David Serna
Bernard Herrmann habría cumplido 100 años en 2011 si su genio temperamental y su exaltado corazón (ese al que alude Steven C. Smith en su deslumbrante biografía, “A Heart At Fire´s Center”) hubiesen albergado la coraza del impenetrable Gort de “The Day The Earth Stood Still” y no hubiesen sucumbido a ese profundo sueño del que, en una plácida Nochebuena de 1975, justo al finalizar la última sesión de grabación de “Taxi Driver”, ya no despertó el que probablemente ha sido el compositor cinematográfico más singular y fascinante de todos los tiempos, un forajido rebelde que arrancó los cimientos de su terreno y sembró nuevas cosechas cuando muy pocos se atrevían a reformar su parcela. Herrmann siempre fue él mismo y nunca cedió: desde “Citizen Kane” a “Taxi Driver” hay un compositor reconocible y reivindicable, un creador ingobernable y subversivo que soñaba con ser director de orquesta mientras sus colegas directores de orquesta soñaban con poder escribir su propia música. Su inconformismo, su aplastante personalidad y la endiablada sabiduría que emanaban sus partituras dejan como legado un buen puñado de obras maestras y el recuerdo de un genio que, con las constantes reediciones y regrabaciones de sus partituras, sigue más vigente que nunca, hasta en los compositores y cineastas que toman prestada su música o continúan imitándole.
Bernard Herrmann at 20th Century Fox ha sido el particular homenaje de Varèse Sarabande en este centenario, siguiendo la estela de su ambiciosa edición del “Spartacus” de Alex North: una caja de 14 discos, presentados en 7 compactos dobles, que incluyen las 18 partituras que Herrmann escribió para la Fox durante los 19 años que estuvo en nómina en la productora (1943-1962). Justo cuando Varèse atraviesa uno de sus momentos más espinosos, con la competencia editando (mejor, en mayor cantidad y con más música adicional) más bandas sonoras limitadas, esta caja parece el canto del cisne de toda una época de lanzamientos, el remate final de una línea editorial (Varèse Club) que en sus últimas tiradas ha mostrado evidentes síntomas de agotamiento y que ahora cree “reinventarse” reeditando cómodamente viejos títulos de su catálogo sin molestarse en expandirlos un solo minuto (“Chinatown”, “Eye of the Needle”, “Amazing Grace and Chuck”). Limitada a 1.000 unidades (para, a diferencia de las 5.000 de “Spartacus”, asegurarse un rápido sold out y recobrar así cierto “prestigio” perdido), Bernard Herrmann at 20th Century Fox se antoja una despedida a lo grande, un derroche de completismo herrmanniano no exento (como pasaba con “Spartacus”) de sus pros y sus contras, pues vuelve a surgir el imperativo de tener que adquirir todo un pack (y desembolsar una voluminosa cantidad de dinero) por hacerse con aquello que más le pueda interesar a cada aficionado, primordialmente las cuatro partituras que nunca se habían editado en su versión original: “The Snows of Kilimanjaro”, “Five Fingers”, “Hangover Square” y, sobre todo, la joya de la corona, “White Witch Doctor”, la única que no existía completa en forma de regrabación. Cierto es que la caja expande casi todas las bandas sonoras y mejora (muy ligeramente) su sonido, pero también obliga a muchos coleccionistas a tener por duplicado “Anna and the King of Siam” o “Beneath the 12-Mile Reef”, por poner solo dos ejemplos. O incluso a tener un disco entero con la parte escrita por Herrmann para “The Egyptian” cuando, hace unos meses, Varèse Club ya editaba esta banda sonora íntegra en un doble CD.
La antología ya arranca con uno de sus platos fuertes, los 67 minutos de la turbulenta “Jane Eyre” (**** y ½), media hora más de lo editado por Arista/Fox, si bien es cierto que la regrabación de Adriano de 1994 (pálida y falta de energía, por otro lado) ya alcanzaba ese minutado. Escrita en 1943, gracias a la recomendación de su amigo Orson Welles (protagonista del filme) y al beneplácito de Alfred Newman (jefe musical del estudio y, desde entonces, gran amigo y figura esencial en el despegue de la carrera de Herrmann), “Jane Eyre” constituye una suerte de continuación entre gótica y romántica de “Citizen Kane”, una partitura de enorme dramatismo y carga psicológica que será la mejor carta de presentación para Herrmann dentro de la Fox, llevándole a encargos como el que ocupa el disco 2, “Anna and the King of Siam” (***), banda sonora de 1946 en la que primó la descripción geográfica sobre la psicológica en base a la inserción de instrumentos exóticos y música siamesa, cosa que repercutió en la calidad del resultado, posiblemente uno de los más discretos y funcionales de su carrera. Varèse no añade música adicional respecto a su anterior edición (bajo el título “Bernard Herrmann at Fox, vol. 3”) y alega una remasterización del sonido, aunque si se comparan ambos compactos las diferencias, como sucede con otros títulos de la edición, son prácticamente inapreciables.
