Pablo Nieto
Hubo hasta tres negaciones públicas hasta que finalmente el “Hombre de Hierro” terminara por fusionarse con el imán del compositor alemán. Ni la presencia de Nolan, ni la insistencia de Zack Snyder, ni por supuesto la magnitud del proyecto, terminaron de convencer en primera instancia a un Hans Zimmer demasiado abrumado ante el monumental legado de John Williams. Y es que revisitar la figura de Batman no era lo mismo que enfrentarse a la icónica figura americana por excelencia.
Del score de “Man of Steel” se ha venido hablando durante todo un año, justo cuando arrancó la campaña viral de la película y de la que se fue beneficiando el trabajo de Zimmer. Sin embargo, las expectativas creadas por el trailer y todo ese run run mediático se difuminó con las primeras escuchas del trabajo y, sobre todo, tras comprobar la intrascendencia cinematográfica del mismo. En este sentido, afirmar que el proyecto le ha quedado grande a Zimmer sea quizás exagerar. Pero lo que si resulta evidente es que la ridícula aparatosidad del film de Snyder, intentando introducir el manido concepto de Mesías y su particular pasión para salvar a la raza humana, no encaja en ningún momento con la filosofía del alemán quién, y esto es un suponer, parece tirar la toalla antes de empezar, limitándose a introducir conceptos musicales rutinarios, carentes de personalidad alguna y sin la influencia en la narrativa que en un proyecto de similar empaque, como la trilogía de “El Caballero Oscuro”, si consiguió implementar. Desgraciadamente, la partitura se diluye entre impertinentes y excesivos efectos de sonidos, diálogos sin personalidad y un montaje acelerado y maquillado hasta la saciedad en la fase de post-producción, en la que, como es habitual Zimmer entrega los trastos a su equipo de Remote Control.
Esta especie de Superman Begins inducida por Nolan y perpetrada por Snyder, ni termina por ser Superman ni puede defenderse como el comienzo de nada. En todo caso estamos más bien ante una alteración temporal de hechos ya conocidos por los seguidores del cómic y de la epopeya de 1978 dirigida por Richard Donner. Una fallida combinación de pretenciosa ciencia ficción e interminables y repetitivas secuencias de acción, donde sólo pueden salvarse las brillantes interpretaciones del trío Crowe (Jor-El), Costner (Jonathan Kent) y Cavill, al que ni siquiera el traje anfibio que le han diseñado le resta empatía y proyección en su notable encarnación del héroe. Los flashbacks de la niñez del joven huérfano de Krypton, a pesar de su evidente copia y pega a lo Malick, saben a poco y en cambio sobra minutaje en la floja puesta en escena del golpe de estado del General Zod y la destrucción de su planeta nativo. Por supuesto, tampoco funcionan los clichés sobre los que se intenta presentar la relación imposible entre Lois Lane y el héroe, carente completamente de chispa, algo similar a lo que le ocurre al eterno clímax del film con el que se pretende sorprender al espectador en la esperada batalla por salvar la Tierra y que no pasa de ser un intercambio de golpes hasta un último asalto que se gana por K.O técnico entre el bostezo general del respetable.
Hasta que punto la dinámica negativa de la cinta influye en el trabajo de Hans Zimmer es algo difícil de concretar, aunque quizás su alejamiento de los conceptos introducidos por Williams le hayan terminado pesando en exceso. Zimmer, reconoce que su primera decisión fue prescindir de la trompeta como instrumento solista asociado al personaje, siendo su gran aspiración capturar con la música la esencia de la verdadera America, la simplicidad de la vida de Kansas, de la familia tradicional americana. Es ahí desde donde construye el tema de Superman, dos notas de un motivo ascendente (conviene apuntar que es el mismo recurso utilizado para su Batman), con evidentes reminiscencias al “Common Man” del padre de la americana, Aaron Copland. Un leit motiv carente del desarrollo y la personalidad de su predecesor. Demasiado simplista, insuficiente para captar el mínimo interés del espectador. De su etérea presentación en “Look To The Stars”, con un interesante utilización de bajos de guitarra, se pasará al solo de piano en “Sent Here For A Reason”, aprovechando alguno de los flashbacks de la niñez de Clark Kent, hasta las guitarras eléctricas a lo “Broken Arrow” del final del dramático desenlace de “Tornado” y “This Is Clark Kent”. Apenas cambios en la textura, quizás en la nota, pero manteniéndose inamovible en cuanto al concepto melódico propuesto. Pretencioso minimalismo mal entendido.
