Pablo Nieto
La música de James Horner hoy en día resulta tan estereotipada como el cine de Jean Jacques Annaud. Director al que algunos han querido ver como el heredero natural de David Lean, por su gusto por la épica y los grandes espacios, pero que por desgracia ha olvidado algo tan esencial como los personajes y la historia. Ambos, compositor y director, se conocieron en 1986 colaborando en “El Nombre de la Rosa”. El primero aún con ideas frescas y atrevimiento, insertando el sintetizador en la Edad Media, el segundo dejándose llevar por la obra maestra del escritor Umberto Eco. Peor fueron las cosas en 1999 con la pretenciosa “Enemigo a las Puertas”, donde nazis y comunistas participan en una orgía de caos y muerte, defectuosamente guiada por el francés; éxtasis del “parabará” rachmaniano, en el caso del compositor.
Su reencuentro en “Oro Negro” nos traslada a principios del siglo XX a la llamada franja amarilla del desierto de Arabia, durante años objeto de disputas a nivel local entre los jerifaltes locales más respetados, el emir Nesib y el sultán Amar, que se convertirá en una guerra de sangre por el codiciado mineral líquido, descubierto por unos prospectores americanos. Basada en la novela “Al sur del corazón”, escrita por Hans Ruesch, no hay aspecto de este enfrentamiento que nos resulte ajeno a la situación actual de Oriente Medio. Y hoy donde los tanques flanquean los depósitos que alimentan las guerras que los dan sustento, antes se levantaban las murallas de Hobeika y las de Salmaah, sobre un mar de arena extenuante, asistiendo impasibles entre presente y futuro, entre tradición y modernidad.
En el caso de James Horner no hay choque entre presente y futuro, directamente no hay enfrentamiento, simplemente nostalgia de un pasado que ya nunca volverá y del que únicamente se puede disfrutar desempolvando viejos vinilos o algunos de sus primeros cds. 15 años después de su Oscar por “Titanic”, y 17 de su última obra maestra, “Braveheart”, a James Horner aún hoy se le sigue esperando. Y por mucho que esperaran encontrarlo entre las dunas del golfo de Aqaba, aunque fuera parafraseando a Rachmaninov, el otrora gran animador de masas, el inductor de tantos aficionados a amar esta incomprendida pasión, sigue desaparecido. Aún así, y a pesar de las continuadas decepciones, cada regreso suyo sigue generando expectación. Al menos eso que se lleva.
Su “Oro Negro” arranca con profundo lamento árabe (“Main Title – A Desert Truce”), que inmediatamente nos traslada a “Las Cuatro Plumas” en cuanto al recurso y su interacción con la orquesta, y a la presentación del omnipresente tema central, a piano y dos voces. Ya aquí se echa en falta algo más de atrevimiento en el compositor, insertando una llamada a la oración huyendo así del clásico tarareo simple y efectista. El leitmotiv alzará el vuelo en “Horizon to Horizon”, una pieza elegante, con ese desértico timbre instaurado por Jarre, terreno abonado para el disfrute del compositor pero de dudosa inventiva, pues no es más que una deconstrucción de una de las eternas melodías del repertorio del compositor angelino que alcanza su cenit precisamente en la mencionada “Enemigo a las Puertas”. De hecho para los amantes de las comparaciones no hay más que escuchar el, por otro lado hermoso, tema de “Tania” con el que cierra la película, y trasladarlo al desierto árabe.
No habrá cambios sorprendentes en el discurso de Horner de aquí al final de la partitura, dotando de una protagonismo excesivo al tema y obviando la utilización de cualquier soporte melódico secundario. Así, más allá del optimismo y la vivaz versión tímbrica del tema central en “The Wonders of Health” y “Fresh Water”, el tempo triste y la melancolía de “The Blowing Sands” y “Leaving as Emissary”, será la nota predominante del score, con pasajes donde las cuerdas cederán el protagonismo a la voz y el piano (“Phantom Army” y “Father and Son”).
“One Brothers Live, One Brothers Die” servirá de anticipo al choque frontal de los ejércitos, con apuntes del ejercicio marcial que Horner propondrá en “Battle in the Fields”, donde metales y percusiones llevarán al leitmotiv a terrenos donde el compositor se desenvuelve con soltura, antes de su speech final, de incuestionable belleza, “A Kingdom of Oil”, que cerrará este cruento enfrentamiento de sangre por petróleo con el mismo lamento vocal y sostenido de cuerdas con el que iniciaba la obra. Muy similar al lamento del aficionado al asistir a una nueva ocasión perdida por el californiano.
12-marzo-2012
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