15 minutos añadidos y un sonido más renovado presenta el disco 3, dedicado a una de las obras mayores de Herrmann y, por ende, de la música de cine: “The Ghost and Mrs. Muir” (*****), todo un poema lírico escrito con el corazón en una época (1947) en la que Herrmann se hallaba inmerso en la composición de su larga y ambiciosa ópera “Wuthering Heights”. Las conexiones entre el filme de Joseph L. Mankiewicz y la novela de Emily Brönte (la Inglaterra del pasado, el amor frustrado de una mujer, la importancia del paisaje) llevaron a Herrmann a dispersar algunos motivos e ideas en ambas obras (algo que curiosamente él siempre negó), en un conjunto de encantadora magia y desbordante romanticismo, tan singular en la historia del cine (aunque en un estilo completamente distinto) como su partitura para “The Day the Earth Stood Still” (**** y ½), que el disco 4 expande en 25 minutos (la mayoría tomas descartadas) respecto a la edición regular de Arista/Fox. Para esta historia de amenaza alienígena en los albores de la Guerra Fría (1951), Herrmann eliminó las cuerdas y maderas de la orquesta de la Fox y añadió cuatro pianos, cuatro arpas, vibráfonos y un sinfín de instrumentos poco comunes para obtener una sonoridad fría y metálica, sin apenas melodías y con dos teremines (uno alto y otro bajo) para inculcar la sensación de un mundo inhumano. Su música fue absolutamente original e innovadora, y marcó las pautas (teremín incluido) para posteriores creaciones en el marco de la ciencia-ficción.
El disco 5 comprende las breves pero contundentes partituras de “Five Fingers” (1952) y “Hangover Square” (1945). Para “Five Fingers” (*** y ½), su segunda colaboración con Mankiewicz, Herrmann escribió un agitado y misterioso tema principal en claro contraste con los silencios y la parquedad musical del resto del filme, que el compositor resolvió con discreción y alguna pincelada localista (la acción se desarrolla en Turquía). Su dominio en el empleo de la música estrictamente necesaria, y con la paleta instrumental adecuada, ya quedaría patente en “Hangover Square” (****), una macabra historia de suspense idónea para el temperamento de Herrmann, con diez minutos finales (los del “piano concerto” del psicópata protagonista) de pura antología. Regrabaciones aparte, ambas obras aparecen por vez primera completas y en su aspecto original, al igual que la que ocupa el disco 6, “The Snows of Kilimanjaro” (****), partitura de un romanticismo nostálgico y frustrado (uno de los leit-motiv en la trayectoria de Herrmann) que fluye con aflicción en piezas como el célebre “Memory Waltz”, a diferencia del turbulento y nada paisajístico “main title”, donde el compositor, rehuyendo las convenciones melódicas al uso, prefiere incidir en el conflicto psicológico del relato de Ernest Hemingway, algo que también será recurrente en muchos de sus preludios.
Uno de ellos inaugura el disco 7 en forma de ostinato obsesivo, el que plasma la adición a la heroína del protagonista de “A Hatful of Rain” (****), una angustiosa partitura dramática que condensa todo el poderío herrmanniano en el frotamiento de las cuerdas y ensalza su capacidad para exteriorizar la agonía de unos personajes atormentados. El disco se complementa con uno de los griales más buscados por los herrmannófilos, los 48 minutos de la exótica “White Witch Doctor” (****), obra de 1953 cuyos highlights fueron regrabados por Charles Gerhardt en un recopilatorio de 1974 que, todavía hoy, sigue siendo objeto de veneración (“Citizen Kane: The Classic Film Scores of Bernard Herrmann”). La interpretación de Gerhardt es pulcrísima y contiene lo mejor con diferencia de esta poco conocida obra, pero encontrarse con la grabación original permite, casi 60 años después de su composición, descubrir toda una alhaja escondida en la filmografía de Herrmann, con el enérgico “main title” aún más acelerado y el anticipo tal cual (en el corte “The Leopard”) del duelo con el camaleón gigante de “Journey to the Center of the Earth”, pieza en la que Herrmann utiliza (como volverá a hacer en 1959) un instrumento en desuso llamado serpentón.
