Pablo Nieto
Han tenido que transcurrir 73 años para que Disney se desquite de una de sus grandes ambiciones/frustraciones: la adaptación de la obra de L.Frank Baum. Si bien hace siete décadas fue la MGM quién se atrevió con “El Mago de Oz”, concibiendo un musical inmortal alrededor de las vivencias de Dorothy y sus acompañantes en aquel mundo fantástico, Disney ha preferido comenzar con una precuela, fijada veinte años atrás, sustituyendo a Dorothy por el joven e impostor mago Oscar Diggs, cambiando la emotividad de los números musicales por la frialdad tecnológica del 3D y dotando al conjunto de una fastuosa puesta en escena cuyo origen será ese tornado que nos trasladará del midwest americano a una mítica tierra de criaturas fantásticas y brujas. Un mundo de luchas internas que espera a su pacificador, mientras el espectador asiste atónito a un festín de colores y magia por doquier con el que la productora esperaba abordar la taquilla, siguiendo la senda de “Alicia en el País de las Maravillas”. Cambiando únicamente la silla del director, la de Tim Burton por la de Sam Raimi, Disney ha mantenido a todo el equipo técnico, Danny Elfman incluido, lo que generaba de por sí el suficiente morbo del reencuentro de éste con el director, ya que tras formar uno de los binomios más sólidos, el matrimonio Elfman & Raimi se rompía en 2002 tras un importante desencuentro durante la post-producción de “Spiderman 2”, debiendo terminar la película Christopher Young, quién se ha convertido desde entonces en el compositor de confianza de Raimi.
Lamentablemente para Young, el peso de Elfman en la industria supera con creces el valor de su obra, y a pesar que Young lleva años demostrando su capacidad para abordar grandes producciones, el apellido del tejano asociado a la marca Disney era algo que desde la productora no estaban dispuestos a desaprovechar, sobre todo tras su notable score con nominación al Globo de Oro incluida para “Alicia en el País de las Maravillas”. Es por eso que aunque no se sabe quién entró antes en el proyecto, si Elfman o Raimi, lo que está claro es que no hay conflicto que dure eternamente cuando hay otros intereses en juego.
Hablando de altos vuelos y vientos poderosos, el mundo de Oz, presumible destino de los mismos, siempre ha sido un lugar donde dejar volar la imaginación, quizás por eso uno no puede dejar de fantasear con esta partitura en manos de este compositor en su inolvidable arranque de década en los noventa, compartiendo universo creativo con “Eduardo Manostijeras” y “Pesadilla Antes de Navidad”, y a fe que por momentos la mágica melodía que a modo de vals introduce con la caja de música arropada por los coros en los “Main Titles”, parece convertirse en un metafórico tornado que nos arrastra a otro tiempo. Pero será un sueño breve. Pronto harán acto de presencia los vicios habituales, acentuados por el paso de los años que convierten las partituras de Elfman en un viaje esquizofrénico, donde la convivencia con los metales es imposible y donde las piezas se resuelven de manera anodina y rudimentaria. Hay variedad tímbrica, hay amagos de interesantes armonías, pero es muy difícil acceder a ellas. Lo que sí que no hay es alma, pues el compositor no consigue empatizar en ningún momento con la fantasía que pretende narrar por muy compacta que sea su partitura y quizás, en eso tenga algo que ver la ausencia de chispa de la propuesta de Raimi, perdido entre pantallas verdes y un guión que no está a la altura de la obra de Baum.
El score rebosa aburrimiento y aunque el leit motiv, asociado al mundo de Oz, promete, como decíamos, no termina de expandirse con la necesaria expresividad cuando trata de ilustrar las entradas y salidas de las tres brujas y su interrelación con el joven mago. Eso no significa que “Fireside Dance”, con la transición de caja de música a mandolina, no sea una versión apreciable del tema central, o que “Fireworks/ Witch Fight”, carezca de la suficiente contundencia y épica, confrontando una versión más fanfárrica del tema con los coros y el citado órgano. E incluso, que “Bad Witch” no sea lo suficientemente amenazante o macabro. Pero hablamos de piezas puntuales, de amagaos de lo que podía haber sido y lo que finalmente no es, con la consiguiente decepción que causa asistir a un evento musical, pesado y excesivo, con crescendos imposibles y ostinatos gratuitos, donde la melancolía e ingenuidad que se trata de transmitir es más industrial que artesanal.
Al margen del tema central, se nos presenta una segunda vía melódica a través de la fanfarria asociada a la ciudad Esmeralda que el compositor anunciará en los “Main Titles”, dándole el correspondiente desarrollo orquestal en “The Emerald Palace”, “Bedtime/The Preparations Montage”, “Great Expectations/The Apple” y muy especialmente con el color que siempre imprimen las maderas a la composición en “Time for Gifts” y el dramatismo de las cuerdas en “Destruction”. No es que sea especialmente brillante, pero luce y da algo de esplendor al conjunto y así, junto al divertido juego que se traen entre manos las cuerdas con el coro en “The Buble Voyage”, la vuelta a la factoría de chocolate de Charlie con la elfmaniana canción “The Munchkin Welcome Song” y algún que otro pasaje extravagante como “A Strange World”, llegaremos a unos “End Credits” donde el esfuerzo por impulsar de nuevo la partitura con variantes delicatessen del vals principal serán ya en vano. Si es cierto que no existe tornado sin viento, lo es también que Elfman no se preocupa mucho en soplar con fuerza, lo que acaba provocando algún que otro bostezo.
11-junio-2013
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