Frederic Torres
La tragedia que se esconde tras la caída del mito está de moda. No hay más que observar los carteles promocionales de algunos de los últimos y más comerciales estrenos para percatarse de sus coincidencias gráficas (y por tanto, también conceptuales) en las que, por ejemplo, para la tercera entrega de la saga un abatido “Iron Man” se desploma del cielo cabeza abajo del mismo modo que para la presente secuela de “Star Trek”, subtitulada “En la Oscuridad”, la emblemática Enterprise es derribada cayendo también en picado, envueltos ambos en la humareda de la derrota. Y es que los hechos acaecidos el fatídico 11-S, en los que se puso en jaque la inviolabilidad territorial norteamericana tras el ataque conjunto al World Trade Center y al Pentágono de parte de Al-Qaeda (actos terroristas de los que el film se hace eco de un modo literal en la escalofriante secuencia en la que una enorme nave interestelar suicida se lanza contra la sede de la Flota Estelar en San Francisco), se han ido asimilando poco a poco por una sociedad civil a la que Hollywood ha ido proporcionando una iconografía con la que ayudar a digerir aquel aciago día a la par que ha encontrado cierto filón argumental con el que conjugar la pesadilla terrorista y el puro interés comercial. Un mensaje en el fondo tranquilizador (y no menos patriótico) que podría sintetizarse en algo así como que el sacrificio personal es ineludible si se quiere alcanzar la victoria final en la lucha terrorista, la cual puede implicar y cobrarse entre sus víctimas ya no solo a los “hijos de la patria”, sino incluso a los mejores exponentes de la misma (a Iron Man y al joven capitán Kirk, sin ir más lejos). Solo queda confiar en el ánimo emprendedor de los líderes del pueblo elegido (el norteamericano, claro), quienes sabrán responder a dichos ataques (las batallas perdidas) para ganar finalmente la guerra (seguir siendo los líderes mundiales y los garantes del orden internacional), laureados y saludados, además, por el resto de las naciones del planeta (el Nóbel de la Paz otorgado a Barack Obama) o del espacio (el reconocimiento del “rebelde” Kirk por parte de la Flota Estelar). Aún a pesar de las manzanas podridas por la corrupción, como es el caso del almirante Marcus (Peter Weller, el antiguo “Robocop”), el otro gran malvado de la función (trasunto cinematográfico de las posiciones más derechistas del Partido Republicano estadounidense, las que encarnaron el inefable triunvirato conformado por Bush/Chenney/Rumsfeld, inventores intelectuales de las armas de destrucción masiva iraquíes, o del actual y extremista “Tea Party”), y de cuestionables operaciones militares secretas, como la que lleva a cabo el operativo comandado por Kirk en territorio klingon para hacer desaparecer al terrorista Harrison (un hierático Benedict Cumberbatch), en claro paralelismo con la llevada a cabo en Pakistán por un comando secreto de marines con el fin de “eliminar” a Bin Laden, el demonizado gran enemigo del pueblo norteamericano, parte del cual salió a festejar en las calles la noticia de su asesinato tras el anuncio televisivo de la noticia ofrecido por el mismo presidente Obama, tal como mostraron los noticiarios internacionales.
