David Serna
La música de Michael Giacchino lleva ya el suficiente tiempo moviéndose en unos márgenes de calidad muy definidos y sin distancias sorprendentes entre partitura y partitura, algo que, como un arma de doble filo, beneficia y perjudica a partes iguales a esta “perita en dulce” de la música de cine contemporánea. Le beneficia, por un lado, porque corrobora en todo momento eso que el paso del tiempo ha hecho evidente desde que Giacchino, curtido en mil batallas sobre las trincheras del videojuego, sorprendiera al más escéptico con la exhuberante “The Incredibles”: su habilidad para componer con una elegancia y honestidad difíciles de encontrar en una industria plúmbea y mecanizada; su inesperado gusto por el detalle, propiciado por unas orquestaciones pulcras y “a la antigua usanza” (donde ha tenido mucho que ver el veterano Jack Hayes, orquestador de Elmer Bernstein o Henry Mancini); y yendo a lo primordial, su reconfortante digestión de los patrones sinfónicos que han dignificado la banda sonora en las últimas décadas, mucho más deudores del eterno legado de John Williams y Jerry Goldsmith (los dos músicos más presentes en los gestos y maneras del travieso Giacchino) que de los Silvestri o Horner de los que parece beber una pieza artesana como “Up”, clase magistral de un compositor que domina los vericuetos de su oficio y que, añadiendo un valor humano incluso enternecedor para los tiempos que corren, demuestra amarlo con vocación y entusiasmo.
Pero esa sensibilidad y distinción más o menos constantes, por otro lado, perjudican a Giacchino porque le obligan a anclarse en unos procederes que, a sabiendas de que funcionan, no le animan a evolucionar hacia algo “más grande”, transformando sus virtudes en limitaciones, convirtiendo su refinada técnica en su peor enemigo. Giacchino ha acariciado el cielo en varias ocasiones (ahí están la exquisita “Ratatouille” o un simple tema de “Lost” como “Moving On”). En otras, se ha quedado muy lejos (como en la reciente “Super 8”, una ocasión desperdiciada precisamente por eso: por la confianza en unas señas de identidad y su negativa a trascender, operando en todo momento desde el “estilo Giacchino” esperado). Por suerte, sus muestras de inspiración suelen ser lo suficientemente tenaces como para dejar entrever a ese artesano añejo y consciente de su anacrónica finura que hay en “Up”, partitura que le valió un merecido Oscar en 2010 y que sólo recientemente ha visto la luz en edición limitada (a unas generosas 10.000 copias, eso sí) gracias a un proyecto conjunto de Intrada y Disney por preservar títulos inéditos y de máximo interés para el aficionado (como la anhelada “The Black Hole”, de John Barry). En su momento, “Up” sólo estuvo disponible oficialmente como descarga en el portal iTunes, que compró los derechos a Disney para distribuirla en exclusiva, como el score de Randy Newman para “Toy Story 3”. Giacchino lamentó públicamente esta triste maniobra, que por primera vez en tres décadas dejaba huérfana de edición discográfica a una partitura… ¡ganadora del Oscar! Pero el tiempo ha puesto las cosas en su sitio, y ese compacto de “Up” que los aficionados (y el mismo Giacchino) reclamaban es ya una bendita realidad (pese a la típica ausencia de material fotográfico tratándose de la Disney, suplida con dibujos a mano incluso en la propia portada).
Para ilustrar la imaginación de un hombre septuagenario que vive plácidamente en su casa hasta que, un buen día, se sumerge de forma inesperada en fantásticos y peligrosos viajes, Giacchino escribe un elegante y memorable tema principal de aire “envejecido”, una suerte de vals que conecta con la música que escuchaba Carl (el anciano protagonista) en su juventud y que el compositor presenta al comienzo de la partitura con una instrumentación típica de aquella época (años 40 y 50), como si el sonido de una pequeña orquesta de salón acompañara las andanzas del personaje incidiendo en la nostalgia del pasado y rememorando a ese joven que, pese a sumergirse en un mundo de aventuras que ni podía imaginar en su infancia, vive ahora en un cuerpo de anciano.
