Pablo Nieto
Cuando la madrugada del 2 de mayo de 2011, a la hora más oscura (00:30) según el argot del ejército yankee, el innombrable dejaba de serlo y Bin Laden traspasaba por fin el umbral de las sombras, abandonando su rol de amenaza continua del mundo occidental, revelándose como un ser humano in rigor mortis, para muchos acababa una pesadilla y para otros comenzaban las celebraciones. Era el ojo por ojo, ¿Pero con su muerte la amenaza jiyahidista desaparecía? Imposible, años de odio y sacrificio personal para alcanzar un único fin: la muerte del infiel.
Aquella noche, El Sheij, ya no era más que un cuerpo inerte, velado por los fusiles de asalto aún calientes de los Navy Seals que se adentraron en su a priori infranqueable fortaleza pakistaní. Sin embargo, antes de capturarle, se torturó, se creó Guantánamo... demasiado triste como para que la celebración fuera completa. Y precisamente es este matiz lo que diferencia la propuesta de Katryn Bigelow de los films precedentes de suspense con caza al terrorista incluida que tanto gustan en Hollywood. En este caso lo que se ofrece es una auténtica radiografía del asesinato del mayor asesino del siglo XXI. Toda una ironía.
Salvando las distancias, Bigelow encuentra en “Zero Dark Thirty” una continuidad filmográfica lógica y coherente con su oscarizada, “En Tierra Hostil”, donde lleva a cabo una poderosa puesta en escena, diseccionando el día a día de un artificiero en un hostil Irak y poniendo sobre la mesa preguntas necesarias sobre la justificación de la presencia del ejercito americano allí. Preguntas con una respuesta ambivalente: Ben Laden y el 11-S. La obsesión, con mayúsculas, del pueblo americano, la coartada de acciones injustificables, la causa de una patología traumática que sólo podía tratarse acabando con el causante de la misma.
Cuatro son los films que hasta la fecha se han atrevido a asomarse al abismo infinito del 11 de septiembre de 2001. En “United 91”, Paul Greengrass nos llevaba a las tripas de la barbarie desde dentro del avión que se estrellaba en ninguna parte. Oliver Stone, optaba en “World Trade Center” por subrayar el heroísmo de los que acudieron al rescate desde debajo de los escombros, mientras que Spike Lee en “La Última Noche” insertaba una honda reflexión sobre la traumática experiencia vivida por su ciudad. Ninguna de ellas, en cambio, se atrevía a seguir la senda del monstruo, hasta que Bigelow se adentra en las entrañas de la C.I.A y describe con minuciosidad la tortuosa búsqueda del padre de Al Qaeda. Y si en “En Tierra Hostil” acude al punto de vista del Sgt. artificiero James (Jeremy Renner), aquí su cámara es iluminada por la contumaz determinación de Maya, la agente que mantendrá una lucha sostenida, incansable y en silencio no sólo contra un fantasma sino contra si misma.
Lo que si que no podía esperar Bigelow es que en pleno rodaje, el fantasma se hiciera real, algo que irremisiblemente le iba a obligar a cambiar su hoja de ruta, máxime tras acceder a documentos secretos de la operación que acabaría a la postre con el terrorista, logrando un producto final, todo lo impactante, abrumador e intenso que podía esperarse de una directora que siempre ha disfrutando surfeando con olas de adrenalina, y que aquí lo hace entre el ruido y la furia de una experiencia cinematográfica demoledora y febril, que durante casi tres horas relata con frialdad y desapasionamiento la determinación de Maya, encarnada perfectamente por una radiante Jessica Chastain, que convierte en su razón vital encontrar y matar a Bin Laden.