Así las cosas, los responsables de “En la Oscuridad” presentan el aterrizaje forzoso de la Enterprise como uno de los platos fuertes de esta entrega tal como, por otro lado, ya ocurriera en la tercera parte de la saga cinematográfica inicial, la subtitulada “En Busca de Spock”, en la que ya pareció una buena idea hacer exactamente esto mismo como reclamo comercial tras haber sacrificado (supuestamente) a otro de los iconos de la franquicia, nada menos que al emblemático Sr. Spock, en la entrega anterior (momento que tiene también su paralelismo en el presente film gracias a una inteligente inversión de roles que funciona alternativamente tanto como guiño a los fans de esta saga galáctica como a nivel puramente cinematográfico –es decir, tanto para los fieles seguidores, como para los que no lo son-). En aquel momento (principios de la década de los 80), esta decisión obedeció a unos directrices basadas en la imperiosa necesidad de renovar los iconos de la serie debido a la caprichosa coincidencia del éxito de la trilogía galáctica de George Lucas y el relativo fracaso del esperado debut cinematográfico trekkie, en un intento de sobrevivir adecuándose a las novedosas propuestas que ofrecía aquella (así como adoptando una mayor fidelidad a las características primigenias del concepto original de Gene Roddenberry, el artífice creador del primer serial televisivo), antes que a un contexto histórico determinado. En definitiva, se trataba de una renovación meramente cosmética desprovista de cualquier apunte trascendente o reflexivo sobre el contexto del momento, como demostraría la aparición posterior (a final de la década) de una nueva serie televisiva, “La Nueva Generación”, la cual, a su vez, también dispondría de continuidad cinematográfica durante la década final del siglo XX y la primera del XXI. Sin embargo, el proyecto actual no solo conjuga una nueva y profunda regeneración estética basada en mayores dosis de dinamismo/acción (J.J. Abrams, nuevamente responsable de esta secuela, es un confeso admirador de “Star Wars”, hasta el punto de ser el director asignado de la esperada nueva entrega de la conocida franquicia propiciada por la Disney tras la compra de su compañía a Lucas) y una mayor caracterización dramática de los personajes, sino que se atisban ciertos elementos de cierta complejidad contextual más allá de los signos externos que inconscientemente puede mostrar cualquier producto cultural en el momento de su concepción. El coprotagonista de la función (Harrison/Khan) y su estrategia de ataques terroristas contra la Flota Estelar ejemplifica a la perfección el nuevo concepto.
Esta dimensión poliédrica con la que se ha abordado la profunda renovación llevada a cabo explicaría en parte algunas de las críticas al trabajo del compositor, Michael Giacchino, acusado de resultar un tanto melodramático en la resolución de los principales motivos temáticos del film anterior. Pero ateniéndonos al hilo de lo expuesto, resulta obvio que un relato que presentaba en su primera secuencia el sacrificio del abnegado padre del futuro protagonista (James T. Kirk) como necesario y no menos ejemplarizante sacrificio personal con el que enfrentar la amenaza global de turno (Nero), no podía disponer de un tema central de las características del que, por ejemplo, concibiera Jerry Goldsmith para la ya lejana primera entrega, aquella vibrante y retentiva fanfarria a modo de metáfora de la última frontera alcanzada por el hombre, el profundo espacio exterior (reutilizada una y otra vez por el compositor en la franquicia y por los productores en la citada “La Nueva Generación”). Giacchino, que vuelve a utilizar en esta secuela los principales temas de su “Star Trek” de un modo extensivo y homogéneo (con toda la legitimidad del mundo, pues para eso fueron compuestos), entendió perfectamente la idea conceptual de la nueva propuesta reflejo de la cual fue un tema central que aunara todas las vertientes del proyecto, desde un prólogo-introducción contundente y retentivo a la misma altura, como mínimo, de los concebidos con anterioridad por los clásicos Alexander Courage y Jerry Goldsmith, hasta un tema central provisto de un intenso dramatismo exento de cualquier atisbo de las fanfarrias más o menos exóticas (la voz femenina que tarareaba el tema principal de Courage) que caracterizaron a los anteriores. El nostálgico de otros tiempos galácticos podrá resentirse de este planteamiento, pero el aficionado actual entenderá perfectamente (más después de los resultados alcanzados por ambos responsables -Abrams y Giacchino- en la novedosa “Perdidos”) que la evolución de parámetros estéticos es una condición imprescindible tanto de la creación artística como del puro entretenimiento. Renovarse o morir.
