José-Vidal Rodriguez
Cohen (Roy Scheider) y Tate (Adam Baldwin) son dos asesinos a sueldo contratados por la mafia para eliminar a la familia Knight, así como a los agentes del FBI que la custodian. Tras haber cumplido con su misión, secuestran a Travis, el joven hijo de la pareja Knight y lo llevan a Houston para terminar el trabajo. Sabedor de su inminente muerte, el joven Travis tratará de sobrevivir aprovechando el antagonismo de personalidades en sus captores: mientras Cohen es un tirador profesional con experiencia y cierto código de honor, Tate es su tosco y sicótico compañero que parece no regirse por moral alguna, lo que despertará numerosos conflictos entre ambos durante el viaje en coche a Houston. Dirigida por el guionista Eric Red (“The Hitcher”, “Near Dark”), el filme fue bien acogido por la crítica e incluso nominado a la mejor película en el Festival de Sitges, y todo ello pese a cosechar unos paupérrimos resultados en taquilla, tales que hasta la fecha se ha descartado su comercialización en DVD.
Tras el rechazo inicial del proyecto por Elmer Bernstein, fue el propio director (que deseaba a toda costa contar con un fondo musical sinfónico y elaborado), quién sugirió la posibilidad de contar con los servicios del compositor Bill Conti, en un año 1988 en el que no se hallaba precisamente en su mejor momento creativo (su correcto trabajo en la versión americana de “The Big Blue”, contrasta con dos partituras francamente olvidables como “Betrayed” y “Maybe Baby”). Lo cierto es que Conti no es precisamente un autor asociado a incursiones en el cine de suspense. Acostumbrado a otros ámbitos más dinámicos y “lúdicos”, el de Rhode Island tiene en su haber, sin embargo, obras del suficiente empaque en el género (“The Formula”, “F/X” o “A Prayer for the Dying”, por citar las más notorias), como para reafirmar esa versatilidad que tradicionalmente le niega cierto sector de aficionados. No en vano, “Cohen & Tate” es quizás la partitura más incidental de cuantas se han editado del autor hasta la fecha, un trabajo cuyos méritos se perciben, más que nunca, contextualizando la música con respecto a las secuencias para las que sirve de apoyo.
Conti plantea su aproximación desde unos parámetros sencillos (incluso en cierto modo previsibles), pero tremendamente eficaces tanto en su resolución musical como en su comunión visual. El autor juega con el carácter inflexible y opresivo del relato, entrelazando a la vez fórmulas para que su discurso denote el tono presagiante y funesto innato al propósito final que, a priori, tiene el viaje de los tres protagonistas. El pequeño Travis, único superviviente de la masacre inicial, es consciente que su secuestro solo puede tener una inevitable y trágica consecuencia final para su vida. En tal sentido, la música trata de empatizar con el espectador en esa sensación de desconsuelo e incertidumbre ante lo que aparenta ser la “muerte diferida” del niño. Por ello, el primer recurso fundamental del score lo hallamos en el sutil motivo de ocho notas asociado a Travis, que funcionará como contraste a la intensidad y tensión apreciadas en el resto de bloques. Una melodía a piano (instrumento asociado a él durante todo el score), claramente evocadora de la inocencia del personaje, que en su apesadumbrada concepción no viene sino a sugerir el abatimiento de un niño de 10 años que, habiendo presenciado el asesinato de sus padres, atiende angustiado al momento en que se producirá el suyo propio a manos de sus raptores. La presentación de este tema en el “Main Title”, flanqueado por una irrupción violenta de la orquesta como cierre al corte, es el perfecto ejemplo del enfrentamiento musical con el Conti desdobla las intenciones de cada personaje.
Mientras Travis posee este identificador musical reconocible, Conti (todo un defensor de la técnica del leitmotiv) opta por describir a la pareja de asesinos de modo menos expreso, acudiendo al color antes que a frases concretas. Así, la “honorabilidad” y ciertos escrúpulos de Cohen, remiten al oyente al uso de las trompas, mientras que la excentricidad y brutalidad de Tate queda inscrita musicalmente en la virulencia de determinados cortes de acción, manejados con la habitual soltura del compositor. No en vano, al margen de sus conocidas aptitudes en el manejo del metal, el de Rhode Island construye dos atmósferas distintas, pero complementarias, a modo de tapiz sonoro a la huida de los protagonistas: por un lado, música orientada a lo opresivo de la situación, en donde cuerdas sostenidas (“The Hit”) y figuras nerviosas (el incisivo y brillante “Roadblock”) acaban dándose la mano en fragmentos de carga disonante (“Travis Is Right”, “The New Car”); por otra parte, Conti utiliza una fuerte carga percusiva y orquestal para los bloques orientados a secuencias de acción, creando una inesperada violencia que rememora determinados instantes de su “F/X”. A destacar en este apartado, temas tales como “Kaboom” o “Round to Tate”, previos a los momentos de mayor dramatismo del filme y de la partitura: “Help Me” y el highlight del álbum “The Final Battle”, un corte que reúne en sus casi 5 minutos de duración la práctica totalidad de los recursos usados en el encargo. La guinda la pone el hermoso laudatorio de formas barrocas escuchado en el “End Title”, fragmento éste no utilizado en el montaje y de construcción similar al corte final de su imperecedera “Rocky”.
Si bien "Cohen & Tate" no es un score que se aleje demasiado de los tópicos del género, su impecable concepción musical y el papel fundamental que juega en la narración, la convierten en uno de los encargos más afortunados de la última etapa creativa de Bill Conti. La edición de Intrada, impecable tanto en calidad sonora como en presentación, viene a paliar el deficiente bootleg que circulaba desde hace años en el mercado paralelo, ofreciendo a los aficionados un álbum reivindicable y descubriendo, a su vez, la cara menos conocida de un compositor que en esta partitura se revela francamente capacitado para enfatizar el suspense y la angustia del relato.
27-septiembre-2010
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