Lejos, por otro lado, de la añorada aproximación goldsmitniana a lo “Acorralado” o de los viajes tribales sin límite para el exceso de Zimmer en “Black Hawk Derribado”, Alexandre Desplat se limita a observar, aceptando las reglas musicales del juego marcadas por el cine de Bigelow, huyendo de protagonismos y situándose en un lugar secundario en la cadena de emociones de un film sobrado de ellas. El francés, que sustituye al tándem formado por Marco Beltrami y Buck Sanders pese a la inesperada nominación al Oscar por su trabajo anterior con la directora para “En Tierra Hostil”, si bien mantiene la riqueza tímbrica y escritura minimalista que ensalza su estilo, huyendo de la agresiva estridencia de sus predecesores, no tiene reparos en ofrecer su visión de las cosas: "No es esta una película de guerra al uso, sino que mantiene el estilo narrativo pausado de Akira Kurosawa. Poderoso y arcaico”.
En efecto, no es este un film de suspense al uso, tampoco un ensayo en sentido estricto sobre la violencia. La película habla de desesperación, de los oscuros sentimientos que genera el observar a gente torturada como un sacrificio, aparentemente necesario, y al mismo tiempo combinándolo con la frustración in crescendo de una mujer determinada a alcanzar su objetivo. La partitura de Desplat hipnotiza por su parquedad melódica, renunciando el compositor a dulcificar las imágenes, por eso no hay rastro de maderas ni violines, sustituidos aquí por duduk y violín eléctrico, construyendo una partitura en escala menor pero con múltiples notas extrañas a la tonalidad. Los metales (12 trompas y trombones) establecen el tempo, y las violas y los cellos se entremezclan con los bajos, manteniendo una inquietante tensión musical que no termina de liberarse ni si quiera con el esperado clímax.
Si ya con su aproximación musical en “Argo” era necesaria una especial predisposición por parte del oyente, “Zero Dark Thirty” sólo puede valorarse con justicia en su concepto como herramienta al servicio del film. No hay fuegos de artificio, ni pasajes memorables, pero su hermetismo termina por cautivar ya desde el primer corte, “Fligt To Compound”, donde se nos propone un viaje a lo desconocido, con una pieza desasosegante, construida alrededor de los bajos y el violín eléctrico conduciendo a su antojo los tempos de una propuesta amenazante. En esa misma línea, sustituyendo el violin por el duduk, nos introducimos de lleno en el curso de la investigación, en ese Pakistán donde nadie parece a salvo y en cuyas ciudades y pueblos se esconde el enemigo invisible. Cortes como “Bombings”, “Northern Territories” o “Balawi” confirman lo anterior.
La obsesión por Bin Laden se traduce en un motivo de cuatro notas, omnipresente, que se anticipa por medio del piano y el violín eléctrico en “Drive To Airport” y “Dead End”, o directamente con los metales en “Return to Base”. No conviene tampoco dejar sin subrayar el aire marcial que se imprime a determinadas secuencias acompañando la operación de los Seals, en concreto “Seals Take Off”, una pieza de apreciable valor sinfónico y sobresaliente involución con las imágenes. En esa misma línea también sobresalen cortes como “Preparations for Attack”, especialmente dinámico, o “Chopper” y “Picket Lines”, más opresivos y atonales.
Sin fuegos de artificio, la carrera de Desplat ha crecido tanto y tan rápido en estos últimos años, como su ritmo de trabajo. Si 2011 fue agotador (firmando hasta ocho partituras), 2012 no le ha ido a la zaga, con un sprint final realmente demoledor: de la fantasía de dibujos “El Origen de los Guardianes” donde desata su vena más sinfónica, o su reencuentro con Audiard en “De Óxido y Hueso”, ha pasado al score que puede que le permita acceder a los grandes premios, “Argo”. Ese frenesí creativo pudiera parecer que merma la calidad de sus composiciones y quizás, una escucha desapasionada de este “Zero Dark Thirty” podría servir para corroborar tal posición. Pero debatir sobre Desplat a estas alturas es un ejercicio estéril, máxime cuando se asiste a un ejercicio de profesionalidad y solvencia como el que ofrece en este film, donde huye de exceso de riego musical, apostando por un goteo justo y necesario para hidratar el terreno árido por el que discurre la fascinante propuesta de Bigelow, dejando a un lado su ego y entregándose al silencio cuando la tensión no necesita ser subrayada. Esto también es música de cine.
16-enero-2013
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