Frederic Torres
De las dos franquicias galácticas norteamericanas más famosas de la historia del cine (la otra sería la creada por George Lucas), la conformada por las diversas tripulaciones de la Enterprise ha dispuesto siempre de bastante menos presupuesto que su rival excepción hecha, tal vez, de la primera entrega, la tan esperada como aburrida adaptación que realizó Robert Wise a finales de los setenta, y de la última de las películas de la saga, la reciente reformulación de la franquicia de manos de J.J. Abrams, claudicante en modos y maneras a su oponente, debiendo destacarse, pues, más por las condiciones imaginativas (pocas veces cumplidas, al menos cinematográficamente hablando) que no por el derroche de caros efectos especiales. En este sentido, la presente intentona de finales de los ochenta protagonizada por la tripulación original, la compuesta y capitaneada por los “legendarios” Kirk y Spock, tuvo el dudoso honor de ni siquiera llegar a estrenarse en nuestros cines debido al estrepitoso fracaso con el que venía precedida desde las carteleras estadounidenses. Aún a sabiendas del poco predicamento de la saga por estos parajes, es un añadido extra ciertamente significativo que, en cualquier caso sería inimaginable en el caso de la saga “Star Wars”.
Seguramente las rivalidades causadas por los personalismos de los principales artífices y protagonistas del film, que venían arrastrándose desde tiempo atrás, concretamente desde que, además de protagonizarlas, Leonard Nimoy (Spock) dirigiese tanto la tercera como la cuarta entrega de la serie, alcanzando, incluso, cierto éxito tanto crítico como popular con la última, la titulada “Star Trek IV: The Voyage Home”, provocando los confesos celos de William Shatner ante las aptitudes de su compañero profesional hasta el punto de llevarle a convencer a los productores que también él era capaz tanto de dirigir como de protagonizar la siguiente entrega de la saga, pesaran bastante en la consecución del batacazo fílmico y económico que este episodio supuso en el devenir de la franquicia; en parte debido a la pésima puesta en escena del arco argumental sobre el que se quiso sustentar dicho proyecto (bienintencionado, ya que trataba de realizar un crítica contra el fanatismo religioso); en parte por la ingenuidad de los productores (que tan solo percibieron la consecución de dinero fácil a costa de los no muy numerosos pero fieles seguidores de la franquicia) o simplemente porque había que hacer una película de “Star Trek” dirigida por Shatner, tuviese o no tuviese interés o, siquiera, un mínimo de sentido común.
Como quiera que fuese, supuso el retorno de Jerry Goldsmith a la franquicia en cuestión, quien pese a no declararse nunca como un especial seguidor de la serie (aquello que conocemos como trekkie o, para los más puristas, trekker), sí que ha sido, y lo sigue siendo, todo un icono imperecedero dentro de la especial mitomanía que los fieles profesan, siempre que obviemos una presencia “indirecta” anterior debida a la adaptación realizada por Dennis McCarthy del tema central de la primera adaptación cinematográfica de la saga utilizado como motivo principal de la nueva serie televisiva que bajo el título de “Star Trek: The Next Generation” presentaba, un par de años antes (1987) del presente film, a una tripulación completamente renovada (capitaneada por Jean-Luc Picard, interpretado por un adecuado Patrick Stewart) en un periodo temporal posterior al de las andanzas de los Kirk, Spock, McCoy y compañía. El compositor, sin aportar demasiadas ideas nuevas (el tema de Sybok – coprotagonista ocasional de la película-, o el tema de “la búsqueda”), volvió a recuperar para el film su fanfarria original (creando, por tanto, cierta confusión dado que esta ya lo era de la serie mencionada), como asimismo gran parte de los temas del primer film, como por ejemplo el dedicado a los klingon e, incluso, parte del material dedicado a V´Ger, la maligna nube protagonista de aquella.
