José-Vidal Rodriguez
“Mientras los árabes luchen tribu contra tribu, seguirán siendo un pueblo insignificante, idiota y bárbaro, voraz, asesino y cruel”. Con esta contundente frase, podría resumirse buena parte de la personalidad y anhelos de un hombre adelantado a su época. Erudito, arqueólogo, soldado, diplomático y coronador de reyes, el inglés Thomas Edward Lawrence fue un personaje de aptitudes múltiples. Sus fabulosas aventuras en los desiertos de Arabia hicieron su nombre legendario y contribuyeron a moldear el destino del Oriente Medio. Enviado en la I Guerra Mundial para luchar junto al príncipe árabe Faysal, Lawrence se unió a la insurrección árabe contra el dominio turco y, tras ser aceptado como consejero militar, unificó a sus ejércitos y los encabezó en su enfrentamiento contra las fuerzas del Imperio Otomano. Sus innumerables victorias no lograron, sin embargo, romper el muro de los intereses estratégicos de su propio país, y los esfuerzos por encabezar la independencia del pueblo árabe, no dieron fruto. Pero la leyenda ya estaba forjada.
Un caramelo argumental de estas características, no pasaría desapercibido a principios de los 60 para el director de Surrey David Lean, aún resacoso por los siete Oscar logrados gracias a su imperecedera “The Bridge on the River Kwai”. Así, de la mano de una impresionante puesta en escena, y confiando en un guión de Robert Bolt y Michael Wilson que adaptaba los relatos de T.E. Lawrence contenidos en su obra “Los Siete Pilares de la Sabiduría”, Lean rodó lo que para cualquier cinéfilo que se precie no es sino su gran obra maestra, un filme de gran carga poética, de inconmensurable fotografía e interpretaciones de todo el elenco. Y ante todo, “Lawrence of Arabia” es un inigualable biopic de una cadencia narrativa brillante que mantiene extasiado al espectador durante sus tres horas de metraje.
El proceso de creación de su banda sonora, parte esencial de los méritos del largometraje, no cabe duda que constituye uno de los episodios más singulares de la historia del cine moderno. La envergadura y ambición del proyecto, conllevó la decisión inicial de contratar a dos afamados autores clásicos como Benjamín Britten y Aram Khachaturian, a los que apoyaría (desde labores menores de músico adicional y ocasional arreglista) un Maurice Jarre que por entonces comenzaba a despuntar internacionalmente, no tanto por su buen hacer en obras anteriores tales como “The Longest Day”, sino por su extensa e interesante colaboración con el cineasta galo George Franju. Pero sucedió que tan sólo a tres meses de la fecha prevista para el estreno de la cinta, los dos compositores principales se cayeron de la producción, quedando únicamente Jarre como el encargado de dar forma al vasto universo musical de la obra. De este modo, el autor pasó de la noche a la mañana a escribir en solitario el encargo más importante de su filmografía, que a sus 38 años de edad le obligó a trabajar sin descanso para poder llegar a tiempo a las sesiones de grabación con la London Philharmonic, orquesta a la que dirigió él mismo (y ello pese a figurar acreditado en este apartado, por razones contractuales, Sir Adrian Boult). Esta serie de circunstancias potencian más aun si cabe el halo mítico que ya de por sí posee el score de este “Lawrence of Arabia”. A contrarreloj y sin tiempo casi para la planificación, Jarre compone una partitura que no solo logra amoldarse brutalmente a la narración, sino que el lirismo y contundencia de su conglomerado temático logra sobrepasar los márgenes cinematográficos formando parte de la cultura popular de los últimos cincuenta años.
