Pablo Nieto
Para “The Next Three Days”, Paul Haggis decidió abandonarse en los brazos de Alberto Iglesias, olvidando al fiel Mark Isham (con quien trabajó en “Crash” y “En El Valle de Ellah”). Sin duda era una excelente noticia para comprobar la capacidad de Iglesias para adaptarse a un thriller que por mucho guión de Haggis que tuviera, no dejaba de ser más que una propuesta comercial dirigida al gran público, alejada de los melodramas patrios a los que el donostiarra aporta su introspectiva mirada musical y sus puntuales intervenciones en el cine norteamericano de autor (“El Jardinero Fiel”, “Cometas en el Cielo”). Por desgracia, la mezcla no carburó como debía e Iglesias salió del proyecto y tampoco es plan de repartir culpas y responsabilidades. Lo que está claro es que la excesiva pleitesía del Círculo de Bellas Artes parece incompatible con la estrella de la fama en Hollywood Blvd, que las oportunidades no hay que tenerlas sino saber aprovecharlas.
En sustitución de Iglesias entró un Danny Elfman que ha tenido un 2010 más que decente gracias a su mágica “Alicia en el País de las Maravillas” y su potente “El Hombre Lobo”. La maniobra provocó que el músico tejano abandonara su participación en otra adaptación de cómic, “The Green Hornet” que pasó a manos de James Newton Howard.
“The Next Three Days” es una película irregular, donde Haggis no duda en potenciar sus virtudes creando un clima de tensión casi irrespirable, ayudada por la credibilidad de Russell Crowe, pero se muestra incapaz de tapar sus defectos, con subtramas que no terminan de encajar, giros de guión forzados y un sentido de la dramaturgia que si bien le funcionó en su guión de “Millon Dollar Baby” y puntualmente en su oscarizada “Crash”, aquí termina por restar fuerza y añadir somnolencia a una película de dos horas y media que bien podía haber sido resuelta en 90 minutos, con un montaje más ágil y sin ese innecesario epílogo redentor.
Acostumbrados a la aparatosidad orquestal que a Elfman tanto gusta combinar con ritmos y sonoridades electrónicos, es digno de alabar el tono contemplativo y contenido de una partitura, que busca situarse en un segundo plano, potenciando el drama y la tensión de la cinta, posicionándose tras un punto invisible, casi subconsciente. La música, no es el hilo conductor de la trama, sino el elemento ambientador del sueño imposible de un hombre que tiene fe ciega no sólo en la inocencia de su esposa, sino en reencontrarse con ella, en rehacer ese hogar familiar deshecho, montando una fuga irracional e imposible, comprometiendo el futuro de los suyos. Sobre esta idea gira una partitura sin leit motiv en sentido estricto, más allá de omnipresentes y variados fraseos melódicos modulados por el minimalismo de piano, guitarras y cuerdas, que arropan la obsesiva base rítmica y tímbrica de Elfman. Un score, que tras el tramposo macguffin con el que arranca la cinta, se nos traslada a un momento idílico previo donde la pasión entre el matrimonio y el amor por su hijos construían la base sólida de una familia aparentemente indestructible, algo que Elfman describe con nostalgia a través de las cuerdas (“Prologue”). A partir de ese momento y tras los primeros compases de angustia por la confusa detención de la esposa, descritos con sutileza en “A Way In” y “Pittsbough Tought”, la música se adaptará como un guante al dolor compartido de la familia rota, a la soledad del padre, al drama de una madre que ha perdido el cariño de su hijo (“What She Lost”, All is Lost” o “Same Old Trick”).
Apenas sin enterarnos, la atmósfera etérea creada por Elfman, comienza a transformarse en un tour de force musical, donde el tejano se mueve como pez en el agua, recreándose en la búsqueda obsesiva de soluciones del esposo, su frenética huída hacia adelante tratando de sacar a su esposa de prisión pagando a partir de un meticuloso plan. Así, en “The Switch” e “It´s On” los scherzos de cuerdas se entremezclan con loops de bajos y percusiones con la intención de acelerar vertiginosamente la trama, alcanzando su cenit en la reivindicable “Breakout”, una impecable pieza que combina acción y thriller durante ocho intensos minutos, describiendo la liberación y huida. A partir (“Reunion”) la música adquiere una tonalidad melodramática, corroborada por la emocionante “The Thruth”, interesante epílogo donde todas las dudas respecto a la culpabilidad o no de la esposa quedaran resueltas. Elfman contribuye con la introducción de un grito, tan desgarrado como liberador, para voz femenina, al que acompaña del motivo introducido previamente en cortes como “Touch” o “A Promise”.
El score se complementa con las aportaciones de Moby. Tanto “Mistake” como “Be the One”, mantienen el tono urbano y dramático de la obra de Elfman, adquiriendo un protagonismo fundamental en el film, describiendo la primera canción, el drama de Crowe buscando soluciones desesperadas y la segunda, el clímax del film con ese obligado y arriesgado cambio de planes.
17-enero-2011
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