No obstante, su partitura se mueve por los contornos indefinidos que la película pobremente expone y tan sólo logra destacar especialmente por el descriptivo tema inicial (lo mejor de la función), el que ilustra la secuencia de arranque del film en el que los protagonistas practican la escalada en un vistoso y rocoso paraje natural terrestre (al parecer, el parque natural de Yosemite). Goldsmith se apoya, con aires nacionalistas, en el metal evocador de las trompas, revistiendo dichos acordes coplandianos de un cierto toque electrónico (el synclavier tiene un destacado protagonismo en la partitura), con el que arropa a aquellos consiguiendo aunar/fusionar el concepto visual naturalista con el toque tecnológico que toda película de ciencia-ficción parece destinado (con permiso de John Williams) a ofrecer. Para ello el compositor inventa (más que crea) una serie de efectos musicales muy funcionales con los que dotar a su tema central de un cierto aire de renovación. El más destacable es el que en la carpetilla del disco se tilda, acertadamente, de “efecto turbina”, escuchado en los créditos iniciales del film, pero también en otros momentos incidentales de la acción, como por ejemplo en “Target Practice”, que se combina de modo muy efectivo con la introducción de la fanfarria central, de manera que se produce la sensación auditiva de “arranque” musical, toda vez que fílmico.
También la interpretación del tema de Sybok, dedicado al protagonista ocasional de esta entrega, está en manos del sintetizador mencionado (su mejor exposición se ofrece en “No Harm”), aunque su presentación en el disco se haya realizado ya con anterioridad (“The Mind-Meld” o “Raid on Paradise”). Pero ocurre que la confección del compacto obedece a unos criterios ampliamente flexibles, dado que no se trata sólo de incorporar el score expandido y no editado en la primera edición comercial de Epic, sino de presentar la partitura tal y como la concibiera originalmente el compositor, incluyendo los cortes rechazados del montaje final del film, como ocurre con “Nimbus III”, que abre el disco, o en la citada “The Mind-Meld”, sustituida por efectos de sonido creados por el especialista Alan Howarth. A pesar de ello, la recurrencia a los temas del film inicial de la franquicia, en aras seguramente, de la búsqueda de la coherencia temática, es tan frecuente que la sensación de refrito, ayudada además por la repetitiva concepción fílmica de algunas secuencias como la prácticamente calcada (aunque afortunadamente aligerada de metraje) de la nueva llegada de la lanzadera espacial tripulada por el capitán Kirk (a estas alturas, almirante, ¡¡váyase a saber!!) a la nueva Enterprise, en donde, claro está, Goldsmith retoma el motivo musical del film primigenio de la serie dedicado a la nave, que la supuestamente novedosa exposición de otro nuevo motivo (cuyo mejor disfrute se puede realizar en “A Busy Man”) apenas logra paliar la sensación de mera adaptación musical de los temas ya existentes dadas las numerosas ocasiones en que estos se combinan (“Target Practice”, “Plot Course”, “Approaching Nimbus III”, “Without Help” o en los mismísimos créditos finales, “Life Is a Dream”), abrumando sobremanera los tres novedosos motivos creados para la presente entrega.
En definitiva, la edición sigue la estela de las recientemente aparecidas dedicadas a la segunda y tercera entregas de la serie debidas a James Horner, donde por un lado podemos encontrar el disco original tal como se editara en su día, que puede resultar redundante para más de un coleccionista por mucho que se lo maquille con la inclusión, como es el caso, de algunos temas alternativos presentando ligeras variaciones (“The Mountain (Main Title) (alternate)”, “A Busy Man (alternate)”) y alguno diegético (“The Moon´s a Window to Heaven (film version)”, cantada por la misma Jane Campbell, -Uhura en la serie-), y el que recoge el score completo del film. Es una moda editorial que se ha ido generalizando y que, como todo, goza tanto de seguidores como de detractores. Dependiendo de las circunstancias específicas de cada proyecto puede inclinarse la balanza hacia uno u otro lado, pero es evidente que encarecer, como ocurre en la presente ocasión, el producto sin una correlación evidente del contenido no lleva más que al despropósito y, lo que es peor, a la claudicación en la posible adquisición del probable interesado. Por muy coleccionista que se sea.
24-febrero-2011
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