Miguel Ángel Ordóñez
“House of Usher”, basada en una novela de Edgar Allan Poe, destapa a su director, Roger Corman, como un hábil recreador de atmósferas insanas, alguien capaz de economizar drásticamente los decorados y derrochar gran imaginación a la hora de plasmar la esencia de una serie de horrores góticos producidos por la independiente AIP. Les Baxter, el músico fetiche de algunas de ellas rentabiliza esa falta de presupuesto sobre el trasfondo de una historia de monstruo “sin monstruo”, convirtiendo la verdadera amenaza del film, la desvencijada casa Usher, en un reflejo distorsionado de las almas torturadas que la habitan, el recuerdo de una mujer condenada a morir por culpa del desmoronamiento psicológico de sus ancestros, aristócratas depravados que purgan horrendos pecados.
Primera de las cuatro colaboraciones del trío Poe-Corman-Baxter, tanto en “La Caída de la Casa Usher” como en “El Péndulo de la Muerte” no existen vestigios de los rasgos cómicos que salpican, aquí y allá, la acción de las postreras “El Cuervo” e “Historias de Terror” (segmento “El Gato Negro”), dejando claro el interés de Corman por abandonar los aspectos terroríficos y sobrenaturales de los cuentos de Poe y adentrarse en sus historias más grotescas y satíricas. Los rasgos estéticos empleados por Baxter adquieren, en cambio, una funcionalidad similar en todas ellas. En “House of Usher”, el compositor establece una atmósfera recargada, más barroca que gótica, en la que predomina el empleo de densas armonías, intervalos de cuarta aumentadas (los famosos tritonos denominados durante el medievo “diabolus in musica” por su sonido algo siniestro), una aparente desnudez tímbrica conseguida a partir de un uso incisivo de la instrumentación solista y un exógeno apoyo electrónico y coral con los que evoca timbres que parecen provenir del más allá, aspectos sobrenaturales del relato que emergen a partir de una narración estructurada alrededor de una falsa diégesis. La aparición de nebulosas tonalidades electrónicas que ayudan a incrementar la fiereza visual que desprenden los retratos de los antepasados colgados en las paredes del salón de la casa, por ejemplo, fuerzan un giro inesperado hacía ellos del personaje interpretado por Vincent Price. Es como si el protagonista tomara conciencia de que está siendo observado por una fuerza superior e intangible, como si fuera capaz de sentirla a través de ese diseño electrónico que logra otorgar a la música una naturaleza animada, viva y maleable.
A diferencia del resto de relatos dirigidos por Corman sobre cuentos de Poe, en este opus.1 de Baxter priman los aspectos románticos sobre los terroríficos, algo hasta cierto punto lógico si observamos las características argumentales del relato: Philip, un joven resuelto y decidido, solicita la mano de Madeline en la mansión que la familia Usher tiene en un apartado páramo donde la vegetación hace tiempo que no crece. Roderick, el hermano de su prometida, trata por todos los medios de evitar el enlace contando, para ello, con la inestimable colaboración de la propia casa, un monstruo que se resquebraja, se lamenta y toma partido en la acción como un personaje más. Baxter adopta, durante gran parte del metraje, el punto de vista de Philip y su sentimiento de protección sobre Madeleine (“Overture”, “Main Title”, “Reluctance”), estructurando su comentario musical alrededor de un gran tema de amor transformado en instrumento físico capaz de evitar el funesto destino reservado a la pareja. Si el amor es la única manera de luchar contra el mal, Baxter consigue que su música adustamente romántica se comporte como un personaje más, canalice las angustias y ofrezca posibilidad de escape a unos personajes que viven en continuo confinamiento. Para ello acude a un recurrente motivo de cuatro notas del que el músico huye hábilmente a través de la confección de un denso laberinto de armonías en los que el leitmotiv emerge distorsionado, en inversión, utilizando multitud de disfraces tímbricos o adquiriendo una naturaleza contrapuntística y politonal. De este modo, esta célula tonal se escinde de manera periódica, se queda pequeña, como si se viera superada por emociones tan complejas como para ser resueltas a partir de un breve bosquejo horizontal. Ejemplos de la amplia variedad de recursos utilizados por Baxter para desplegar/ocultar esta célula motívica a lo largo de la edición los encontramos en “Buried Alone” (pizzicatos de violín [05.15]), “The Vaults” (para chelos [01.25] o fagots [01.42]), “The Ancestors” (violines) o “Fall of the House of Usher” (tubas [01.50] o trompas y trompetas [09.30]).
Con el fin de otorgar variedad al discurso y lo que es más importante, de permitir más amplias lecturas a la audiencia, Baxter traslada el punto de vista musical al personaje de Roderick y a toda la cohorte de habitantes ocultos de la casa, en una palabra, a los villanos. Cuando la visión que adopta es la del hermano de Madeleine, la música posee unas capas tan ricas que éste se convierte en un personaje ambiguo y multidimensional. En un principio, Roderick es una presencia borrosa, sin contornos, pero gracias a un sorprendente uso del color y a la aparición de largas notas siniestras y disonantes, asoman en él su orgullo, impaciencia y beligerancia. Como la maldición de Roderick es su sensibilidad ante el ruido y el tacto, vive en un mundo de silencios y distancias. Eso es lo que reproduce Baxter musicalmente en “Roderick Usher” a través de contrapuntos disonantes entre flautas, piano (objeto de acometidas percusivas), clarinetes y laúd, instrumento que el propio personaje interpreta extrayendo de él una música moderna y fría como un témpano de hielo. El último punto de vista utilizado emerge con la aparición de los fantasmas que habitan la mansión, a los que Baxter otorga una cualidad onomatopéyica a través del empleo de coros y electrónica (“The Ancestors” y “House of Evil”), simulando sus lamentos, materializando sus horrores en una enfermiza bacanal de dolor y sufrimiento que sugiere la acción de fuerzas mortíferas y destructivas.
Baxter nos regala su mejor partitura gracias a una concepción musical brillante que estimula la creación de atmósferas enfermizas y claustrofóbicas. Primero de sus trabajos para AIP, emplea una instrumentación bizarra, atrevidos efectos de sonido y orquestaciones decadentes, para conseguir con todo ello que sus personajes sientan la imposibilidad física de abandonar el asfixiante decorado que transitan. Se trata de una obra que presiona constantemente en las fronteras del género, ya sea por arriba o por abajo, poniendo de relieve fracturas bajo una pulcra superficie romántica, donde potenciales centros tonales se empujan unos a otros, triadas mayores y menores suenan enturbiadas sobre notas extrañas, acordes coagulados revelan una atmósfera de extrema vulnerabilidad. Desde el momento que Philip entra en la mansión, el cometido de Baxter es recordarnos que una sucesión de tumbas vacías y a la espera de dueño les aguarda en el sótano de la mansión. Un sombrío océano de sonidos rotos por una fugaz luminosidad envuelve sus mortajas.
2-mayo-2011
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