Otro título de 1953 presente en el disco de Gerhardt, “Beneath the 12-Mile Reef” (**** y ½), ocupa el disco 8 con el mismo programa de 55 minutos editado por Film Score Monthly en su día y una leve mejora en el sonido. Como sucediera en “The Ghost and Mrs. Muir”, el mar volvió a convertirse en el motor poético de esta historia de amor rodada en Cinemascope y en sonido estéreo de varias pistas, cosa que llevó a Herrmann, por vez primera, a colocar cuidadosamente micrófonos e instrumentos durante la grabación, incluidos los nueve arpas con los que evocó majestuosamente las profundidades marinas. El resultado sobrepasó con creces la calidad de la película, tal y como sucedería al año siguiente (1954) con la solemne “The Egyptian” (**** y ½), en la que el músico, en un hecho sin precedentes en su carrera, compartió las tareas de composición con su colega Alfred Newman. El disco 9 recoge solamente la parte escrita por Herrmann (51 minutos) en este faraónico tour de force, para el que ambos, sin tener información sobre la música del antiguo Egipto, tuvieron que inventarla en un tiempo récord (Fox quería estrenar la película antes de que Warner lanzara “Land of the Pharaohs”) y se comprometieron a escribir sus respectivas partes en escalas pentatónicas, algo que otorgó una sorprendente uniformidad a sus estilos, tan opuestos pero tan complementados en esta ocasión (hasta el punto de que, al escuchar íntegra la partitura, cuesta discernir quién compuso cada tema).
Solo 12 minutos más incorpora el disco 10 respecto a la anterior edición de Varèse (en el “Bernard Herrmann at Fox, vol. 2”) de “Garden of Evil” (****), un vistoso western de 1954 para el que Herrmann compuso exactamente lo que quiso (el director, Henry Hathaway, estaba inmerso en otro proyecto cuando la posproducción llegó a manos de Herrmann, por lo que nunca coincidieron). Su libertad es evidente: el insobornable compositor no se plegó ante los tópicos del western, ni ante una historia situada en el Méjico de mitad del siglo XIX, y escribió una rotunda partitura más abocada al drama y la aventura, en la que incluso pudo permitirse una travesura musical como la del corte “The Chase”, donde, partiendo de dos notas, Herrmann va agregando una a cada compás y alternando la instrumentación para camuflar su pintoresco (y genial) experimento.
Los discos 11 y 12 están dedicados a cuatro de sus bandas sonoras menos conocidas: “King of the Khyber Rifles” (*** y ½) (1953), historia de aventuras coloniales para la que Herrmann escribió una excitante y exótica partitura, con otro de sus vibrantes “main titles”, y a la que Varèse añade casi media hora a lo editado en su “Bernard Herrmann at Fox, vol. 2”; “Blue Denim” (***) (1959), melodrama juvenil sobre el aborto con una melodía central excesivamente deudora de “Vertigo” y un minutado similar a la edición de Film Score Monthly; “Prince of Players” (*** y ½) (1955), biografía de época ambientada en el mundo del teatro con un exultante tema principal (que, por desgracia, no tiene continuidad dramática en el resto del score) y 20 minutos más respecto al “Bernard Herrmann at Fox, vol. 2”; y “The Man in the Gray Flannel Suit” (***) (1956), otro melodrama en el que Herrmann cumple el expediente sin sacar especial brillo a su reprimido dramatismo y que amplia en casi 20 minutos el programa del “Bernard Herrmann at Fox, vol. 1”, aunque la música adicional, como en otros tantos casos, consista en temas incidentales muy breves y nada reveladores respecto a lo ya editado.
