Gorka Cornejo
“Toda mi vida ha sido, de alguna manera, una preparación para hacer esta banda sonora”, reconoce Mychael Danna. Palabras mayores, ciertamente, que sin embargo no deben achacarse al entusiasmo sobredimensionado de un padre principiante ciego de orgullo. Como canadiense biográficamente emparentado con la India, gran conocedor de la música de las culturales orientales, Danna parecía llamado a ser el compositor de esta historia, una adaptación de la novela de Yann Martel que Ang Lee ha sabido convertir en una de las propuestas cinematográficas más estimulantes y sorprendentes del año.
La vida de Pi, una lección de sacrificio y superación, no deja de ser una clase magistral de escritura. El marco de la película lo forma un escritor en crisis asistiendo al relato de una historia inverosímil pero edificante que, contada de forma realista, sin los añadidos de la ficción, limpia de metáforas, equivale solo a sufrimiento, sórdido y vulgar. El escritor no sólo escucha una gran historia en términos argumentales sino que ve en Pi el reflejo de una lucha que aún no se ha atrevido a emprender, una lucha consigo mismo de cuyo resultado extraerá el conocimiento de su lugar en el mundo, su posición entre las cosas y los seres, el pasado y el futuro. La búsqueda de Dios que emprende Pi desde su más tierna infancia no es otra cosa que una búsqueda del yo. Krishna, el politeísmo hindú (“los dioses eran mis superhéroes”), Jesús, Alá, el positivismo, (“creer en todo es una forma de no creer en nada”), Dostoievski o Camus, son respuestas a una misma pregunta, ese “quién soy” o “quiénes somos” que muy pocos se atreven a formular. El naufragio de Pi es como el naufragio de cualquier vida, la historia de una tormenta que amenaza con destruirlo todo. Su supervivencia no es la prueba de la existencia de un poder salvador supra humano, sino la constatación de que el hombre depende sólo y exclusivamente de sí mismo. Esa es la esencia de la espiritualidad que recorre, como electricidad, esta excelente película.
Aunque siempre se diga que es imprescindible ver actuar la música con las imágenes para valorar su pertinencia, en el caso de “Life of Pi” es especialmente necesario. La escucha del disco puede llevar al error de considerarla una banda sonora meramente decorativa, elegante, suntuosa, repleta de imaginación, sí, pero carente de sujeción narrativa, cuando es precisamente lo contrario. Danna se ha enfrentado al mayor reto de su carrera al tener que describir musicalmente los dos viajes paralelos que emprende Pi: por un lado el devenir espacial, medioambiental, cartografiable, la aventura que le lleva de la India a Canadá a través de un naufragio en el que pierde a su familia y que le confina a un bote salvavidas compartido con un tigre de bengala, de nombre Richard Parker; por otro, el descubrimiento de la esencia de la idea de Dios, a través de la comprensión de la lucha que debe emprender el hombre contra sus propios miedos. ¿Cómo hacer una música a la vez física y metafísica?
A lo largo de los cinco años que transcurrieron desde que Lee asumiera el proyecto hasta la realización de la película, músico y director discutieron pormenorizadamente cómo podría la música tratar temas como la pérdida, el miedo a la muerte, la necesidad de una idea de Dios; pero pronto vieron que si la música se volvía demasiado intelectual corría el riesgo de competir con las imágenes, amén de sobrecargar al espectador. La solución sin embargo no consistió en renunciar a la ambición de expresar conceptos graves y trascendentales con la música, sino en averiguar cómo hacerlo con la apariencia de la sencillez. Ya sólo por el enorme esfuerzo de depuración llevado a cabo por Danna (todo un año dedicado a la composición y grabación paulatina de la partitura) este trabajo merece sobresalir entre lo más destacado de su filmografía.
Película y partitura arrancan con la descripción de un paraíso, un mundo en perfecto equilibrio: el zoo en el que Pi nació y vivió sus primeros años. Danna no podría dejar más claro las intenciones metafóricas de esta arcadia casi irreal al optar por una hermosa nana (“Pi´s Lullaby”) con la que no trata de identificar a la madre o al Pi niño tanto como subrayar la muelle comodidad de la infancia como período formativo, nutricional, invariablemente condenado a resquebrajarse. La nana servirá al compositor como materia prima para, convenientemente coloreada, describir el ambiente inmediato en el que vive el joven Pi (“Pondicherry”), rememorar los primeros recuerdos religiosos (“Meeting Krishna”) o profundizar en el dolor de la pérdida (“Leaving India”).
