Manuel E. Díaz Noda
Si bien lleva trabajando en el cine desde el año 2000, la carrera como compositor cinematográfico del polaco Abel Korzeniowski ha gozado de un especial despegue desde su trabajo en 2009 para la película de Tom Ford “Un Hombre Soltero”, donde compartió créditos con el venerado Shigeru Umebayashi. La incontestable belleza de esta partitura descubrió al mundo las habilidades de este compositor, quien supo en aquella ocasión no sólo estar a la altura del músico japonés, sino que la combinación de los dos trabajos resultara coherente y bien cohesionada. Su participación en esta película sirvió además para que una artista como Madonna se fijara en él y encontrara en su trabajo el estilo que ella buscaba para su segunda experiencia como directora.
De formación clásica y concertística, Korzeniowski siempre tuvo las miras puestas en el mundo del cine y ya en el año 2000 pudo debutar con la cinta de Jerzy Stuhr “Duze Zwierze (Big Animal)”, aunque su verdadera carta de presentación fue la partitura compuesta en 2004 para el clásico de Fritz Lang “Metropolis”. Fue a partir de este trabajo que decidió instalarse en Los Angeles y probar fortuna en la industria de Hollywood, siendo su primer encargo la música de “The Half Life of Timofey Berezin” de Scott Z. Burns (conocido también como guionista de las películas de Steven Soderbergh “El Soplón” y “Contagio”), en la que ya se puede apreciar este estilo post-minimalista que ha seguido desarrollando en “Un Hombre Soltero” y “W.E.”. Sin embargo, Korzeniowski ha sabido dar muestras de eclecticismo y versatilidad con otras partituras, como la cinta de animación polaca “Gwiazda Kopernika (Copernicus´ Star)”, donde apostó por una composición sinfónica y grandilocuente.
“W.E.” nos presenta una doble historia romántica ambientada a dos tiempos. Por un lado, la de la protagonista, Wally Winthrop, y su relación con Evgeni, un guardaespaldas de origen ruso, ambientada en el Nueva York actual, y por otro la de Wallis Simpson, la americana divorciada que conquistó el corazón de Rey Eduardo VIII. Esta última es la que da el tono a la película, centrándose en ese romanticismo exacerbado que llevó al monarca británico a abdicar por amor, cediendo el trono a su hermano, Jorge VI. La historia de (W)allis y (E)dward es contada aquí desde una perspectiva diferente a como la veíamos en “El Discurso del Rey”, idealizando el amor de los dos personajes, al mismo tiempo que Madonna opta por una narrativa fragmentada, con continuos saltos en el tiempo para enlazar las dos tramas principales. Encandilada quizás por la opera prima de Tom Ford, la artista toma partido por una puesta en escena preciosista, donde juega un papel determinante la dirección de fotografía de Hagen Bogdanski y la partitura de Abel Korzeniowski a la hora de trasladar a la pantalla de manera accesible para el espectador el complejo entramado emocional de la historia que se quiere contar.
Precisamente, desde un principio, la directora le dejó claras a Korzeniowski las directrices a seguir. Madonna marcó como tarea al compositor que simplificara lo máximo posible. No quería una compleja estructura musical, sino una partitura emocional, que abordara directamente los sentimientos de los personajes y no su psicología. Tampoco buscaba diferenciar los dos espacios temporales en los que se desarrolla la acción, sino un tratamiento unificador que potenciara la conexión entre Wally y Wallis. El punto de partida debía ser también el trabajo realizado por Korzeniowski para “Un Hombre Soltero”, hasta el punto de que esta partitura fue utilizada por Madonna como temp-track de su película, ciñendo aún más el campo estilístico en el que podía desenvolverse el compositor. Lo que a priori podía haber supuesto una mera reiteración de aquel trabajo anterior (con recursos similares, como el uso de un efecto metrónomo como marcador rítmico en el tema “I Will Follow You”, que recuerda al “Clock Tick” de la cinta de Tom Ford), en manos del músico pasa a ser composición emparentada, pero con suficiente entidad para adquirir un carácter único e independiente.
Korzeniowski prioriza la melodía por encima de todo, conocedor de que es el medio más directo para alcanzar esa finalidad emocional que Madonna requería de la música. En total compuso seis temas para la película con los que representa esa idea del amor obsesivo, capaz de sacrificar cualquier cosa que se interponga en su camino. De acuerdo de nuevo a las instrucciones establecidas por la directora, una vez introducidos, estos temas no ofrecen ningún tipo de variación melódica en el desarrollo de la partitura (sí el ritmo o la orquestación, pero no la melodía), enfatizando la tesis de Madonna de que las personas no cambian, lo que cambian son las circunstancias que les rodean y que generan la ilusión de evolución en el individuo (el propio compositor lo definió como “ver múltiples reflejos de una misma persona en una habitación llena de espejos”). Tampoco existe una concepción tradicional de la música en forma de leitmotivs que representen a los personajes o una relación romántica concreta. Así un mismo tema puede representar emociones diferentes dependiendo del contexto de la película.
Para esta partitura, Korzeniowski empleó una orquesta de 60 músicos, dándole gran énfasis a la sección de cuerda, especialmente al chelo y las violas que adquieren un valor solista a lo largo de toda la composición. También el piano juega una especial relevancia en la partitura, especialmente en temas como “Abdication” o “Evgeni´s Waltz”. De manera complementaria, el compositor introduce el uso del arpa, campanillas y trompas, que ayudan a dar delicadeza y profundidad a la música, e incluso, en momentos concretos (por ejemplo, a partir del minuto 3´40´´ de “Abdication”), se atreve a emplear algo de electrónica, sin que esto resulte intrusivo o rupturista para una partitura de estas características.
El resultado es una composición elegante y sofisticada, que cumple con los requisitos marcados por la cineasta, pero sin ser por ello una obra frívola o pueril, más bien todo lo contrario. Resulta imposible no sentirse embriagado desde la primera audición por su impacto melódico y la delicadeza y sencillez de su orquestación, encanto que se prolonga de manera hipnótica a cada nueva escucha del CD. Sólo un “pero” que ponerle y es la inserción como broche final de la canción “Masterpiece”, tema pop interpretado por la cantante y directora, un requisito para asegurar la trayectoria comercial de la edición discográfica, pero que, tras el clímax melódico alcanzado con el bellísimo tema “Dance for Me, Wallis”, rompe la progresión estilística del disco como un mazazo en el bajo vientre.
5-abril-2012
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