El compositor se muestra, pues, escrupulosamente respetuoso y comprometido con la reformulación llevada a cabo por Abrams (el cual incorpora para ello un puñado de famosas secuencias conocidas del gran público, entre las que destaca el ataque con un helicóptero futurista a la cúpula de la Federación reunida en las alturas de un rascacielos, emulando la que concibiera Coppola para su “El Padrino, Parte III”) y mantiene infracto el concepto estético de su primera partitura añadiéndole, si acaso, algunos nuevos elementos con los que distinguir la nueva entrega. En una inicial audición puede parecer que no son demasiados, pues los ya conocidos (el de Kirk, el de la Enterprise, el de Spock, etc.,) semejan copar todo el protagonismo, pero ello solo se debe a su mayor concreción temática. De manera que los primeros cortes del disco, “Logos-Pranking the Natives” y “Spock Drops, Kirk Jumps”, que ilustran la set-piece incial del film (a la manera de una película de James Bond o de Indiana Jones, cuyo prólogo al primer film de la saga del conocido arqueólogo-aventurero se convierte en referente literal), a pesar de carecer aparentemente de esa concreción motívica, están bien provistos de toda la tensión y dinamismo con los que sabe emplearse el compositor, combinando crescendos con furiosos scherzos y apoyándose en una epatante percusión, así como en elementos tan característicamente trágicos (en el sentido más mítico de la palabra) como el coro (para el segundo de ellos). Un sinfonismo visceral en el que el crescendo va a ser el principal recurso definitorio de la partitura, al menos en lo que se refiere a la presentación discográfica. Y los temas que siguen a los dos iniciales así lo confirman sean cualesquiera que sean los puntos de partida temáticos. “Sub Prime Directive”, que incluye el conocido prólogo del tema original de Courage para la serie de televisión; “London Calling”, caracterizado por una minimalista exposición pianística; y “Meld-merized”, de presupuestos mucho más atmosféricos, presentan este recurso en la resolución de cada una de las situaciones planteadas (también “Brigadoom” y “Buying the Space Farm”). Pero mientras, por ejemplo, el primero resuelve una situación disciplinaria que atañe al inconformista protagonista, el segundo engarza con el atentado terrorista de Londres que desencadena el argumento principal, apelando con el retentivo tema ejecutado al piano a la desesperada situación terminal de la hija del suicida chantajeado por Harrison en sus propósitos de sembrar el caos terrorista en la capital londinense.
No obstante, el compacto ofrece ciertamente muchísimas menos novedades que el anterior. Y en este sentido la extensión musical de la presentación digital es fiel reflejo de ello, pues apenas se llega a alcanzar el estándar de los 45 minutos (con un indiferente y ambiental corte de "rock futurista" de regalo en la descarga virtual). Mucha austeridad si la comparamos con la diversidad comercial de la que disfrutó la partitura anterior, que llegó a disponer, al año del lanzamiento discográfico original, de una llamada “Deluxe Edition” con dos discos que abarcaban en toda su longitud el soberbio trabajo realizado por el compositor. Da pie, además, a establecer conjeturas sobre el interés con el que se puede haber llegado a plantear Giacchino su continuidad en esta saga, de no mediar futuros elementos comerciales complementarios en algún tipo de operación semejante a la aludida, que todo podría ser. Pero desde luego, no se le puede negar intensidad. Y ello es apreciable, sobre todo, en el film, donde la partitura, y en especial el tema dedicado al malvado de la función, cobran un protagonismo que el disco no acaba de reflejar adecuadamente, pues la sensación durante su visionado es la de un poderoso score que magnifica (en el sentido loable de la palabra, no en el enfático) el generoso metraje de más de dos horas de duración del film. Aún así, tal vez el compositor haya buscado en esta ocasión acotar un tanto la definición temática, ganando contundencia a costa de una horizontalidad más propia de otras épocas (en la línea de un Elmer Bernstein, por ejemplo), perspectiva que encajaría con la ajustada exposición de los elementos que se aportan tales como el recitado del coro en lengua klingon durante la vibrante “The Kronos Wartet” (con cuyo título juega el compositor referencialmente, como en él es costumbre -“Brigadoom” y “Kirk Enterprises” serían dos ejemplos más al respecto-), en la que se exhibe, además del despliegue habitual de elementos de percusión conformados por campanas, timbales, y bongos, la fuga beethoviana que constituye el principal reclamo de las grandes secuencias de acción del film protagonizadas por Harrison/Kahn (en esta ocasión encargándose de liquidar él solito a todo un escuadrón de élite klingon ante la mirada de un atónito Kirk), y que posteriormente encontraremos en la espectacular “Ship to Ship”, en la que se resuelve el duelo entre las naves interestelares implicadas (recordando la misma secuencia de la añeja segunda parte de la franquicia, la subtitulada “La Ira de Kahn”), así como en la no menos epatante “The San Fran Hustle”, en la que Spock da caza al huidizo terrorista entre el denso tráfico volador de la urbe (secuencia que, a su vez, recuerda la del prólogo de “Star Wars. Espisodio V: El Ataque de los Clones”).
