David Serna
Puede que Burt Bacharach nunca haya sido un músico especialmente dotado para el comentario cinematográfico ni conocedor, en verdad, de sus inagotables posibilidades dramáticas, pues generalmente (no siempre, como se puede apreciar en la sensible “Isn´t She Great?”) resolvió la papeleta encajando del mejor modo posible música que, a oídos de los más intransigentes, podría haber derivado a cualquiera de sus discos comerciales, sin esmerarse en demasía en tantear otras opciones diegéticas alejadas de su habitual discurso ligero y homogéneo, por más que la mezcla de estilos bacharachiana fuera a menudo un torrente de riqueza musical: una cosa son los ingredientes de un pastel, su variedad de sabores y texturas, y otra bien distinta que el envoltorio sea inflexible, que el molde siempre tenga la misma forma. Y es que Bacharach no nació para ser músico de cine: lo suyo siempre ha sido la música, a secas, esa con la que plantó cara a las convenciones de toda una generación pop empleando atrevidos cambios de acordes y tiempos poco convencionales. En una época (finales de los 50 y toda la década de los 60) en la que el pop de tres o cuatro acordes era la regla, Bacharach recurrió a progresiones más refinadas, propias del jazz, en melodías que bajo su fascinante belleza escondían combinaciones asimétricas, que no cabían en los ritmos típicos de 4/4.
Esta nueva perspectiva de Bacharach, sutil pero guerrera, trastocó el estilo y el sonido de la música popular comportando indirectamente que los puntuales encargos cinematográficos del compositor (a través de canciones concretas o bien escribiendo todo el score) exhibieran una frescura y un aroma renovador que, si bien no difería en concepto de lo que venían planteando sus colegas todo el tiempo (desde Henry Mancini a los no tan poperos, coaccionados a ceñirse a la moda), encerraba un vocabulario musical más amplio, más complejo que el sweet listening común, como el propio Bacharach reconocería: “Sería incapaz de escribir una canción de tres acordes, con sol mayor y ese tipo de cosas. ¿Qué, ninguna suspensión en la quinta, ninguna séptima? No podría hacerlo”. A Bacharach sólo le faltó saber explorar las posibilidades del medio (como Mancini, Schifrin y tantísimos otros) para que la transmutación genérica, por ejemplo, de su flamante “Butch Cassidy and the Sundance Kid” no se quedara en eso: en el cambio de noción, en la ruptura de patrones, en la imposición de un concepto sin explorar nuevas vías diegéticas, limitándose a esparcir sus geniales creaciones por encima del relato, sin remaches, sin atenerse a los vaivenes propios del lenguaje aplicado, haciendo imperar sólo la estética.
Sin embargo, su música era tan sorprendente y armoniosa, tan seductora y emotiva en su estilizada sofisticación, que machacar impunemente los scores de Bacharach alegando ausencia de implicación narrativa llevaría a un veredicto equivocado: sus habituales comedias, ya fueran románticas o de puro dislate, en verdad no necesitaban funcionar más allá de unos requerimientos ambientales (y ocasionalmente sentimentales) que el músico siempre logró con creces, tanto en “What´s New, Pussycat?” y “After the Fox” como en la inmediata “Casino Royale”, para la que Bacharach escribió posiblemente la mejor música que podía pedir semejante despropósito, sin necesidad (de ningún tipo, ni la más remota, vaya) de profundizar en personajes o situaciones. Es más: tomarse en serio, a la manera tradicional, una película tan desmadrada y caótica no sólo en lo argumental (hasta seis directores diferentes hicieron lo que pudieron para darle sentido, mientras Peter Sellers y Orson Welles tuvieron que rodar sus escenas en común en planos separados porque no podían ni verse) podría haber limitado aún más la poca gracia que esta destartalada parodia de las películas de James Bond ni siquiera alcanza con el pletórico festín musical de Bacharach, en uno de los mayores contrastes música-película que puedan recordarse.
No hay corte de “Casino Royale” que no evidencie, en todo momento, la pasión con la que Bacharach vivía la música. Hasta el fragmento más breve y episódico (como pueda parecerlo “Le Chiffre´s Torture of the Mind”) alberga una riqueza melódica y un amor en cada nota difícilmente extrapolable al léxico de otro músico pop. Quizá la clave del “sonido Bacharach” esté en sus equilibradas orquestaciones (siempre con pocos instrumentos, los precisos, convirtiendo a cada uno en un personaje, lejos de una orquesta tradicional) y en su tendencia innata por la melodía (hasta la idea más elemental siempre acaba reconvertida en un tema tarareable, reconocible, nada disperso e impregnado de personalidad), ingredientes que ya se saborean desde los primeros acordes del disco, en uno de los main titles más ingeniosos, joviales y elegantes de la comedia cinematográfica norteamericana (“Casino Royale Theme”, interpretado por Herb Alpert y The Tijuana Brass), en el que, como siempre en Bacharach, todos los instrumentos dialogan armoniosamente, con esas trompetas solistas entonando una melodía central que, pese a su voluntad de otorgar una cierta cohesión narrativa a la película (el tema reaparece en “Sir James´ Trip to Find Mata”, “Flying Saucer” y en los créditos finales), acaba quedándose en eso, en la buena intención, demostrando que hasta los propósitos narrativos de Bacharach (sean mejores o peores) van incluso por encima de la (incontrolable) película.