La elocuencia del metraje y el poderoso ritmo narrativo que David Lean otorga al vasto material fílmico, contrasta con la comedida utilización del lenguaje musical a lo largo de la obra. Esta circunstancia se observa con meridiana claridad atendiendo a la estructuración de la partitura, la cuál queda dividida en dos partes por el recurso habitual de la época del “intermission” (normalmente incluido en filmes de largo metraje). Así, hasta el corte 20 que marca dicho intermedio, la música de Jarre realiza una profusa descripción del personaje central y de su interacción con las tribus árabes, en ese proceso de “cambio” de inglés a árabe que marca su autodescubrimiento personal. Sin embargo, su transformación y abandono de las ideas que le habían erigido en el líder de la rebelión, condicionan el segundo bloque musical desarrollado tras el intermedio: a esta segunda mitad, Jarre consagra un breve comentario musical (apenas 15 minutos) que, alejado de los tintes épicos iniciales, plantea la involución personal de Lawrence, convertido ahora en un hombre completamente diferente y desencantado con los mecanismos del poder.
Parafraseando el título de la novela en la que se basa el filme, tres son los pilares de la sabiduría de un Maurice Jarre altamente inspirado. Este triplete de ideas centrales del score, se recogen precisamente en su arrollador corte inicial “Overture”: la primera de ellas la asocia el autor al pueblo árabe, a través de la introducción de un doble motivo que refleja a la postre la transformacion emocional y vital del propio Lawrence. Mientras el primer tema lo asimila a un pueblo guerrero y salvaje (Jarre da gran prominencia al empleo de virulentas percusiones), primera de las percepciones del protagonista, el conocimiento de sus tradiciones y la mímesis que adopta el personaje, obligan al galo a emplear una nueva frase, mucho más lírica, que emerge en absoluto contraste con la anterior.
En segundo lugar, las ideas especialmente dedicadas al protagonista, que también son presentadas en aquel “Overture”, son sin duda las más conocidas por el gran público, incluso por el ajeno al ámbito de las bandas sonoras. El imborrable tema del desierto, poderosa, sofisticada y bellísima melodía de enormes posibilidades armónicas, queda unido irremediablemente a la belleza oculta del paraje, cobrando una especial significación descriptiva en el corte “First Entrance To The Desert” (nunca antes el paisaje desértico tuvo tanta voz propia y tan hermosa carga musical). La asimilación de este tema (reiterado hasta la saciedad) a la figura del protagonista, es la forma con la que Jarre escenifica la transformación que sufrirá en su misión militar, sobre todo teniendo en cuenta las dos ideas aparentemente antagónicas que también retratan la figura del aventurero británico: el “Main Title”, en el que se desarrolla una estructura vivaz que apela a los orígenes europeos del protagonista, y la utilización de la marcha “The Voice of the Guns”, pieza preexistente de Kenneth Alford (de nuevo David Lean acudía a su repertorio, tras la inolvidable inclusión de la “Colonel´s Bogey March” en “The Bridge on the River Kwai”), cuya aparición recuerda en todo momento la vocación militar de un T.E. Lawrence que prácticamente reniega de la autoridad británica tan pronto como consigue alzarse en líder y adalid del contraataque árabe. Es este el tercer recurso fundamental de la partitura y que completa un triángulo temático que Jarre logra unificar y hacer interactuar de forma portentosa a lo largo y ancho de la obra.
De los citados tres elementos principales derivan el resto de ideas secundarias, algunas de ellas de tan talentosas que engrandecen aún más la riqueza temática con la que se distingue el score. Es el caso, entre otros, del fragmento “ Arrival At Auda´s Camp”, en el que una nueva frase de tempo acelerado y tono jubiloso, va más allá de la descripción y viene a significar la nueva esperanza, instaurada por Lawrence entre las tribus, de lucha contra el enemigo (de ahí su inclusión en bloques posteriores como “The Horse Stampede”); el “Lawrence Rescues Gasim”, todo un ejemplo de anticipación musical a la emoción intrínseca a la secuencia; o el “We Need A Miracle”, un fragmento que fusiona de manera magistral el lirismo global de la obra con disonancias de cariz urgente.