Presente en todo momento, enormemente dúctil y maleable, el tema que Danna dedica a Pi es el centro neurálgico de la partitura. Desde sus primeras apariciones (“Piscine Molitor Patel”, “Pondicherry”) muestra ya su naturaleza expansiva y optimista, sintetizada en el sonido del bansuri, casi un alter ego del personaje en sí mismo. Si bien la escucha de la edición discográfica puede llevar a pensar en cierto agotamiento por sobreexplotación, sus apariciones en la película resultan mucho más significativas al estar separadas por importantes espacios sin música. Así, ya sea en su forma más extensa y expositiva (“Christ in the Mountains”) o en una versión reducida a sus primeras notas, a modo de sinécdoque (“Anandi”), el tema equivale a un recordatorio de la integridad de un personaje limpio y tenaz, constante, y funciona especialmente bien cuando Pi se halla expuesto a situaciones difíciles (“Death of the Zebra”), rodeado por la inmensidad del océano y la incertidumbre (“Orphans”), porque entonces demuestra su irreductibilidad, la llama inmortal de su capacidad de reconstrucción. La inmutabilidad del tema, a pesar de sus diferentes transformaciones superficiales, es un detalle importante ya que Danna lo enfrenta a un caos organizado de instrumentos y referencias culturales cruzadas: el sitar, el santoor o un conjunto gamelan interpretan un clásico francés como “Sous le ciel de Paris” mientras que el acordeón y las mandolinas reproducen melodías de sabor hindú; un coro de voces inglesas cantan textos en sánscrito mientras que un coro tibetano canta en latín. Y a través de esta marea, de esta confusión, el tema de Pi sufre, acusa el trayecto (magnífica la épica pero sobria versión para metales que se escucha en “The Deepest Spot on Earth”), pero ni se transforma ni desaparece, nunca deja de aludir a la misma esencia: inocencia, luz, resistencia.
El material expuesto en torno a Richard Parker es, sin duda, el más interesante de todos, además de simbolizar a la perfección ese dualismo entre complejidad y sencillez que comentábamos más arriba. A partir de la repetición de un dispositivo de dos acordes, generalmente al piano, alternando de tono mayor a menor (“Pi and Richard Parker”, “Back to World”, “Which Story Do You Prefer?”) Danna busca expresar una relación especial entre Pi y el tigre, una relación de compenetración y complementación, que en el fondo no es más que la representación visual de la contemplación profunda de uno mismo. Es inevitable que Pi relacione estos momentos con Dios, ese Dios al que ha ido buscando a lo largo de su vida y que finalmente encuentra en el fondo de los ojos de un tigre, y así lo expresa Danna en un bloque sublime, “First Night, First Day”, donde el contacto místico, el peldaño iniciático, está representado por un acorde menor ascendiendo a otro en tono mayor. Resulta difícil decir más con menos. Sin embargo Danna avanza unos pasos más y desarrolla ramificaciones a partir de este núcleo, a veces sirviendo de pauta rítmica inquietante (arranque de “The Whale” y “Back to the World”), otras veces optando por desarrollar una melodía ascensional, generalmente confiada al coro o a una voz solista (como en la ya mencionada “First Night, First Day” o en “God Storm”). Visto en su conjunto, se podría hablar de cierta indeterminación temática y motívica, al menos en comparación con las restantes ideas musicales principales, lo cual no deja de ser un acierto. Bajo esta indeterminación, Danna está relacionando a Richard Parker con Pi, la violencia (del mar, del hombre) y la grandeza, el miedo y la aspiración.
La riqueza de la paleta instrumental empleada por el compositor, la sabiduría que demuestra en su graduación, así como la sobriedad con la que dosifica los medios expresivos más contundentes (coros y orquesta sinfónica), demuestran que todos los ingredientes de esta exquisita partitura son fruto de larga reflexión. La exuberancia plástica desplegada por Lee, en el que tanto tiene que ver su visión y su versión de las 3D, estructural y orgánica, encuentra en la música de Danna un complemento imprescindible. Una música que a juzgar por su escucha aislada podría incluso parecer anodina, se revela en su correspondencia con las imágenes como una segunda piel de una exactitud milimétrica, un comentario inteligente, poético y en ocasiones deslumbrante, que merece todas las distinciones, premios y alabanzas.
24-febrero-2013
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