David Serna
El mal llamado cine “americano” o cine “norteamericano” (cuando se alude universalmente al “estadounidense”) posee la rara virtud de saber contar admirablemente sus historias. Poco importa lo frágil o vulnerable de cualquier guión llegado a manos del productor más profano: la “fábrica de hacer sueños” casi siempre se las apaña para obtener un éxito de la nada, para ofrecer al vehemente público dos horas de entretenimiento que pasan volando incluso cuando la película no convence. Para qué cuestionarse de dónde emerge esa narrativa hipnótica y poderosa que apenas deja lugar al pensamiento: los trucos de la sala de montaje, al final, acabarán consiguiendo lo que la fase de producción no haya podido lograr. La piedra de Hollywood ha rodado ya tantas veces que lo que tiene cantos y marcha a trompicones suele acabar pulcramente limado y redondo. Quizá eso no suceda en “Jobs”, donde las intenciones de este parcial retrato de la figura de Steve Jobs (1955-2011) ya están cocidas y aliñadas de antemano, pero sí es un ejemplo particularmente instructivo del triunfo de los grandes estudios a la hora de estofar un guiso de segunda y venderlo como plato de primera, manejando unos ingredientes tan elaborados y escrupulosamente manipulados que, por más que no guste o no se esté de acuerdo con lo servido, el espectador lo suele tener fácil para engullirlo sin atragantarse.
“Jobs” se ve sola, ni aburre ni entusiasma, se contempla con recelo pero se sigue con atención. Ese es el eterno mérito del cine estadounidense. Al final del trayecto, a unos espectadores la historia de Steve Jobs les resultará motivante e inspiradora, colmada del empuje y la determinación que simbolizan el “sueño americano”, y a otros les crispará por el modo en que, lo que parece un estimulante viaje por la vida del emprendedor más importante de Estados Unidos (o como dijo Steven Spielberg, “el mayor inventor desde Thomas Edison”), acaba siendo un publirreportaje promocional del imperio Apple, enormemente benévolo con el lado menos positivo de Jobs (su narcisismo y hostilidad hacia los trabajadores). Eso no importa. Lo principal es que, durante dos horas, unos y otros habrán formado parte de esa ilusión colectiva por el triunfo del individualismo, el afán de superación y la persistencia del ser humano en aquello en lo que cree; temas que conectan emocionalmente hasta con el público más escéptico y que se venden bien cuando la narración avanza segura y los códigos convencionales del relato “hollywoodiense” se mantienen al dedillo, por más que el guión del debutante Matt Whiteley resulte demasiado blando y condescendiente, sin la mala uva y las dosis de crueldad que le hubiese inyectado un Aaron Sorkin (quien, no en vano, iba a escribirla inicialmente y llegó a anunciar una segunda película sobre Jobs al salirse del proyecto).
“Jobs” acaba ofreciendo lo mismo por lo que luchó el magnate de Apple en la vida real: un producto, un sueño. La película, que abarca desde su etapa de estudiante en 1974 hasta el lanzamiento del iPod en 2001, revierte en metáfora de aquello por lo que pelea Jobs, convincentemente encarnado (para sorpresa de muchos) por Ashton Kutcher: una imagen, una forma de vida que complazca a los demás y haga más fácil su existencia. Es toda esa energía positiva, que sirva para “crear un mundo mejor”, la que acaba recogiendo la música de John Debney y devolviendo después a este “telefilme a lo grande” para mantenerlo a flote, para dignificarlo y ennoblecer la figura del “héroe” de ese modo optimista e ilusionado que necesita el relato. Partiendo de elementos muy primarios y melodías tan sencillas que apenas evolucionan, el músico, en su segunda colaboración con el director del filme, Joshua Michael Stern, da un empujón constante al personaje de Jobs para insuflarle ímpetu y firmeza, para que el espectador/oyente se sienta igual de motivado y perseverante.
