Pablo Nieto
La red social o Facebook, como prefieran llamarlo, no es más que una locura tecnológica nacida de la mente de un genio, pero cuyo germen brota de una frustrante cita romántica. Su esperada radiografía, construida en torno a la polémica y millonaria demanda contra su creador Matt Zuckerberg por sus antiguos socios, ha sido elaborada por uno de los pocos cineastas virtuosos que aún siguen desafiando las normas preestablecidas. Esa radiografía es la base sobre la que David Fincher realiza un iluminado diagnóstico de la sociedad actual. “La Red Social” es toda una crónica de nuestros días que va más allá del hallazgo informático que la sostiene, convirtiéndose en una enorme película sobre ese joven genio que se convirtió en millonario al poco de traspasar la barrera de los veinte. Pero a su vez, es también un incomodo y sombrío retrato psicológico de un niño que creó la mayor red social del mundo sin tener ni idea de relaciones humanas, otra ironía más sobre la contradictoria teoría de la evolución sin involución. Menos es más.
Fincher despliega en su “facebook” su habitual perfección técnica y armario de recursos fílmicos, para presentarnos un thriller que es todo menos un thriller, un ejercicio documental que tiene poco de documental, una historia de tribunales que, sin pedir permiso a John Grisham, resuelve con la admirable precisión de un cirujano que disecciona su historia en varias líneas temporales sin apenas necesitar anestesia. La película no esconde fisuras, gracias a un ritmo, compacto y sostenido, un humor negro que ayuda a aligerar tensiones y una acertadísima dirección de actores (mención especial para Jesse Eisenberg, protagonista del sleeper “Bienvenidos a Zombieland”, que interpreta con natural desparpajo al insolente Zuckerberg).
Musicalmente hablando, Fincher busca romper la baraja. Y como ya hiciera en “The Fight Club” trata de implementar su “Social Network” con un sonido urbano y cosmopolita, aderezo naïf que también conjuga con los personajes de ego sobredimensionado y narcisista a los que se enfrenta. Y ahí es donde a Trent Reznor y Atticus Ross les toca describir el perfil de la cinta. Para los puristas, DOS auténticos desconocidos, en especial si no han tenido ocasión de escuchar a los “Nine Inch Nails” y concretamente sus últimos álbumes “Ghosts I-IV” y “The Slip”. Para los atrevidos, el dúo capaz de hipnotizar el tiempo con su excelente Apocalipsis electrónica compuesta para “El Libro de Eli” (algo así como la música que “The Road” debía haber tenido y que por desgracia no tuvo). Su electrónica de estudio nada tiene que ver con sus conciertos en directos y menos aún con unos orígenes underground más cercanos a la estética Rammstein que a la electrónica de Brian Eno sobre la que parecen haber construido su sonido en la actualidad.
La declaración de intenciones del score la encontramos en la memorable overtura del disco “Hand Covers Bruise”, donde describen el Big Bang de Zuckerberg rompiendo con su chica, su larga caminata por el campus, su borrachera, su momento de ofuscación y su descubrimiento casual. Por un lado el piano marcando el tempo de las relaciones humanas, por otro lado los loops electrónicos de cuerdas y percusiones ahogadas, incitando a la rebelión de las máquinas. Una fusión perfecta, metáfora del cibermundo que nos domina en la actualidad, presentada con entereza y realismo por la cámara Fincher y musicada con una huída de cualquier connotación épica por Ross & Reznor.
El resto de la partitura se dividirá, tratando de equilibrar tiempo real con flashbacks y flashforwards, centrándose especialmente en la descripción de la imparable eclosión de factbook, dese el punto de vista de los biorritmos y la excéntrica personalidad de Zuckerberg mientras crea su “monstruo”. Es ahí donde entran en juego cortes meramente descriptivos pero efectivos como “In Motion”, “Intriguing Possibilities” y “Carbon Prevails”, todos ellos unidos por la omnipresente melodía de tres notas que sirve de hilo conductor al flirteo visual de Fincher. Junto a los citados cortes, encontramos pasajes mucho más abstractos y contemplativos, algo insípidos en su cata fuera de las imágenes, pero necesarios en su integración con la narración visual. Así, conviene destacar temas como “Painted Sun in Abstract”, “Pieces Form the Whole” y “On We March”.
Por otro lado, el dúo de compositores introducen cacofonías para describir ese universo paralelo de denuncia comandado por Eduardo Saverin contra su ex –socio. Es ahí donde cobra sentido el agresivo crujir de las guitarras de “A Familiar Taste” o incluso esa rara avis con la que nos obsequian versionando el “In the Hall of the Mountain King” de Edward Grieg, una pieza “computerizada” a lo Wendy Carlos (el referente de su novena sinfonía electrónica para “La Naranja Mecánica” aún perdura), utilizada para describir el fracaso en un regata de los arrogantes, pero a su vez “pardillos”, gemelos Winklevoss (también agraviados por la apuesta de Zuckerberg). Todo ello sin olvidar el duelo entre piano y electrónica en la fría y disonante puesta en escena de “Magnetic”, donde se resume el “quid” del enfrentamiento entre dinero y razón.
“The Social Network” es un score para disfrutar en la red, capaz de crear alarma social en su escucha aislada, cuya estructura puramente electrónica podría confundir las verdaderas intenciones de sus creadores, ya que no es un trabajo artificial que busque la sempiterna identificación entre electrónica y modernidad. El score entra en la psique de los protagonistas y sirve de parapeto a Fincher para pintar con confianza, arropado por esta rica paleta de colores/sonidos, su cuadro de la sociedad del siglo XXI.
22-noviembre-2010
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