Frederic Torres
Visto el éxito comercial y artístico obtenido con la adaptación de la conocida trilogía de J.R.R. Tokien, “El Señor de los Anillos”, cinematográficamente reinante durante la pasada década por encima de sagas galácticas y niños magos, era previsible que su máximo responsable Peter Jackson, dirigiera su mirada hacia “El Hobbit”, primeriza novela del escritor que servía de prefacio a aquella gran odisea y que explicaba con algún mayor detalle los avatares del tan traído y llevado Anillo del título. Aprovechando el terreno abonado por la moda de las precuelas (un concepto en absoluto desconocido del espectador gracias precisamente a la labor “pedagógica” de Lucas para justificar su última trilogía espacial), el principal escollo para Jackson y su equipo a la hora de rentabilizar adecuadamente el proyecto, cuya resurrección se antoja de un coste desorbitado, ha sido la relativamente breve extensión del relato (si lo comparamos con su hermano mayor), cuestión solventada con la fusión/inclusión de diversos episodios y personajes procedentes de otros relatos del escritor, algo posible dada la coherencia con que Tolkien se entregó a detallar y explicar su “Tierra Media” en “El Silmarillion”, libro génesis del mundo tolkiano, hasta el punto de conseguir una adaptación fílmica nuevamente conformada en trilogía de más que generosa duración (alrededor de las tres horas) para cada una de las partes que la integran.
La unidad (y a pesar de tratarse de una precuela, también la continuidad) temática y visual es, pues, total con los films anteriores. Y, por supuesto, ello también atañe a Howard Shore, brillante autor de las partituras anteriores con las que mantiene la máxima coherencia a la hora de ilustrar las andanzas del nuevo hobbit protagonista, Bilbo Bolsón, tío del combativo y sacrificado Frodo, que ya tenía alguna presencia, siquiera anecdótica, en las anteriores películas (ahora es a la inversa). Y ello porque Shore ha elaborado un trabajo de la misma altura y nivel de calidad, integrando sin dificultad los temas de sobra ya conocidos (los del Anillo, Gollum, Elfos, Orcos, etc.), con los dedicados a los nuevos personajes y paisanajes (el de la nueva Compañía formada mayoritariamente por los Enanos, el de Erebor, el de Radagast), sin desdeñar la inclusión de nuevas canciones (de composición ajena, pues ninguna de ellas corre a cargo del compositor canadiense), caso de la triste y profundamente evocadora “Misty Mountains” (para solista -Richard Armitage- y coro masculino). El método seguido por Shore es el de introducir en el continuo musical ya conocido los motivos a fin que el espectador los asimile sin distingos, con naturalidad, tratando la nueva partitura como si fuera una parte más de la misma obra, siguiendo los pasos que Jackson emplea a la hora de presentar el desarrollo de la acción y los nuevos personajes. No hay variación estética mínimamente apreciable (ni se la espera) y el mismo prólogo, “My Dear Frodo”, un wagneriano bloque de ocho minutos de duración que cumple la misma función de preludio que su homólogo de la anterior saga, así lo revela, de modo que tras el recuperado tema del “Anillo” se escucha un esbozo del nuevo motivo central, el dedicado a narrar la sacrificada pérdida de la mítica ciudad de Erebor, hogar de los enanos protagonistas, desarrollado en su esplendor con posterioridad al también recuperado motivo dedicado a “La Comarca”, aunque siempre en funciones narrativas, sin lugar a complacencia expositiva alguna.