Hacía años que el irregular compositor de “Cutthroat Island” no recuperaba ese retrato de la “América feliz” tan presente en la década de los 90 en partituras de Marc Shaiman, James Newton Howard o Randy Newman, y que él mismo recogió con menor fortuna en películas “de superación” como “The Replacements” o “Dreamer”, ensalzando un neosinfonismo cuyo aire de vitalidad ciertamente escaseaba en el panorama actual. Y eso que Debney alterna lo orgánico de la orquesta (el lado humano de Jobs) con abundancia de elementos electrónicos (su mundo tecnológico), que sirven de base percusiva al desarrollo de motivos como el principal, dedicado al gurú informático: una melodía directa, simple, que transmite (como comenta el propio Debney en la carpetilla del disco) la “nobleza” del personaje sin necesidad de estirar sus notas y optando, en su lugar, por exprimir su cualidad emocional tanto en sus exposiciones directas (“Computer Fair”, “Recruiting Team Macintosh”, “Steve´s Theme: Main Title”) como en sus variaciones más dramáticas y sentidas (“Think Different”, “1984 Commercial”, “Father and Son”), siempre con un aire de deportividad, de desafío, de reto permanente, ideal para proyectar efusivamente sus ambiciones y anhelos.
Debney, que sustituyó a última hora, con la película ya rodada, al joven madrileño Lucas Vidal (curiosamente parecido al propio Ashton Kutcher), afrontó la tarea de dibujar musicalmente a Jobs pensando en la enorme variedad de estilos que le entusiasmaban (de Cat Stevens y Bob Dylan a obras de Bach y Mozart) y plasmando esa diversidad en una partitura que fuera ecléctica y difícil de encasillar pero coherente y honesta a la vez, en la que ese neosinfonismo made in America acaba confluyendo con una paleta de sonidos contemporánea y fresca. Muchas veces explora la base rítmica del tema de Jobs sin entrar en su melodía, solo jugando con las armonías, y utiliza el piano como portavoz de su vertiente más humana (“Father and Son”, “Why Do You Stay?”) junto a guitarras (que tocan el propio Debney y su hijo Josh), abundante cuerda y elementos más exóticos como un sitar hindú, con el que hace más “global” la peculiar figura de Jobs (“Think Different”, “Cold Calls”, “Jobs Gets John Sculley”), o incluso la voz de una soprano, que emplea en el tema más singular de la partitura junto a los vaivenes minimales de un piano a lo Philip Glass (“Going Public”). Ese gusto por lo rítmico queda patente, por ejemplo, en la secuencia en que Steve regresa a Apple tras varios años apartado (el corte “Jobs Returns/Tours Apple”, coescrito junto a Josh) o cuando comienza a reunir a los miembros de su equipo Macintosh, donde el tema principal parece extenderse melódicamente cuando Debney, en verdad, lo está alargando con ornamentos a partir de la base rítmica, siempre protagónica (“Recruiting Team Macintosh”).
Ese tipo de estrategias resultan prácticas y eficaces pero encubren las limitaciones creativas de un compositor que, por más que lleve 25 años depurando musicalmente los encargos más irrelevantes, siempre se ha escudado en una artesanía demasiado acotada e impersonal, confiada a la impecable técnica de su equipo de profesionales y orquestadores. Desde luego, liberarse de fruslerías tipo “Meet Dave” o “Cheaper by the Dozen 2” le ha sentado fenomenal: como le sucedió con “The Passion of the Christ”, Debney ha entendido que se trataba de una envidiable ocasión para “trascender” y demostrar que, pese a su condición de hábil remachador, puede dar más de sí y se siente más motivado cuando consigue una película “A”. Ahí es donde triunfa: sorteando las limitaciones musicales que impone una historia de “despachos y reuniones” (con mucho diálogo y poca o ninguna acción) e infundiéndole sentimiento, haciendo que la historia de Jobs conmueva y estimule aunque no necesariamente lo merezca. El resultado es ese trabajo técnicamente sólido que cabía esperar en Debney pero mucho más elaborado y genuino de lo acostumbrado: un soplo de aire fresco modesto y sin florituras, tan agradable de escuchar dentro como fuera de las imágenes y que, aunque se pliega en algún momento ante el inevitable sonido de Thomas Newman (“More Inventory”, “Seven Years Later/Steve Jobs The Gardner”), convence por su concreción y sensibiliza por su calidez.
23-octubre-2013
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