“Journey to the Center of the Earth” (1959) y “Tender Is the Night” (1962) cierran los últimos dos discos, la primera con 12 minutos inéditos y la segunda con algo más de 15, aunque nuevamente el material adicional sea un “estirado” que solo responde al interés de Robert Townson por expandirlo todo en la medida de lo posible y poder ofrecer un motivo de completismo a los herrmannófilos, quienes, por otro lado, siempre han considerado “Journey to the Center of the Earth” (**** y ½) una de las audacias más meritorias en la filmografía de Herrmann: su partitura más oscura dentro del género fantástico (con arpas como únicos instrumentos de cuerda, y vientos y percusiones tocando en registros bajísimos) y toda una lección de expresividad e innovación, con un poderoso “main title” de notas descendentes para sumergir al espectador en el misterioso corazón de la Tierra, y un excitante tema final de notas ascendentes (a la inversa) para transportarlo nuevamente al exterior, en lo que constituye un “descenso a los infiernos” frío y enigmático, carente de emotividad alguna. Su libertad para experimentar con la orquesta (empleó cinco órganos, cuatro electrónicos y uno de catedral) y las múltiples posibilidades que acarreaba la novela de Julio Verne brillaron por su ausencia en su último trabajo para la Fox, “Tender Is the Night” (***), una obra romántica repleta de convencionalismos que Herrmann rechazó inicialmente y luego aceptó en una época en la que su mecenas Alfred Newman ya había abandonado la Fox y Herrmann tenía que lidiar en solitario para sobrevivir en ese nuevo Hollywood donde su música parecía no encajar. De hecho, tuvo que ceder a la imposición de la canción principal (obra de Sammy Fain y Paul Francis Webster) en la construcción dramática del score (un hecho inaudito en su intachable currículum), y hasta el propio productor David O´Selznick culpó a la banda sonora del fracaso de la película, cuando claramente los problemas se hallaban en el propio filme y Herrmann (aun con cierta desgana y acudiendo a temas previos de “The Ghost and Mrs. Muir” y “Vertigo”) ensalzó en todo momento el relato de Scott Fitzgerald con su exquisita e insobornable elegancia.
Como todo espíritu libre, puede que Herrmann ofreciera lo mejor de sí mismo cuando no estaba atado por contrato a un estudio: ahí están sus fantasías de aventuras con el productor Charles Schneer o sus legendarias colaboraciones con Welles y Hitchcock. De hecho, sus dos décadas al servicio de la Fox encierran algunas de sus partituras más discretas y convencionales, manufacturadas bajo la forzosa artesanía de una fábrica de sueños. Pero seguramente ese paso por la Fox, esas esposas atadas con fuego al gigante de Hollywood, fueran necesarias para que el pájaro desplegara sus alas en obras del tamaño de “Vertigo”, para que un carácter inconformista e inadaptable encontrara su espacio de creatividad alejado de encargos en los que, no obstante, el genio no podía evitar aflorar, el talento siempre prevalecía a los dictados de la maquinaria. Puede que una historia como la de “The Egyptian” le fuera completamente ajena, pero Herrmann, con su indefectible arte, la impregnó de una belleza esplendorosa. Puede que un encargo como “The Day the Earth Stood Still” no conectara con los temas emocionales y psicológicos de su música, pero lo convirtió en su primer espacio de experimentación en el género fantástico, abriendo el camino a futuras genialidades. No importa que no se identificara con un safari en el Kilimanjaro o con una expedición en el Méjico de 1850: el revoltoso Herrmann supo aprovechar la ocasión más nimia para convertirla en un ejemplo de técnica y vanguardia musical, trastocando los géneros, innovando en la manera de narrar, evitando siempre imitar a los demás.
Bernard Herrmann at 20th Century Fox, además de ser la edición discográfica más exhaustiva jamás dedicada a su figura (lógicamente también la más prohibitiva), permite descubrir cómo un músico que solo componía para vivir (mientras anhelaba algo que nunca llegó: abandonar el cine para convertirse en un eminente director de orquesta) derramaba grandeza por inercia y casi sin darse cuenta a través de las películas que allanaron el camino hacia la leyenda. A los 18 títulos que recoge la edición, hay que añadir un libro de 108 páginas (similar al de la caja de “Spartacus”) espléndidamente editado y con abundante información, pero donde se vuelve a echar en falta un análisis musical más experto y no tan centrado en las películas para las que compuso Herrmann. Los textos vienen firmados por Julie Kirgo (una vez más) y Steven C. Smith (biógrafo del músico), quien lógicamente desgrana los comentarios más reveladores, aunque por desgracia sus partes sean también las más escuetas. Como escueta y sobria es, por otro lado, la presentación de la caja por parte de Varèse, que basa su portada en una oscura fotografía de Herrmann sobre fondo negro y mantiene esa frialdad en las portadas interiores de cada disco doble, basadas exclusivamente en instantáneas del compositor y sin la vistosidad de un solo cartel de las 18 películas (austeridad que, desde luego, no concuerda con el nada generoso precio de la edición). Con todo, y aun pesando la carga de adquirir mucha música ya presente en las estanterías del aficionado, los herrmannófilos coincidirán en que una edición con alrededor de seis horas de música original inédita de uno de los genuinos maestros que ha dado el arte de la banda sonora (con o sin música: ahí están sus aplastantes graznidos ejerciendo de partitura en “The Birds”) puede considerarse como una de esas pocas (y benditas) ocasiones en las que, a diferencia de lo habitual, lo caro sale “barato”.
4-junio-2012
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