Frederic Torres
Las andanzas de Hugo, un niño huérfano cuyas peripecias se sitúan en el París del primer tercio de siglo, ha supuesto un nuevo paso en la colaboración entre Martin Scorsese y Howard Shore, constituidos, parece que definitivamente (se trata de su cuarto trabajo consecutivo, si exceptuamos “Shutter Island”), en pareja artística estable. El director siempre ha cuidado de un modo especial la música de sus films, haya sido desde planteamientos meramente contextuales y diegéticos (“Toro Salvaje”, “Uno de los Nuestros”, “Casino”), sin descartar los propósitos dramáticos (el empleo de “La Pasión según San Mateo” de Bach en los créditos iniciales de “Casino”, por ejemplo), hasta los más propiamente incidentales con compositores como Bernard Herrmann (“Taxi Driver”), Elmer Bernstein (“El Cabo del Terror” –remake de la partitura de Herrmann para “El Cabo del Miedo”-, “La edad de la Inocencia”, “Al Límite” ) o el propio Shore (la ya lejana “Jo, qué noche”, “Gangs of New York”, “El Aviador” e “Infiltrados”). Para esta inédita incursión en terreno ajeno a los habituales mimbres argumentales del director, el compositor ha dispuesto una partitura pretendidamente mágica, de vistosa presencia, con una orquestación que obtiene en el piano y el acordeón los principales aliados para el logrado objetivo de acentuar los aspectos evocadores y melancólicos del relato, así como para teñir del adecuado sabor local, en la misma línea del “Tintín” de Williams/Spielberg, las referencias contextuales (siempre con la Torre Eiffel de fondo). Expuesta, además, con un orquestación que se apoya en las Ondas Martenot (“The Thief”, “The Plan”, “Trains”, “A Train Arrives in the Station”), relacionadas con la presencia del autómata al que Hugo intenta activar para desentrañar su misterio; las guitarras (“The Chase”, “Hugo´s Father”, “Purpose”, “The Invention of Dreams”), identificadas nostálgicamente con la figura del padre ausente; y el viento-madera (el clarinete en “Snowfall”, el fagot en “The Station Inspector”, o la combinación de ambos con el oboe en “Bookstore”), asociado fundamentalmente, mediante una marcha bufa (un tanto tosca y burda), al gendarme obsesionado con atrapar a Hugo.
Los primeros fragmentos del disco muestran con meridiana claridad el planteamiento con que Shore aborda la partitura y en el primero de ellos (“The Thief”) se ofrece el motivo central, melódico y costumbrista (con el mencionado acordeón al frente), dedicado a un Hugo presentado a través de su actividad de raterillo. Es una melodía retentiva y reconocible, expuesta en forma de vals, que florece en el centro de una estructura establecida en tres pequeños bloques el primero de los cuales (el mejor, con diferencia, de la partitura) traza una introducción en la que el piano dialoga con los pizzicatos de la cuerda (mientras se sucede el vertiginoso travelling de apertura que atraviesa toda la estación) dando paso, a continuación, a la exposición del citado tema principal, sencillo y de ajustada dosis paisajista, que, en la tercera y última estrofa adquiere perspectivas dramáticas al adentrarse por los vericuetos más misteriosos y fantásticos del relato (al tiempo que el protagonista recorre su laberíntico hogar –plano-secuencia mediante-, ubicado en las entrañas de la estación) gracias a una transformación expositiva que incorpora una simulación rítmica, de onomatopéyica inspiración, del obsesivo “tic-tac” de un mecanismo de relojería cuya razón de ser evidencia la relevancia que los relojes adquieren argumentalmente en el relato. Sobre este tríptico expositivo, repetido sucesivamente en un par de ocasiones hasta culminar en el crescendo final del tema, bascula el entramado de los argumentos del compositor oscilando entre la descripción costumbrista (acordeón mediante) de las reparaciones del hábil Hugo y la poesía, adquirida mediante la lectura, de su cómplice amiga, Isabelle. Acto seguido (en “The Chase”), culmina la secuencia inicial del film en la que el edwardsiano gendarme francés persigue al huérfano protagonista en el escenario que lo acoge balanceándose entre pasajes de raíz diegética (el conjunto que interpreta un tango en un típico café parisino en el mismo recinto de la estación) y otros más puramente incidentales sustentados en unos dinámicos scherzos que pavimentan el fragmento empleando para ello una suerte de minimalismo costumbrista.
La citada importancia temática de los relojes queda certificada en la siguiente pista (“The Clocks”), en la que el rítmico balanceo de fondo recuerda los matices de suspense e intriga subyacentes al motivo central del “Instinto Básico” de Goldsmith. Esta recurrencia (“Hugo´s Father”, “The Message”, “Trains”) se origina y explica en la condición del oficio de relojero del fallecido padre del protagonista, adquiriendo una relevancia casi pareja al tema de Hugo, aunque de orden más incidental. En este sentido, la idiosincrasia de la historia permite balancear la partitura desde las tonalidades puramente evocadoras y protagónicas del piano y las guitarras (en “Hugo´s Father”), pasando por las de texturas delicadas, como el par de fragmentos que acompañan la aparición, revestida de mágica inocencia, de Meliés, el padre del cine de “fantasía” (en “The Movies” y “Papa Georges Made Movies”), con el piano y la cuerda de protagonistas, a otras revestidas de unos parámetros que exploran caminos más sombríos o briosos, según los propósitos (y la orquestación) que presenten, de las que ”The Invention of Dreams” sería el pasaje más emblemático con una introducción de reminiscencias circenses (los redobles de tambor, la combinación del acordeón y las guitarras, las escalas de piano combinadas con el metal, con una destacada trompeta) y un final más tétrico y oscuro.
Sin embargo, el extenso bloque final (que incluye el fragmento anterior y prosigue con “A Ghost in the Station” y “The Magician”) pasajes desordenados cronológicamente en el disco que pertenecen a distintos momentos del film (el uno puramente descriptivo y el otro como ilustración de uno de los varios flash-backs de la película) desvirtúa un tanto el expectante planteamiento inicial, pues, aunque efectivo, peca de una subordinación incidental que acaba por desdibujar y dispersar esas intenciones, víctima de la excesiva mediatización a las imágenes a las que se debe. Y ello a pesar de la suite (constituida por “Winding It Up” y “Coeur Volant”, esta última una versión vocal – a cargo de la cantante Zaz- del tema de Hugo ubicada en los créditos finales) con que se cierra el disco, en lo que puede entenderse como una llamada a la unidad temática de parte del compositor, quien a pesar de la citada falta de concreción y sin lograr ensombrecer, ni por asomo, tiempos pretéritos, consigue con el presente trabajo firmar, a pesar de cierta descompensación inspirativa (Scorsese se ve obligado, entre otras, a utilizar varias obras de Satie –la “Gnossienne nº1: Lent”- y de Saint-Saëns –la “Danse Macabre”- en algunos momentos culminantes del film y no sólo como lógica ilustración acerca de una música que llegó a utilizarse con el mismo fin en su época), una de las partituras más efectivas de su último repertorio (lo cual tampoco es decir demasiado) intentando estar a la altura del sentido y poético homenaje, no exento de pedagogía, urdido por Scorsese sobre los orígenes del cine así como de las imprescindibles cinematecas posteriores, cuya gratificación en forma de nominación al Oscar puede haberle debido bastante al efecto “arrastre” de las otras nominaciones del film, pero que tampoco desmerece como colofón a un (ajustado) reconocimiento.
15-marzo-2012
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