En este sentido, aunque el tono épico y evocador vuelve a predominar, con todo el aparato orquestal (incluyendo los tambores japoneses) y humano (de nuevo se emplean todas las facciones del coro) que ello comporta, el compositor revela sutilmente sus intenciones en estos primeros fragmentos como muestra “Old Fiends”, en el que se escucha en primera instancia al clarinete exponer el tema de “La Comarca”, instrumento que el compositor asocia a los hacendosos hobbits, mientras al fondo, en los pizzicatos que lo acompañan, se va dibujando el novedoso motivo dedicado a los enanos de un modo casi imperceptible incluso para el aficionado atento. Shore introduce una pequeña rítmica para que la exposición del motivo de los hobbits suene reconocible pero, a la vez, diferente, idea extraída de los arreglos de “The Lord of the Rings Symphony”, a cargo de Ludwig Wicki, en donde el conocido motivo dedicado a “La Comarca” era expuesto de un modo semejante para que resultase más novedoso. El desarrollo incidental del fragmento anticipa algunos nuevos motivos, todavía esbozados, antes de arribar al siguiente que subtitula el film, “An Unexpected Journey”, que en su deriva incidental acaba introduciendo el tema principal dedicado a la actual Compañía, una especie de minueto con ligeros toques de percusión que recuerda tremendamente al único trabajo destacable de Shore entre la entrega que finalizaba la trilogía anterior y ésta que ahora comienza, el nominado “La invención de Hugo”. Tras “Blunt the Knives”, un corte meramente diegético en el que los enanos convocados por Gandalf cantan (según la letra del mismo Tolkien presente en el libro) y ríen mientras beben en la improvisada reunión en casa de Bilbo, solo presente como añadido a la edición especial de coleccionista (pues el lanzamiento discográfico también contempla otra edición doble, aunque calificada de “sencilla” al disponer de unos cuantos cortes menos y un montaje más breve de gran parte de las pistas expandidas de la edición especial), es en “Axe or Sword” cuando el motivo principal se expone, ahora sí, de forma abierta en las trompas en ese tono entre épico y evocador que el relato demanda, intermediando algunas sombras amenazadoras desarrolladas posteriormente en “An Ancient Enemy”. Todo ello antes de recurrir al motivo de la nueva Compañía expedicionaria y finalizar con un sostenido de las cuerdas y una derivación solemne del costumbrista tema de los hobbits a cargo del habitual clarinete, una vez el protagonista ha asumido la aventura que está por llegar.
A partir de aquí, y tras la emotiva nostalgia que suscita la citada “Misty Mountains” que los enanos evocan ante el fuego de la chimenea del forzosamente hospitalario Bilbo, la acción se precipita en un carrusel de vaivenes al quedar sujeta la acción al corolario de aventuras que el espectador tiene por delante. La breve “The Adventure Begins” inicia con tan explícita denominación esta parte descriptiva con un dinamismo y una vitalidad casi festiva antes de dar paso a la épica contenida de “The World Is Ahead” y a la tenebrosidad ancestral de la citada “An Ancient Enemy”, además de la oscura y misteriosa “A Troll-Hoard”, que recupera el tema dedicado al trágico Gollum, aquí convertido en un personaje de presencia mucho más amenazadora. Sin embargo, de este bloque, es “Radagast the Brown” el que destaca por introducir un nuevo motivo de raíces célticas para acompañar las correrías (a bordo de su trineo tirado de liebres encantadas) de este mago a medio camino entre el sabio despistado y el fumeta hippie, que en manos del violín y de una original percusión de acompañamiento (que volveremos a escuchar brevemente en “The Hill of Sorcery”), convierte el fragmento en una pieza sobresaliente por su frescura y brevedad antes de afrontar el paroxismo que supone “Warg-Scouts”, auténtico tour de force final de este primer disco donde Shore presenta un motivo “guerrero” con enérgicos scherzos de la cuerda y una percusión que recuerda el ritmo de las danzas de los nativos norteamericanos.