La orquestación del trabajo es otro de los aspectos fundamentales que figuran en todo manual de estilo dedicado a Jarre. El color de la obra se ve favorecido por la inclusión de dos instrumentos que confieren un timbre personal, e incluso anacrónico, muy alejado de los clichés orquestales asociados al desierto. De este modo, el uso de la cítara confiere suma carga poética a determinados instantes de introspección (“Night and Stars”); y aún cuando su eclosión electrónica se produjera entre las décadas de los 70 y 80, el de Lyon ya introduce un recurso fundamental en su carrera como fueron las Ondas Martenot, creando unas armonías de carácter onírico en determinados pasajes, para posteriormente aportar una atmósfera tensa y cuasi claustrofóbica en pistas como “Mirage/The Sun´s Anvil” o “Sinai Desert/After Quicksands/Hutments/Suez Canal”.
Una vez presentada la integridad del score de “Lawrence of Arabia”, el segundo compacto, renombrado como “The Film Music of Maurice Jarre”, se limita a engordar la edición incluyendo varios temas y suites de trabajos del autor galo (recuperados por James Fitzpatrick del catálogo antiguo de Silva Screen Records), en lo que a la postre devienen en un repertorio ciertamente desigual. La adición de sugestivos scores tales como “Moon Over Parador”, “The Magician Of Lublin”, “The Fixer” o la inédita “The Palanquin Of Tears” (curiosa incursión del francés en una coproducción china), contrasta con la audición de títulos de inferior calidad que bien podrían haber sido obviados: es el caso de la retentiva pero simplona marcha de “Firefox”; el sonrojante “copy-paste” del “Carmina Burana” contenido en los créditos finales de “Solar Crisis”; o la modesta incursión en el western televisivo “Cimarron Strip”, una serie que duró tan sólo cinco meses en antena y que contaba con un tema de cabecera tan convencional como insignificante en la filmografía del compositor de Lyon.
La planificación de esta regrabación por el sello Tadlow es, como viene siendo habitual en la discográfica, francamente impecable. Respetando casi en su integridad las orquestaciones originales de Gerard Schurmann (quién se rumorea, no tuvo contacto alguno en persona con Jarre), la interpretación de la City of Prague Philharmonic es, en términos generales, muy satisfactoria, aun cuando ciertas partes adolezcan de saturación en los bronces (el gran hándicap de esta agrupación checa), defecto éste que parecía haberse corregido, por ejemplo, con los resultados obtenidos en la espectacular regrabación anterior de “El Cid”). Recordemos que, a causa del deficiente sonido del que adolecían los masters originales de 1962 (véase la edición en compacto de Varese Sarabande), el álbum que hasta la fecha mayor justicia hacía a la obra, era el publicado a finales de los 80 (y reeditado en el año 2000, dado su gran éxito en ventas) por el sello Silva Screen, con Tony Bremner conduciendo la Philharmonia Orchestra londinense. Comparando este CD con el que ahora nos ocupa, es obvio que la pulcritud de la formación británica supera en determinados instantes el ímpetu y tesón de un grupo solvente como es la Prague Philharmonic, pero todavía a un paso por detrás de los grandes. No es de extrañar, por tanto, que dentro del marco de esta inevitable comparación, cortes como “Arrival At Auda´s Camp” o “Attack on Akaba“, denoten un mayor grado de apreciación de matices en la grabación dirigida por Tony Bremner (mucho tiene que ver, además, la calidad del estudio de grabación, en relación con el modesto complejo “Smecky” usado habitualmente por los checos). Razones todas ellas que, pese a restar un punto de “perfección” al conjunto, no deberían retraer al lector en la compra de un álbum que, tras casi 40 años transcurridos desde el estreno del filme, viene a honrar de modo espléndido a una obra magna, esbelta, ampulosa y tremendamente ligada de por vida a la iconografía popular del siglo XX.
11-noviembre-2010
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