Con todo, Giacchino, aún limitando a lo estrictamente imprescindible la exposición temática (a pesar de lo cual Harrison/Kahn dispone de otro tema más, identificado con su propia personalidad, de tonos más intrigantes y resuelto con el metal en los apogeos que conllevan su aparición), sigue aportando sustancia creativa propia y cualquier fragmento es susceptible de beneficiarse de la misma. La citada “Brigadoom” juega al etéreo exotismo, deudor del místico “Neptuno” holstiano, pero también al “crescendo progresivo” del que tan buen uso y aplicación se hizo, de parte del tripartito Heil-Klimek-Tykwer, en la reciente y estupenda “El Atlas de las Nubes”; mientras que la impactante (nunca mejor dicho) “Earthbound and Dawn” carga sobre sus espaldas con un breve silencio a mitad desarrollo que deja tan sin aliento al melómano como el resto de tan espléndido y excitante fragmento. “Warp Core Values” dispone de un crescendo final participado de los coros que fundamenta la raíz melodramática apuntada unos párrafos arriba (y que posteriormente confirmará “Kirk Enteprises”), y la conjugación de todo ello la encontramos primero en “Buying the Space Farm”, en la que la característica ralentización de las notas de piano que suele emplear el compositor durante la primera parte de un fragmento que apenas supera los tres minutos da paso a un nuevo crescendo que adopta el formato del scherzo más salvaje; y, sobre todo, en “The San Fran Hustle”, antepenúltimo corte del compacto (y trepidante conclusión del film), en el que los nuevos motivos principales disponen de una exposición vibrante, pletórica, provista de vertiginosos crescendos, arritmias en las cuerdas, percusión y metal sincronizados de tal modo que semejan ser un solo instrumento, cediendo a la citada fuga beethoviana dedicada a Kahn (que recuerda por concepto y maneras la que, a su vez, compusiera Elliot Goldenthal para su extraordinaria “Michael Collins”, identificada discográficamente como “Fire and Arms”) el protagonismo con el que epatar literalmente al aficionado, ya se trate de la sala cinematográfica o del salón de su casa. Para cuando se alcanza el nuevo arreglo del tema principal que cierra la función en los créditos finales, muy potenciado en la percusión (redobles de los timbales) y ataviado con otro nuevo guiño al mítico tema original (durante los que también podemos escuchar -solo en el film- tanto el tema completo de Courage, como nuevamente el fragmento “London Calling” del disco), las sensaciones han alcanzado la plenitud a pesar de constituir el disco solo un avance del score presente en el film (cuya partitura obtendría perfectamente las cuatro estrellas de puntuación), quedando aparcados los mecanismos que instintivamente intentan rastrear (en una mente disciplinada racionalmente, que aparte de las vulcanianas, haberlas, hay las) atisbos de novedades en beneficio de los meandros narrativos que el compositor ha hecho suyos/nuestros a lo largo de la exposición. A esas alturas, el aficionado ya es sabedor de haber disfrutado de una buena partitura cinematográfica. Aunque el disco le deje un somero regusto a poco más que un sabroso aperitivo de mediodía.
30-julio-2013
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