Pablo Nieto
El influjo sobre el subconsciente de la palabra Tornatore a buen seguro que a muchos les transporta a un nostálgico viaje a las notas del ya inmortal “Cinema Paradiso” de Morricone, y es que tras veinticinco años de fidelidad, con regalos como “La Leyenda de 1900”, “Sostiene Pereira” o “El hombre de las Estrellas”, es evidente que está escrito que Tornatore siempre vuelve con Morricone. Y aunque el despego del Maestro de las grandes producciones en los últimos años es una evidencia, centrando su carrera en trabajos para la televisión de su país con poca trascendencia, parece que con Tornatore la cosa cambia. Por eso cuando este le cuenta su incursión en el terreno del thriller americano, rodeándose de un par de clásicos como Donald Sutherland o Geofrrey Rush, con una historia ambientada en el mundo de las traiciones y envidias de los marchantes de arte y las subastas, Morricone no duda en prepararnos un menú degustación, de gusto refinado y exquisito, que si bien no debe ser novedoso para todo buen paladar acostumbrado a su obra, es todo un acontecimiento en estos tiempos donde es difícil encontrar música de cine que no sea de consumo rápido e indigesto.
El maestro juega con la ambigüedad de una historia, donde la atracción entre el sexagenario anticuario interpretado por Rush y una misteriosa joven quién le hace el encargo de catalogar las obras de arte que se encuentran en el viejo hogar familiar. Y su propuesta inicial no puede ser más estimulante, trasladándonos al “Deborah´s Theme” de “Once Upon a Time in a America”, con la elegía que presenta el tema central, “La Migliore Offerta”. Un impecable primer movimiento para cuerdas que sirve de aperitivo al gran festín de “Volti e Fantasmi”, una pieza hipnótica y estimulante, donde la voz de Edda dell´ Orso lidera el quinteto de voces femeninas que van y vienen durante ocho minutos en un sugerente juego con la orquesta, sin salirse en ningún momento del guión de contención y tensión que inunda toda la partitura.
No conforme con el brillante arranque, que tendrá su correspondiente bis repitiendo ambos temas como lógica conclusión de la cinta, hay mucho Morricone en este trabajo. De hecho, con “Un Violino” se disfraza de Niccolo Paganini para regalarnos una virtuosa pieza de violin que poco a poco tendrá el advenimiento de la orquesta introduciendo el tema central a modo de contrapunto. Y ya que hablemos de protagonismos “solistas” el clavicordio será cómplice junto a los cellos de la oscuridad de la amenazante “Nevrosi fobica”, sustituyéndolo la harmónica de cristal en “Sguardi Furtivi” y “Il vuote dentro”, sirviendo de soporte a la agresividad de “Alta Villa”.
Consciente o no, son evidentes los retazos de Herrmann en piezas como “Cercala e non Trovaia”, “Inspiegabile” e incluso en “Pareti bianche”, pero no es algo nuevo la cercanía del Maestro Romano a la hora del manejo de los tempos y la armonía a la atormentada obra del neoyorkino. Sin embargo, la intensidad de “Un cancello”, el preciosismo de “Semza Voce”, o el impecable trabajo vocal, claramente inspirado en “Vatel”, de “A Quattro Voci”, inmediatamente nos reubican en el contexto musical que durante décadas ha ido forjando el legado musical de Morricone.
Antes de los aplausos de los aludidos reprises con los que cierra la obra, conviene remarcar la expresividad y el color de “Ritratti d´autore” y “Semza Voce”, dos piezas exquisitas escritas para cuarteto de cuerdas que potencian el sabor de un trabajo en apariencia prescindible pero que una vez que se le da la oportunidad, demuestra que con 84 años todavía hay suficiente vitalidad como para dignificar la música de cine como pocos autores en la actualidad son capaces de hacer. Aunque el futuro es poco halagüeño, retrotraernos al pasado tomando como excusa esta obra, es sin duda la mejor oferta que podía hacernos Ennio Morricone.
20-marzo-2013
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