José-Vidal Rodriguez

Sin comerlo ni beberlo "The Artist" se ha convertido en la revelación cinematográfica del año usando unos condimentos nada habituales a la hora de aunar a crítica y público. El blanco y negro y su condición de película muda son los ingredientes principales con los que su director Michel Hazanavicius cocina esta delicatessen, en la que explora el ámbito de la cinefilia con un homenaje al celuloide norteamericano clásico, tanto mudo como sonoro. El hilo conductor, precisamente la muerte del cine mudo y de los elementos que lo sustentaban, tiene su reflejo en las vivencias del protagonista, un actor llamado George Valentin especializado en el cine exótico de aventuras, que es apartado de los estudios tan pronto como la irrupción del sonido se hace patente en la industria. Su descenso a los infiernos, refugiado en el alcohol y en su propia autocomplacencia, contrasta con el sensacional triunfo en la nueva era sonora de una actriz a la que él mismo descubrió.

Ludovic Bource era, hasta hace unos meses, todo un desconocido en el ámbito de la música de cine, hasta el punto que menos de una decena de partituras jalonan la filmografía de este compositor bien entrado en la cuarentena; obras, la mayoría de ellas, compuestas precisamente a requerimiento de su amigo Hazanavicius. No en vano, los únicos trabajos editados corresponden a los scores de las comedias de espionaje “OSS 117: Cairo, Nest of Spies” y “OSS 117: Lost in Rio”, co-escritos junto a Kamel Ech-Cheik. Con tan escaso bagaje y experiencia en el medio, resulta aún más meritoria su aportación para “The Artist”, cuyo tono atípico no hace sino acrecentar la atención en su único recurso sonoro: la banda sonora.

Bource asienta sus propuestas sobre un axioma que se antoja aquí capital: la descripción, una característica que puede resultar básica en la música aplicada y aún más trascendente en una cinta muda. No hay diálogos ni efectos sonoros que refuercen la narración, por lo que la ausencia de estos elementos realza el protagonismo de un score que estira, exagera, incide e incluso desdramatiza unas características musicales con las que trata de homenajear/reproducir el acompañamiento ficcional que Hazanavicius torna en referente. El músico es consecuente con una idea global de revival según la cuál el cineasta tiende puentes de unión con el cine de una época que trata de imitar (hasta el punto de posicionar ese intento a la misma altura jerárquica que el hecho narrado), mientras el compositor lo recrea adentrándose en los terrenos de la metamúsica: deja de funcionar como complemento de una realidad ficcional para trascenderla en la frontera del pastiche, de la emulación. Esta aproximación se convierte en un arma de doble filo que estimamos condiciona la originalidad de la obra y hace dudar del virtuosismo que muchos han querido ver en la persona de Ludovic Bource.

Como el propio compositor reconoce en una entrevista reciente, no es un especialista en música sinfónica y la atenta audición de la obra corrobora no sólo la irrupción tanto de una enorme ambición (culminada por la sensacional interpretación de la Filarmónica de Bruselas, más conocida por su sobrenombre de "Orchestra of Flanders"), como de una escasa impronta personal. No se trata de negar las cualidades de un autor que se confiesa autodidacta y cuya experiencia en el cine es aún muy escasa. Salvando todos estos handicaps y estudiando al detalle la música del Hollywood clásico, Bource plasma un sugerente collage en el que se dan cita autores claramente reconocibles. “The Artist” suena al “Sunset Boulevard” de Waxman (su obertura, por ejemplo, así lo atestigua), a Steiner, a Chaplin y de forma evidente a Bernard Herrmann (alusiones que abarcan registros tan dispares como la clara referencia al “Scene d´Amour” de ”Vertigo”, o la inclusión deliberada de las conocidas cuatro notas del “Cape Fear” en el corte "Ghosts from the Past"). Todo ello no hace sino inclinar la balanza hacia un lado en el que Bource se comporta como artesano al servicio exclusivo de la nostalgia, un eficaz transcriptor de todas las melodías y armonías que coronaron la música del Hollywood añejo, realizando una labor meritoria, evocadora y melancólica donde sólo cabe hacerse la siguiente pregunta: “¿hay realmente talento en un autor cuya personalidad queda solapada tras esa cortina de homenajes y referencias ajenas?”.

Pocos dudan a fecha de hoy que el fenómeno "The Artist" se convertirá en el buque insignia de la ceremonia de los Oscar de este año. Entre las categorías destacadas, su banda sonora original tiene visos de alcanzar un galardón que últimamente parece reservado a obras creadoras de atmósferas, grandes dosis de modernidad malentendida y con una entidad alejada al máximo del ámbito musical tradicional. Si bien ninguno de estos adjetivos pudiera aplicarse al trabajo de Ludovic Bource, lo cierto es que su revival musical del Hollywood dorado destila la suficiente enjundia como para que la Academia fije los ojos en él. Otra cosa bien distinta es que detrás de todo este despliegue fastuoso, elegante y bien presentado, haya realmente un músico capaz de sobrevivir a la industria ofreciendo algo más que el sugerente “mimetismo” estilístico logrado con “The Artist”. El futuro dará o quitará razones a todos aquellos que, como el que esto escribe, no se han dejado deslumbrar por este ejercicio de método envuelto en un precioso y aparente papel de regalo.

4-enero-2012