Pablo Nieto
Que esta saga prejuiciosa, metáfora vacía y previsible sobre el despertar sexual de una joven, haya obtenido tan rotundo éxito comercial a nadie le debe sorprender teniendo en cuenta la sociedad en la que vivimos, y su principal destinataria, una adolescencia consumista que se mueve por impulsos, manejada por el antaño subconsciente pouvoir neutral de los medios de comunicación y el marketing, que actualmente dominan nuestras vidas a su antojo. Un cuarto poder, que ha destruido todos los principios sentados por Montesquieu y que está por encima de política y justicia. El poder de la información es el poder del dinero.
“Eclipse” es un producto prefabricado, a medio camino entre una novela de Corín Tellado y la aterradora literatura de Anne Rice, que desaprovecha el interesante enfrentamiento entre clanes de vampiros y hombres lobo y el triángulo amoroso sobre el que gira. De haber huido de la visión conservadora, asexuada y pretenciosa del Hollywood actual, habría resultado un cocktail explosivo y natural de amor y odio, deseo y aventura. Desgraciadamente nada de eso hay en un frustrante film que ofrece más de lo mismo: un director marioneta junta planos al frente de la cinta (David Slade), un trío protagonista sin química y emoción, continuamente descamisado y con miradas vacías al infinito, y una protagonista, cuya belleza se pierde en esa pose de continuo estreñimiento febril, que no de pasión juvenil, por ese amor imposible, prohibido pero altamente excitante.
Musicalmente hablando, la saga sí que ha sufrido de una cierta evolución, en especial gracias a la expresiva y romántica puesta en escena de Alexandre Desplat para “Luna Nueva”, quien se sobrepone al cargante y monotemático strings & guitars del cada vez más aburrido Carter Burwell y su propuesta para la inicial “Crepúsculo”. Para esta tercera parte, aunque los productores dan un paso hacia delante contratando al ya legendario Howard Shore, la música da dos para atrás en comparación con la propuesta de Desplat.
Del talento, la valía y la técnica musical del canadiense nada puede cuestionarse. Pero cuando hablamos de Shore como una leyenda, lo hacemos porque desde que culminara su trilogía de la Tierra Media, sus propuestas musicales han dado un giro conservador y repetitivo ciertamente preocupante. Del Shore anárquico y opresivo de “Seven” o de sus colaboraciones con Cronenberg, hemos pasado a sus composiciones descafeinadas y anacrónicas con Martin Scorsese (recuérdese “The Aviator”), y a thrillers planos y aburridos en los que participa como segundo plato, léase “Edge of Darkness” (sustituyendo a última hora al maestro Corigliano).
Aún así, es digno de destacar que haya sido el propio Shore quien decidiera dar algo de coherencia al pastiche musical que se estaba perpetrando, cambiando de músico con cada película. Lo decimos, porque el compositor se posiciona a medio camino de las dos propuestas predecesoras, por un lado las guitarras eléctricas de Burwell, y por otro el romanticismo que impregna Desplat a la saga.
Así pues, sentada la paleta orquestal de la partitura, Shore elabora un leitmotiv para el personaje de Bella (“Bella´s Theme”), a partir de solo de piano, un timbre marca de la casa y una melodía que visita lugares comunes en la filmografía del compositor. El mismo que será desarrollado orquestalmente en “The Kiss” y vocalmente en la interesante canción “Wedding Plans”, donde interviene el grupo Metric.
Para las secuencias de acción, Shore opta por no complicarse. Como era de esperar regresamos a la Tierra Media y a la amenaza constante de los Orcos: metales, percusiones y los ya típicos crescendos-Tolkien, un clásico en su repertorio. “Mountain Peak" y "The Battle”, ejemplifican este déjà vú. Menos complaciente y algo más atrevido se muestra en las disonancias utilizadas para armonizar la trascendencia de Victoria, la omnipresente amenaza de Vera, en la partitura. Para ello recurre a la distorsión de las guitarras y los efectos electrónicos en cortes como “Riley” y “Victoria”. Tratando de profundizar en el musculoso componente de este menage a trois, en el personaje de Jacob, el autor nos regala un solo de piano con el que construye su motivo, “Jacob Black”, introduciéndolo con sutiliza en el juego musical que representa la historia de amor de amor de Bella y Edward (“The Kiss”).
Aún quedan, al menos, dos libros más por adaptar de la saga Crepúsculo. Como ocurre con la otra famosa saga del momento, la del interminable Harry Potter, cada libro es menos interesante que el anterior, lo que se traduce en una adaptación cinematográfica cada vez menos estimulante. Sin embargo, uno siempre espera esa partitura que se eleva por encima de la negligente producción a la que trata de dar vida. Algo así encontramos en “Luna Nueva”, gracias a Desplat, y lo mismo se esperaba de Shore. Por desgracia, y aunque los vínculos de Canadá con Francia son muy fuertes, la creatividad y frescura del compositor francés, es hoy en día inalcanzable por el dos veces ganador del Oscar.
30-agosto-2010
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