El vals, que Giacchino introduce en el segundo corte (“We´re in the Club Now”) y luego moldea en registros muy diversos, pasando de expresar el amor de Carl hacia su esposa a simbolizar la aventura en la que se embarca, posee un arranque singularmente parecido al “Me voy a morir de tanto amor” de Alberto Iglesias en “Lucía y el sexo”, pero Giacchino rápidamente encauza los acordes iniciales hacia una melodía más esbelta y ligera, cuyo itinerante envoltorio de “orquesta de salón” (con violín y trompeta con sordina en “Married Life” y al comienzo de los “End Credits”) o más abiertamente sinfónico (por primera vez en “Carl Goes Up”) transmite la sensación de asistir a un lujoso viaje repleto de peripecias a la manera del Victor Young de “Around the World in Eighty Days”, donde el carácter de la radiante melodía (más solemne o más desenfadada, pero siempre optimista) determina el tono de la acción y se implica dramáticamente con una sensibilidad inusual en el tópico campo de la animación (la placidez y hermosura del vals cuando Carl se eleva en globo sigue al dedillo, de hecho, las mismas pautas que el ascenso musical, también en globo, de David Niven y Cantinflas en la célebre superproducción de Julio Verne, un escritor cuya imaginación revolotea constantemente sobre el espíritu de “Up”).
Podría parecer que Giacchino sigue rindiendo tributo a la golden age en los pasajes más coloridos y variados estilísticamente (temas dinámicos y floridos como “52 Chachki Pickup”, “The Small Mailman Returns” o “Seizing the Spirit of Adventure”), en tanto que conectan musicalmente con la estética de un lenguaje en desuso, demasiado íntimo y artesanal para emparentarse con el neosinfonismo de Horner o Broughton (de maneras más llamativas y menos delicadas). Pero el revival de Giacchino circula por otro camino: el compositor demuestra en “Up” haber alcanzado ese deseado punto de inflexión (de autoría, si se prefiere) con el que, antes que remitir a sus músicos favoritos y a la nostalgia de una época, se parece más que nunca a sí mismo. Los ritmos selváticos de “Canine Conundrum” conservan las percusiones y metales del mejor “Lost”, mientras que los espaciados acordes de piano de “Stuff We Did” conectan con los momentos más recogidos de la serie, esos que aíslan a Giacchino del ruido de su generación. “Memories Can Weigh You Down” incorpora el clásico momento de victoria “marca de la casa” con el que el compositor, como en “Ratatouille”, se recrea triunfalmente en las notas del tema principal, al tiempo que “Walkin´ the House” y “Kevin Beak´n” retoman apuntes de bossa-nova que ya incluyó en su colaboración con Pixar/Disney. Y un corte como “Escape from Muntz Mountain” aglutina, con la suficiente clase y sentido del espectáculo para considerar a Giacchino un músico-isla de su promoción, lo mejor de “The Incredibles”, “Star Trek” y algunas de sus creaciones más virtuosas, dejando bien visible que lo que parece vagar sobre un longevo sendero colinda con los caminos de la modernidad.
Ese es el gran mérito de Giacchino: su elasticidad para reasimilar maneras clásicas y hacerlas perfectamente digeribles para un público ensordecido por la atronadora estética del nihilismo (la de “Thor”, la de “Green Lantern” …), pasando por el implacable filtro de los grandes estudios una humanidad tan reconfortante como inesperada. Sólo una mentalidad como la suya podría trasladar al oyente contemporáneo una melodía de aire vetusto como la que arranca en “Up with Titles”, un segundo tema principal asociado al “espíritu de la aventura” de Charles Muntz cuya ingenuidad y optimismo se van desvaneciendo y tiñendo de negro a medida que el héroe admirado se convierte en villano (en cortes como “The Explorer Motel” o “Giving Muntz the Bird”). Giacchino sólo consiente que el tema de Muntz recobre su vitalidad original (la de la canción “The Spirit of Adventure”) en la animada suite de los créditos finales, perfecto colofón a una forma de entender la música de cine que, paradójicamente retrocediendo más de medio siglo, es la que Hollywood necesita en esta artificiosa era del 3D.
Porque el soplo de aire fresco de Giacchino no es que sea tan extraordinariamente fresco: es, simplemente, una ráfaga de sinceridad y pureza, una ventana abierta que deja percibir instrumentos y silencios, que se permite el lujo de exhalar puntuales bocanadas de luminosa inspiración como “Up” en un momento en el que la industria estadounidense no ofrece demasiadas ocasiones para oxigenarse, no elabora películas que arrojen tantas posibilidades expresivas como las que alberga esta afable y tierna historia de magia y cinefilia. Giacchino es de los pocos “operarios” actuales que podía aprovechar tanta riqueza audiovisual (ahí está la emotividad de un corte como “Married Life”, música de cine en estado puro), y su score es la demostración más honesta y transparente, convirtiendo la partitura en un personaje más y elevando la obra maestra de Pixar/Disney a la altura que se merece.
12-septiembre-2011
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