El enérgico y alegre “Casino Royale Theme” tiene su contrapunto sentimental y tierno en la merecidamente legendaria canción (nominada al Oscar) “The Look of Love”, que interpreta la sensual voz de Dusty Springfield y que Bacharach también presenta instrumentalmente en un par de ocasiones (“Dream On, James, You´re Winning” y “The Look of Love – Instrumental”). La banda sonora ya valdría la pena sólo por estos dos venerables highlights, situados al comienzo del LP original, pero el disfrute auditivo de “Casino Royale”, pese a la brevedad de la partitura, no ha hecho más que empezar: Bacharach continúa la fiesta con deliciosos temas poperos (como “Little French Boy” y “The Venerable Sir James Bond”, donde, tras una introducción “paisajística” a lo “It Had Better Be Tonight” de Mancini, el compositor presenta al agente 007 con su habitual y difícil equilibrio entre sofisticación y aire de guasa); radiantes melodías escondidas en el transcurso de la función (¿puede existir un diálogo de saxofón más sublime que el de “Money Penny Goes for Broke” entre los segundos 0:41 y 1:00, repetido luego más suavemente en “Hi There Miss Goodthighs”?); piezas más dramáticas en intenciones (como la primera mitad de “Le Chiffre´s Torture of the Mind” y la segunda de “Sir James´ Trip to Find Mata”, donde una línea percusiva se incorpora a los característicos metales bacharachianos) y auténticas bacanales “marca de la casa”, que Bacharach inicia en “Home James, Don´t Spare the Horses” (que influirá al saxofonista Boots Randolph en la creación del popular tema de “The Benny Hill Show”) y culmina en la desenfrenada “The Big Cowboys and Indians Fight at Casino Royale”.
Al margen de sus cualidades musicales, otra de las razones por las que “Casino Royale” se ha convertido, con el paso de los años, en una banda sonora de culto es por la calidad de la grabación y las mezclas originales. Según los especialistas, el vinilo estéreo de “Casino Royale”, editado en 1967, es uno de los álbumes con mejor sonido de la historia y está considerado, por su nitidez y la total ausencia de saturación o distorsión, como el mejor disco para utilizar como test en un equipo de alta fidelidad. La parte vocal de “The Look of Love”, por ejemplo, fue interpretada por Dusty Springfield en una pequeña cabina de aislamiento y, al no formar parte de la acústica orquestal, “en un equipo realmente bueno puedes escuchar su voz emergiendo de lo que suena como un pequeño agujero en el espacio”, llegó a señalar el especialista Harry Pearson, editor de la “biblia” audiófila Absolute Sound. Para echar más leña al fuego, la edición del vinilo en estéreo fue muy limitada y, actualmente, una copia en inmaculadas condiciones puede alcanzar los 400 dólares (el propio Bacharach reconoció en una reciente entrevista que ni siquiera él posee una copia).
Cuando, en 1990, Varèse Sarabande anunció la reedición de la banda sonora en compacto, se levantó una enorme expectación, pronto disipada al escuchar el decepcionante resultado. Y es que, según la rumorología, Varèse deterioró sin querer los másters durante la transferencia, añadiendo ruidos e imperfecciones. La propia compañía volvió a reeditar “Casino Royale” en 2002, con diferente portada y un sonido algo más potente. Pero no ha sido hasta la edición limitada de Kritzerland cuando la partitura ha “intentado” recuperar su brillo original. Y no porque Bruce Kimmel haya restaurado milagrosamente los másters (irreversiblemente dañados), sino porque se ha limitado a transferir, tal cual, un vinilo de 1967 que aún conservaba precintado, añadiendo en el mismo compacto la partitura según su orden de aparición y un par de pistas extraídas directamente del DVD (las intrascendentes “The Indian Temple” y “Keystone Kops”), lo cual es de agradecer para quienes no tuvieran ninguna de las dos ediciones de Varèse pero resulta risible para quienes esperaran comprar un “Casino Royale” con más música. Eso sí, los más incondicionales de la banda sonora, pese a la rapidez con que han volado las mil copias lanzadas por Kritzerland, han tenido al menos una tercera oportunidad (nunca se sabe si definitiva... véase el “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” de La-La Land misteriosamente aparecido tras la reciente reedición de Kritzerland) para disfrutar, en las condiciones más óptimas, de la que puede considerarse la obra maestra de Bacharach y uno de los exponentes más reivindicables a la hora de entender, con sus virtudes y sus defectos, el cambio generacional de la música de cine en los años 60.
6-abril-2011
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