Donde el score ejemplifica su patente carencia de personalidad es en las secuencias de tensión y en los inagotables segmentos de acción. Para los primeros, Zimmer apenas se complica la vida recuperando su habitual recurso de los cellos en un repetitivo ostinato que tan buen resultado le dieron en “El Caballero Oscuro” u “Origen”. La acción, por su parte es acaparada por la batería, con doce “palistas” que tratan de dotar a la percusión de un aire hard rock que sin embargo se disuelve entre los experimentos electrónicos y las atmósferas de diseño del ya habitual Mel Wesson. Así, aunque en un primer momento tanto “Oil Rig”, “Tornado”, “You Die Or I Do” o “Ignition” pudieran resultar llamativos, su insultante obviedad termina por estropear una propuesta con la que Zimmer parece más preocupado de marcar su terreno ante el departamento de efectos visuales que de aportar algo de intención narrativa a la mezcla. Ese paroxismo emerge latente en los nueve minutos de “Terraforming”, donde los sencillos fraseos de cuerdas que presenta la orquesta bajo la batuta de Nick Glennie Smith, se introducen a modo de bucle aleatorio entre percusiones y explosiones “electrónicas” no controladas, creando un caos musical impropio de un compositor que siempre ha sido un maestro en el manejo de los tempos en las secuencias de acción/tensión, como demostrara en “El Pacificador” o “Marea Roja” entre otras.
Sólo la elegía inconclusa para violín de “Krypton´s Last”, retomada con cello y la voz de Lisa Gerard en “I Have So Many Questions” o “Goodbye My Son”, sin constituir grandes aportaciones al menos permiten recobrar la compostura a una partitura cuyo amago de despegue no llegará hasta “Flight” y “What Are You Going To Do When You Are Not Saving the World?”. El primero acompañando ese primer vuelo de Clark tras aceptar su verdadera identidad, dotando a la secuencia de un aire de grandeza del que adolece en todo momento, con la quizás única propuesta original del compositor a través de la combinación de guitarras, percusión y orquesta, jugando con los virajes del tempo y los crescendos emocionales; aunque será sin duda el segundo cuando la partitura alcance su momento álgido, armándose poco a poco desde el intimismo nostálgico del piano hasta la integración de todos y cada uno de los elementos de una partitura a la que nunca se le da el juego preciso. Una pieza que permite a Zimmer alcanzar uno de los cénit musicales de su carrera pero que, irónicamente, sólo se podrá degustar en el epílogo y en los créditos de la película. El por qué se espera hasta entonces para jugar su mejor mano es todo un misterio. Sin embargo, por muy buenas cartas que exhiba, la partida a esas altura ya la tiene perdida.
No hay redención ni siquiera con la encomiable edición deluxe aquí comentada, con seis cortes adicionales en los que hay más presencia del colaborador en la sombra, el Dj y productor holandés Junkie XL, que del propio Hans Zimmer. De ellos destaca el corte "General Zod”, interesante en cuanto desarrollo temático del motivo antagonista. Simple, grave y amenazante en el fuego cruzado de baterías y electrónica. Sin embargo, hablando de colaboradores, en ambas ediciones los más curiosos pueden acceder a una rareza de 28 minutos titulada “Hans´ Original Sketchbook”. Y es que, aunque musicalmente apenas hay variaciones en cuanto a texturas y temáticas respecto al score original, nos encontramos ante una revelación en toda regla de los métodos de trabajo de Remote Control Productions: Zimmer elabora conceptos musicales en bruto (aquí mezclados a modo de suite), que luego son desarrollados por una pléyade de colaboradores, quiénes respetando las directrices originales, orquestan y se amoldan a las diferentes secuencias que se reparten. Parafraseando al propio compositor alemán al justificar su modus operandi, "Miguel Ángel no pintó la Capilla Sixtina él sólo". Por desgracia, si cuando el resultado es óptimo, el cómo pasa desapercibido, la revisitación de la creación del hombre de capa roja del dúo Nolan & Snyder genera un incómodo dolor de cuello al intentar disfrutarla, y sobre todo, en lo que respecta a la parte musical, una honda decepción al encontrarnos los brochazos industriales, sin apenas hondura y personalidad, de un lienzo malogrado de Hans Zimmer.
7-agosto-2013
|