José-Vidal Rodriguez
Que Alan Silvestri y John Debney son autores de una solvencia incontestable se antoja una aseveración contra la que pocos podrían sostener argumentos de peso. Pero no es menos cierto afirmar que ambos se hayan en la actualidad en un terreno “de nadie” profesionalmente hablando y a un nivel artístico que poco tiene que ver con los mejores momentos de sus respectivas filmografías. No en vano, las carreras de ambos parecen ahora discurrir de un modo casi análogo: dos compositores que estuvieron en el Top Ten del panorama hollywoodiense (llegando incluso Debney a alzarse con una nominación al Oscar por la controvertida “La Pasión de Cristo”), que el tiempo y las nuevas corrientes no han hecho sino relegar a una injusta inactividad (sobre todo atendiendo al poco fuste de más de un autor actual con sobrecarga de trabajo), ofertando puntualmente su talento para sonrojantes producciones, muchas de las cuáles ofrecen además un escasísimo margen como para continuar demostrando sus indudables cualidades.
Con estas vidas laborales paralelas, la casualidad ha propiciado que tanto Silvestri como Debney coincidan, de rebote, y se vean enrolados en un filme como “Predators”, un proyecto en el que ambos tienen su respectivo peso específico sobre el conjunto: el primero, como creador de las dos primeras partituras de la saga, e inspirador (por usar una expresión generosa) del universo musical que envuelve esta tercera entrega. Y Debney, actuando como apagafuegos ante la ausencia de su colega (ocupado por entonces en la composición de la partitura para “The A-Team”), y sacrificando su creatividad e ideas propias en lo que, a la postre, no se trata sino de un score basado casi exclusivamente en la adaptación y arreglos de material preexistente.
La aproximación de Silvestri al “Predator” original (re-editado recientemente con vista comercial por el sello Intrada), dio origen a uno de los trabajos más completos -y complejos- del compositor norteamericano. Sin renunciar a varios de los postulados claves en su estilo (profusión sinfónica y especial énfasis en orquestaciones bombásticas y ritmos virulentos, por citar algunos), Silvestri manejó un magnífico lenguaje incidental (no olvidemos que el suspense primaba sobre la acción pura en el filme), que encajaba con sobrada pericia en el angustioso asedio del cazador alienígena empeñado en acabar con unas presas de postín capitaneadas por Schwarzenegger. El tono militarista y una trabajada atmósfera de incertidumbre y tensión, se daban la mano en esta primera y destacada partitura. Para la mucho menos sugerente “Predator 2”, el autor ahondó en los motivos principales de la cinta original, introduciendo ciertos elementos étnicos y urbanos ante el nuevo marco en el que se desarrollaba la historia; en definitiva, cumplía al menos el expediente ante una espantosa secuela que hacía aguas por todos lados.
Pues bien, acudiendo a términos matemáticos simples, la suma del material sonoro escuchado en “Predator” y, en menor medida, en “Predator 2”, da como resultado la partitura que ahora nos ocupa, firmada por un Debney el cuál, más que nunca, echa mano de profesionalidad para acometer una tarea ingrata para cualquier autor con personalidad. Su labor, como hemos adelantado, se limita a cohesionar la amplia gama motívica que su colega desarrolló en las anteriores entregas, con muy escasas concesiones para presentar ideas netamente propias. No en vano, el equipo de La-La Land acude a una pequeña “trampa” en la presentación del álbum: acredita a Silvestri sólo en los cortes en los que se incluye el tema principal de la saga, aparentando así que el resto son creación propia de Debney. Sin embargo la realidad es bien distinta, ya que muchos de esos bloques restantes son también concebidos desde pequeñas células motívicas procedentes del score del primer filme.
De hecho, una de las escasas virtudes del trabajo radica en comprobar la capacidad camaleónica del autor de “Cutthroat Island“, faceta en la que el músico triunfa sin paliativos. Tan sólo escuchando los dos primeros cortes “Free Fall” y “Single Shooter”, el oyente podrá comprobar el grado de mimetismo con el que Debney maneja tanto el lenguaje motívico como armónico desarrollado por Silvestri para la franquicia. De este modo, y pese a la creación de un puñado de nuevas sonoridades atmosféricas (especialmente familiar resulta la inclusión de la guitarra eléctrica a lo “Iron Man 2”), el compositor culmina un score totalmente cohesionado y fiel a la impronta silvestriana, un hecho éste que aún favoreciendo al entorno visual del largometraje, supone a la vez el gran hándicap en cuanto a originalidad, creatividad y frescura de un trabajo que bien podría pasar, durante muchos minutos, por una mera regrabación de la partitura de 1987.
Así las cosas, poco más puede destacarse de un producto musical exclusivamente destinado para su consumo fácil por los auténticos acérrimos de la saga, que encontrarán en el vigor y familiaridad de cortes como “Trip-Wire”, “She´s Paralized” o “Predator Attack“, argumentos suficientes para defender contra viento y marea este funcional copy & paste (aunque queden seguramente desencantados por la mejorable versión de la famosa marcha central contenida en “Theme From Predator”). El resto de oyentes, más movidos por la curiosidad que por verdadero interés, verán en este “Predators” otro ejemplo del paulatino destierro a la nadería de no pocos autores norteamericanos, los mismos que formaron en su día una interesante generación, herida ahora de muerte a nuestro pesar.
10-agosto-2010
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