interno -realista, por así decir- al externo, el del comentario, haciéndonos pasar por distintos estadios de la consciencia del personaje y sumergiéndonos a un tiempo en tres diferentes metaescenarios. Pese a que la película acaba siendo una retahíla de clichés y estereotipos resueltos con mucha desgana por Preminger, Raksin tiene tiempo de ofrecernos algunas muestras de su pasión por los acordes dudosos, gracias a la desconcertante ráfaga de disonancias que coronan el corte "Korvo", el mejor de la partitura, cayendo en las convencionalidades de Preminger una vez la cinta enfila sus últimas escenas. Aunque resulta muy relevante el papel esencial del componente musical como elemento narratológico y simbólico, el uso excesivo y elemental de los procesos alusivos y explicativos para el espectador desemboca en algunas banalidades.
Si "Vorágine" se centraba en su personaje femenino, el héroe de "Al Borde del Peligro" es un policía marcado por su pasado. Una película sobre la culpabilidad y la corrupción en la que Cyril Mockridge no demuestra estar a la altura de las circunstancias. Con un interesante bloque de apertura ("Slums/Dixon Picks Up the Phone") donde las armonías parecen abandonar los terrenos más trillados, el score se ancla sobre un opaco motivo conductor que tanto sirve para un roto como para un descosido: una adaptación del compuesto para la película "Street Scene" por Alfred Newman en 1931 y que durante los 40 la Fox se empeñó en reutilizar en no pocos film noir de bajo presupuesto (véase "Gentleman´s Agreement" o "Cry of the City"). A través de él, Mockridge se ancla en una especie de funcionalidad pasiva, sobre un fragmentarismo a la manera neorrealista. Un tema articulado pero estático, tendencialmente monódico.
A la postre, este "Preminger At Fox" supone un estupendo ejercicio de recuperación histórica por parte de Kritzerland con un sonido impecable teniendo en cuenta la antigüedad de los scores. Frente al gran acierto que supone el rescate de algunos de los más interesantes trabajos de Raksin en los 40 -excluyamos la incomprensible omisión de una importante ración musical de "Daisy Kenyon", de la que, por otro lado, poco se nos dice en las, como siempre en este sello, parcas notas de acompañamiento-, no llegamos a entender la discutible decisión de incluir como complemento el material adocenado de "Where The Sidewalk End" en detrimento de la más interesante "El Abanico de Lady Windermere" de sólo un año antes, proyecto musical más ambicioso y menos tosco que su precedente en su intento de conferir a los personajes principales un mínimo espesor psicológico. Una oportunidad perdida para redondear la edición y valorar en su justa medida los extraordinarios títulos de crédito compuestos por Amfitheatrof en los que, tomando como referente el Ravel de "La Valse", deconstruye de manera admirable un mundo decimonónico y decadente a un paso de desmoronarse.
6-noviembre-2013
|