José-Vidal Rodriguez
A estas alturas, pocos pueden dudar de la encomiable labor llevada a cabo por James Fitzpatrick en la recuperación de partituras clásicas para su reinterpretación y adecuación a la calidad de sonido y avances actuales. Su amor por la (verdadera) música de cine, ha dado ya sus frutos con la publicación de un buen puñado de obras de adquisición obligada, tales como ” The Private Life of Sherlock Holmes”, ”Exodus”, o la imprescindible ”El Cid”. Con estos antecedentes, resulta cuanto menos curioso que haya prestado su talento a la consecución de un proyecto muy por debajo de la línea de calidad que viene caracterizando las intervenciones del británico y su sello Tadlow, aun cuando en esta ocasión sea la belga Prometheus la discográfica encargada de lanzar al mercado una tan pulcra como innecesaria reinterpretación de la partitura original de “Conan The Destroyer”.
Secuela inevitable -dado el colosal éxito- de la idea original de John Milius (al que sustituye un especialista de productos menores con aires de grandeza como fue Richard Fleischer), la exigua calidad del filme acabó por frustrar la longevidad del personaje de Conan, tan solo rescatado hace unos meses en el enésimo e infumable remake al que nos tiene acostumbrados el nuevo Hollywood. Con un presupuesto ampliamente recortado con respecto al filme original, el malogrado Basil Poledouris regresaba a la franquicia para "sufrir" de nuevo el modo de producir de los Laurentiis, viendo cómo sus ideas iniciales eran imposibles de ejecutar a causa del reducido tamaño de la orquesta asignada, una "Unione Musicisti di Roma" errática y claramente insuficiente (incluso la sección coral sería descartada a última hora por falta de fondos). Ante la precariedad de medios que caracterizó la fase de postproducción, el compositor de Missouri llegaría a afirmar en una entrevista que mientras la grabación de "Conan The Barbarian" nunca le dejó satisfecho, la experiencia en "Conan The Destroyer" alcanzó cotas de absoluta frustración para el músico. Un sentimiento que parece conmover a Fitzpatrick a la hora de apadrinar una de sus producciones más exóticas y prescindibles, sobre todo atendiendo a la pobre predisposición con la que Poledoris afrontó y resolvió esta secuela.
El autor, influido quizás por la sensación global de mediocridad del filme, muestra su cara más apática y autocomplaciente desde el momento en que no es capaz de ofrecer algo diferente a un mero popurrí de los highlights del score de la película primigenia, introduciendo tan sólo un puñado de ideas nuevas sin la suficiente enjundia como para dotar de personalidad al encargo. El continuismo de aquella senda musical iniciada por el "Barbarian" parece lógico, dando coherencia al tratamiento de un personaje que sólo cambia de escenario y acompañantes; pero el reciclaje de sus motivos secundarios y su aplicación a situaciones totalmente dispares, convierten durante muchos minutos a la partitura en un collage de ideas previas con el que salir medio airoso del envite y alegrar de paso los oídos a los aficionados incondicionales del músico, a costa eso sí de dejar prácticamente indiferentes al resto. Dentro de los motivos rescatados para esta segunda entrega, destaca la inclusión fugaz del magnífico love theme ("Valeria Remembered"), la pegadiza marcha de la "rueda del dolor" que vuelve a aparecer parcialmente en el corte "Door Lift", o la conocida pieza que sonaba durante la orgía bárbara, ahora aplicada sin rubor a una ceremonia de sacrificio ("Dagoth Ceremony").
En lo referente a las pocas ideas compuestas ex-profeso para la secuela, es justo reconocer la habilidad de Poledouris a la hora de escribir un nuevo y trepidante tema del héroe y combinarlo con el antiguo de manera muy natural ("Main Title"), y ello pese a que la referencia a éste último se eliminara finalmente del montaje ("Main Title [Film Version]"). Además, la partitura reserva un instante de indicutible calidad con la audición del tema "Chamber of Mirrors", marcha de notable progresión dedicada al combate del protagonista con una extraña criatura, en la que se vislumbra un incisivo motivo en ostinato posteriormente recuperado por el compositor para el estimulante score de "Robocop". Así las cosas y pese a que el autor no logra un equilibrio pleno entre temas nuevos y uso del material preexistente, lo cierto es que este "Conan The Destroyer" sí es aprovechado por el de Missouri para pulir parte de los defectos que arrastraba la primera partitura en lo relativo al nivel de adecuación y homogeneidad con las imágenes, logrando aquí una partitura de tintes irregulares pero ciertamente servil en su conjunción visual.
Al igual que lo acontecido con la regrabación anterior del “Conan The Barbarian”, las orquestaciones originales de Greig McRitchie, Jack Smalley y Steven Scott Smalley son respetadas milimétricamente por una “City of Prague Philharmonic Orchestra” que, proyecto tras proyecto y gracias al buen hacer en la dirección de Nic Raine, parece estar armándose de un empaque impensable hace tan solo unos años. Buscando la máxima atención comercial de los aficionados, el álbum se completa con un segundo compacto en el que además de los inevitables temas alternativos, se incluyen cerca de 15 minutos de la partitura utilizada para el “Sword And Sorcery: The Adventures Of Conan”, un espectáculo del Universal Studios Tour al que Poledouris puso música en 1983. Paradójicamente, el músico evita referenciar expresamente los motivos del Conan original (justo lo contrario de lo que haría un año después con el “Destroyer”), ofreciendo una nueva visión del personaje en la que potencia lo místico ("Introduction", "Winds of the Woods") por encima incluso del lado poderoso del héroe ("The Fight"). Agradable broche final para una regrabación resuelta con esmero y pulcritud, pero que se antoja reservada únicamente a los fans incondicionales del compositor.
31-enero-2012
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