Pablo Nieto
Para ubicarnos, “Argo” no es cualquier cosa. Que a nadie le confunda que su director sea Ben Affleck, en realidad debería ser un estímulo a la vista de la brutal “Adiós, Pequeña Adiós” y la enérgica “The Town”, precedentes refrendados en esta nueva aventura cinematográfica donde vuelve a demostrar su pericia, componiendo un relato que, en realidad, son tres: un thriller eficaz e inteligente a vueltas con la libertad y su represión, una comedia brillante alrededor de Hollywood y sus delirios en la serie B, y un drama sobre el sufrimiento de un padre abnegado con una familia a la que reconoce tener abandonada.
A medio camino del cine de Sidney Lumet y el de Alan J. Pakula, la película se despliega como si fuera un fiel reflejo de la realidad, utilizando la ficción para mostrarnos lo que realmente es una rocambolesca historia real, situada en la crisis de los rehenes en Irán de 1979 que cambió para siempre el rostro del siglo XX. Aunque sobre la ocupación de la embajada por los enfervorizados seguidores del Ayatolá Jomeini todo se sabía, parece que tras la brillante liberación de un grupo de seis funcionarios refugiados en la embajada de Canadá, se escondía un plan de la CIA con rodaje de una falsa producción en el corazón de Teheran incluido. Con una cuidadísima ambientación, recurriendo en su presentación al antiguo logo de la Warner de los años 70, se nos sumerge en un mural donde un grupo de fanáticos religiosos convencidos de cambiar la historia a través de la venganza son burdamente engañados por los focos del Hollywood más bizarro y cutre.
Aunque la solvencia de Harry Gregson Williams en el thriller globalizado de espías, ahí tenemos su interesante "Spy Game", parecía garantizarle una nueva colaboración en su asentado binomio con Affleck, el director elige dejar a un lado las sonoridades abstractas y electrónicas del inglés a favor de la no menos atmosférica pero mucho más colorida paleta orquestal y brillantez formal de Alexandre Desplat, en lo que supone su primera apuesta seria del curso 2012. Esa variedad de técnicas, tímbricos principalmente, nos permite deleitarnos con el recurso de la tradición musical persa a través de las maderas (flautas ney), las percusiones (tonbaks), cellos (kemenches) o las omnipresentes guitarras (oud), construyendo en clave de suspense este bazar de especias musicales en continua efervescencia, capaz de evolucionar hacia una música de acción vibrante y contemporánea que tan bien ha sabido gestionar el compositor francés estos últimos años. Ejemplos de lo anterior podemos encontrarlos en cortes como “A Spy in Tehran”, “The Business Card”, “Breaking Through the Gates” o el climático “Drive to the Airport”. Pasajes que contrastan con la tensa calma cuyo tempo lo marcan los sostenidos de cuerdas y apuntes electrónicos que no llegan nunca a desnivelar la balanza. Sirvan de muestra cortes como “Argo” o la interesante transición otomana de “Istanbul – The Blue Mosque”.
La tensión oscilante que inunda la trama es el leit motiv de la partitura de Desplat, quien huye de plasmar un sello melódico definido, entregándose a conceptos metafóricos como el uso de la voz, especialmente la femenina a modo de lamento, que encaja perfectamente como reflejo de la opresión de la mujer en aquellas latitudes. Presentándola agitada y entrecortada, intensificando el desconcierto y terror de la toma de la embajada en “Scent of Death”, más etérea en piezas como "Hotel Messages”, compartiendo espacio con el fraseo masculino en las atrevidas “Sweatshop” y “The Six Are Missing”, intenta sortear en todas ellas los burdos clichés habituales.
El choque de culturas también encuentra su espacio en el score a través de una emocionante pieza de Americana, donde las cuerdas apoyadas en los metales, nos llevan a territorios cercanos al Horner patriótico de “Peligro Inminente”, con el heroico homenaje que Desplat dispensa a los responsables de la operación, primero en “The Mission” y luego en “Cleared Iranian Airspace”, dando más protagonismo al piano y precedida por una sencilla pero efectiva elegía liberadora de todas las emociones contenidas cuando el avión abandona territorio hostil.
Sin perjuicio de disfrutar del Desplat de proyectos musicales a priori de mayor enjundia y grandilocuencia, en scores menores y contenidos como éste es donde el francés parece sentirse más cómodo, proponiendo unas reglas del juego que chocan frontalmente con el anodino orden musical establecido en los estudios, huyendo de los focos de ese Hollywood cada más de serie B que se refleja en la película y recordando que no todos los thrillers necesitan abusar de los sintetizadores y rimbombantes piezas de acción. De factura cuidadísima y notable efectividad en la pantalla “Argo”, como decíamos al principio, no es cualquier cosa.
29-noviembre-2012
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