David Serna
Patrick Doyle se ha convertido en el cuarto compositor que pisa el universo Pixar con “Brave”, un traje hecho a su medida dadas las características del proyecto (historia escocesa empapada del colorido y la tradición de su país) en el momento, además, de mayor expansión comercial en su trayectoria artística, por más que el genio de “Henry V” o “Frankenstein” se esté agenciando las películas más potentes de su carrera justo cuando la inspiración ha dado paso a la acomodación, cuando la rebosante frescura de sus buenos años se ha esfumado paulatinamente para no volver. Pero eso importa poco. Lo que Pixar esperaba del músico escocés es, con toda probabilidad, lo que ha obtenido: una alegre y enfática partitura impregnada de localismo y vitalidad que se ajusta cronométricamente a las mínimas exigencias de esta ligerísima y nada pretenciosa travesura del estudio de “Up”, en la que una joven princesa se rebela contra las costumbres de su reino y lucha por deshacer el erróneo hechizo de una bruja.
“Brave” vuelve a ser (¡rayos, sapos y culebras!) ese “traje nuevo del emperador” donde el desierto creativo de “Thor” o “Rise of the Planet of the Apes” queda remendado con costuras algo más finas y estilosas, las oportunas para una vestidura de lujo que en ningún momento puede consentir desgarrarse. De hecho, la música de “Brave” es posiblemente la mejor que Doyle puede confeccionar en este instante de su travesía, la ocasión en la que mejor puede camuflar sus actuales carencias compositivas confiando en la infalible máscara que le protege, su Escocia de toda la vida. Eso es “Brave”, un ejercicio de pura técnica maquillado de vivacidad y pompa donde Doyle, junto a su inseparable James Shearman, vuelve a desplegar unas orquestaciones impecables (con la exquisita manufactura, para mayor comodidad, de la London Symphony Orchestra) y se permite componer, junto a tres canciones escritas por otros autores (que abren la edición discográfica aportando la necesaria comercialidad), dos de cosecha propia: la intrascendente “Song of Mor´Du”, en la que el propio Doyle no puede resistir sumarse como intérprete, y la que recoge el tema dedicado a la valiente princesa, “Noble Maiden Fair”, escrita en gaélico e interpretada por su vieja amiga Emma Thompson y la niña Peigi Barker.
Esa mágica y tierna melodía de aire celta (unas veces más sensible, otras más enérgica) recupera inesperadamente al Doyle de antaño y se va abriendo paso en la edición discográfica de un modo muy espaciado, pese a que en la película está presente desde el comienzo y en muchas más ocasiones de las recogidas en el compacto (la melodía no asoma hasta el corte 7, “Remember to Smile”, y luego no reaparece hasta el 12, “Legends Are Lessons”). Va sonando, además, con una instrumentación enormemente variada, con la que Doyle infunde matices a lo largo y ancho de la partitura mediante gaitas, flautas, trompeta, arpa o un hermoso violín celta que aporta el ineludible toque escocés. Toda esa riqueza expresiva reside desde el inicio en una festiva danza autóctona (presentada en “Fate and Destiny” y “The Games”) y prevalece en el minuto final de “Show Us the Way” o las últimas piezas del score (“Get the Key”, “We´ve Both Changed” y “Merida´s Home”), donde Doyle, para “desmedievalizar” levemente la saturación de tópicos del conjunto y hacerlo más contemporáneo, incorpora esas bases rítmicas percusivas tan características de sus últimos trabajos. Pero la abundancia de recursos y el envidiable ímpetu de la London Symphony no son suficientes para comunicar, para conmover, algo que también acaba padeciendo la propia película, que siendo agradable y llevadera se queda corta en esencia y emoción.
Doyle se entrega a los múltiples recursos de su flagrante técnica con “muchas gaitas y pocas nueces”. Sus acordes brillan y llaman la atención, y más con un atuendo tan jovial y versátil como el de “Brave” (que perfectamente podría reportarle una nominación al Oscar por la distinguida “Noble Maiden Fair”). Pero el oropel no es suficiente. Una música como la de Michael Giacchino para el cortometraje “La Luna”, también de Pixar (que se proyecta previamente a la película), condensa en pocos minutos mucha más integridad y poder emotivo que toda la partitura de Doyle, por más que lo vistoso y reluciente siempre se acabe colocando las medallas. Quienes esperen a un Doyle atractivo y complaciente sin duda lo encontrarán. Pero, una vez abierto el caramelo y quitado el celofán, puede que la dulce sensación inicial se quede ahí mientras otras golosinas del compositor, precisamente las más añosas, sean las que siguen dejando el mejor sabor de boca.
21-agosto-2012
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