El segundo disco se abre con “The Hidden Valley”, que retoma el hipnótico y fascinante tema élfico cuando los protagonistas arriban a Rivendel, la capital de esta enigmática raza, y junto al encantamiento narrativo de “Moon Runes” y el extenso bloque (de casi 10 minutos) de “The White Council”, nuevamente con los elfos, su rey Elron y “La Reina Blanca” como leiv-motivs temáticos (que poco a poco adquieren una deriva oscura y fantasmagórica), relajan un tanto la narración a pesar que la turbiedad atmosférica provocada por los rasgados del metal de “The Defiler”, intermediada entre ellas, no invite precisamente al sosiego. “Over Hill”, con evocadoras trompas y un luminoso clarinete, finiquita el bloque con un crescendo de características épicas antes que “A Thunder Battle” se sumerja nuevamente, en una de las secuencias más imaginativas del film, la de la lucha entre las montañas vivientes, en la épica de las grandiosas batallas que caracterizan la franquicia, adquiriendo gran protagonismo el metal, pero también la cuerda y la percusión (especialmente los gongs). “Under Hill”, en cambio, némesis del fragmento anterior, encara la recta final del relato adoptando una perspectiva disonante, y junto a la tensional “Riddles in the Dark” y la narrativa “Brass Buttons”, en la que el sector masculino del coro recita su texto a modo de un conjuro entre variaciones de los motivos de la nueva Compañía de los enanos y la antigua (que, cronológicamente, está por llegar) del Anillo, preludian el enfrentamiento final entre las fuerzas de la luz y la oscuridad que tiene lugar en “Out of the Frying-Pan”, en el que los crescendos, las pirámides de metal, la ya señalada rítmica indígena de la percusión y los cruces entre los diversos sectores del coro caracterizan un fragmento de evidente voluntad descriptiva. La conclusión llega con “A Good Omen”, en la que sobresale primero un radiante y “élfico” coro femenino, preludio de la exposición del motivo principal dedicado a esta raza expuesto épicamente en el metal y adecuadamente acompañado de una “guerrera” percusión que adopta paulatinamente un tono sosegado antes de concluir de nuevo con el motivo principal en crescendo anticipando las futuras aventuras que aún quedan por venir.
Los créditos finales que ameniza “Song of the Lonely Mountain”, referidos a la montaña en la que habita el malvado dragón Smaug tras la conquista de Erebor y meta final de los enanos, canción elaborada a partir de la anterior “Misty Mountains”, incluye además de la voz solista masculina (este vez a cargo de Neil Finn), percusión sintetizada y una variación de los coros nativos (uno de los más originales toques de la partitura) como acompañamiento, de lo cual resulta una exótica y peculiar pieza de fusión que, no obstante, introduce en su parte final (únicamente en la versión expandida) una especie de extraña e hipnótica coda orquestal que propicia la evocación, cuando no aboca directamente a la reflexión, del oyente. La flauta irlandesa de “Dreaming of Bag End” apaga sosegadamente las luces de la función, que en la edición especial aún prosigue con cuatro extras más dedicados a exponer brevemente los principales motivos creados para la ocasión (de entre los que cabe destacar la gaita solista de “Erebor”), abogando por una mayor definición y claridad de la asignación de los leitmotivs que el melómano/espectador ha ido descubriendo a lo largo de la escucha, bien del film o de los discos. Una deferencia para el mayor desembolso económico de aquel que haya optado por la edición especial en detrimento de la sencilla (que no obstante queda también singularizada por el diferente montaje de muchos de sus fragmentos) y a la que su ubicación al final del segundo disco no desvirtúa de las intenciones del compositor a la hora de exponer solapadamente los nuevos temas de esta nueva entrega, que a pesar de evidenciar su calidad tiene en contra, como el film (un auténtico correcalles tras el divertido prólogo inicial), el resultar un terreno tal vez demasiado conocido del espectador y en consecuencia carente de la novedosa frescura que ofrecía la anterior trilogía, cuestión que Shore logra esquivar, cuando no reconvertir en una baza a su favor, con su buen hacer (y el de la London Philharmonic, las London Voices y el Tiffin Boys´ Choir). Así, pese a la reiteración de situaciones y la inevitable sensación de cansancio que se origina, desdeñar la partitura bajo este punto de vista además de estéticamente erróneo resultaría equivocado pues estamos ante un proyecto de una envergadura descomunal, de dimensiones operísticas, tanto por el nivel de calidad como por la coherente convergencia fílmico-musical que exhibe. Y conforme andan los tiempos, conviene, además de disfrutarlo, no perderlo de vista.
10-enero-2013
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