Miguel Ángel Ordóñez
Con casi 200 películas a sus espaldas, 6 nominaciones al Oscar, 4 candidaturas a los Emmy y un Grammy, Lalo Schifrin dedica a su carrera cinematográfica tan sólo 15 de las 220 páginas de las que consta su autobiografía, “Mission Impossible my Life in Music”, justo la mitad de lo que consagra a su participación en otros géneros como el jazz o la música culta, cuando en realidad el argentino ha logrado que su nombre perdure en la memoria colectiva gracias al trabajo televisivo que da nombre a sus memorias. Resulta más sencillo de lo que parece despejar la incertidumbre que encierra esa paradoja: bajo ningún concepto podemos considerar a Schifrin como un músico de cine ad hoc. Él es un anfibio (como se definió en la entrevista concedida a esta web hace unos años) que en la juventud contrajo nupcias con el jazz para con los años encontrar una amante voluptuosa en el mundo clásico. Y ha sido tan feliz con ambas que jamás ha sentido la tentación de renunciar a ninguna de ellas, por mucho que esa decisión le haya reportado un menor reconocimiento en ámbitos que exigen fidelidad extrema a cambio de privilegios. Schifrin, como uno de los grandes exponentes del eclecticismo musical, no ha hecho más que desarrollar sus dos pasiones en un campo, el cinematográfico, que siempre ha utilizado como vehículo, nunca como fin, de su propio proceso creativo.
El sello discográfico Film Score Monthly nos propone ahora un recorrido a través de su música en una serie bautizada como “Lalo Schifrin Film Scores”, cuyo primer volumen dedica a repasar cinco de sus proyectos iniciales en la Metro, entre los años 1964 y 1968, y cuyas grabaciones originales se encontraban inéditas a la fecha. Al margen del estreno absoluto de sus partituras para “Rhino!” y “The Venetian Affair” (de esta segunda Schifrin sólo editó un single con dos temas); “The Cincinatti Kid”, “Once a Thief” y “Sol Madrid” ya habían visto la luz en vinilo durante los 60, alternando tanto material utilizado en la película (los temas principales con arreglos específicos destinados a una audición más satisfactoria), como piezas nuevas o estándares versionados para la ocasión.
“Rhino!” (1964) supone la respuesta de la Metro al éxito que “Hatari!” había reportado a Paramount dos años atrás. Tirando de bajo presupuesto, la productora del león se había decidido a apostar por productos de segunda categoría que mostraran todo el exotismo del continente africano. Tras la mediocre pero rentable “Drums of Africa” (1963), “Rhino!” propone la defensa animal como base de su argumento: un zoólogo trabaja para salvar especies endémicas que tienen problemas con las tribus de la zona y con la ayuda de una enfermera lucha por la creación de una gran reserva natural. Si la Metro se aventura a contratar al todavía inexperto Johnny Mandel para “Drums of Africa”, ahora apuesta por un compositor recién llegado al país y precedido de buena fama. Con un contrato con MGM Records bajo el brazo, el éxito de su “Gillespiana” (editada en Verve, filial de aquella) le convierte en adalid del sello discográfico en su feroz competencia con la poderosa RCA Records (con Mancini como estandarte). Su primer score ofrece tanta frescura y talento como escaso manejo de los recursos dramáticos cuando pretende insuflar algo de vida a unos personajes tan esquemáticos (entre ellos Robert Culp, en su primera película como protagonista). Frente al empleo de técnicas de composición contemporáneas y de orquestaciones atípicas y exóticas, presentadas (toda una declaración de intenciones) en su tema central, “Zululand”, Schifrin se ve en la obligación de rendir pleitesía a precedentes tan vistosos como “Hatari!” en su cómica “Baboon´s Blues” (“Baby Elephant Walk”) o en el dinámico planteamiento de “Safari” (“Sounds of Hatari!”), ofreciendo un friso cultural creíble pero presidido por una extraña fusión entre lo original y lo convencional, entre lo descriptivo (las mickeymousing “Phyton” o “The Cobra Strikes Again”) y lo figurativo (“It´s Clear Dear”). En el otro lado de la balanza, su tema central, repleto de brillantes sincopas y pizzicatos, supone un feliz punto y seguido a una obra que rebosa actualidad y que deja en el camino ideas tan interesantes como el magnífico juego contrapuntístico entre oboe y flauta de “The Hunter´s Way” o los sorprendentes apuntes de politonalidad de “The River”. La sensación es que a pesar del entusiasmo, de la brillantez de algunos pasajes, Schifrin se olvida de conducir sus piezas en la dirección adecuada, saturando de color una cinta que pide a gritos un acercamiento más minimalista y deslucido.
“Once a Thief” (1965) es un thriller que relata la tragedia de un joven delincuente (un poco creíble Alain Delon) que, una vez ha conseguido rehacer su vida junto a su familia, se ve envuelto en un aparatoso atraco de funestas consecuencias. Su director, Ralph Nelson, parece querer emular a los enfants terribles de la Nouvelle Vague en sus desmadejados planos realistas de la ciudad o en una descuidada planificación que convierte a sus personajes en protagonistas de un naufragio sin botes salvavidas. Un artesano a la búsqueda de una hueca autoría (sin duda la reciente nominación al Oscar por “Los Lirios del Valle” había hinchado su pectoral como el de un palomo) que transforma en triste caricatura los principios fundacionales del grupo francés. Coincidiendo con su estreno en cines, Schifrin prepara un LP para el sello Verve, “Once a Thief and Other Themes”, que incluye cuatro temas compuestos para la película y un conjunto de piezas jazzísticas de entre las que rescatamos, por su interés, un par de cortes de “The Man From U.N.C.L.E”, una versión disco del “The Cat” para “Les Felins” y dos vocales de gran empaque a cargo de Irene Reid. Una edición que, en realidad, poco o nada tiene que ver con el score compuesto para el filme. En éste, recuperado ahora por FSM, el argentino concibe su partitura pensando en dos diferentes niveles de aplicación: uno presidido por la acción y el suspense, de escasa incidencia, con el piano (en funciones percusivas) y el contrabajo como estrellas (“Bang Blues” y “You Drive” emergen como precedentes de su trabajo en “Mission: Impossible”); otro, el dominante, centrado en la vida privada del delincuente, donde, aunque Schifrin arranca buena dosis de sensualidad a maderas y saxo (“This Time It´s Different”, “Another World”, “Dark Bedroom”), se echa en falta una mayor energía y variedad. La obra tiene “swing” pero carece de vuelo.
Para “The Cincinatti Kid” (1965), el primer score importante de su carrera, el compositor escribe dos partituras diferentes debido a las continuas desavenencias del director Norman Jewison y el productor Martin Ransohoff. El resultado final es una obra sugerente que destaca por su precisión. La película es un obvio retrato de la derrota de Cincinatti Kid (Steve McQueen), un joven jugador a la búsqueda de su gran momento, a manos del veterano rey del póker, The Man (Edward G. Robinson). Jewison se muestra demasiado errático en el desarrollo de las subtramas amorosas y ofrece una galería de personajes estereotipados encabezados por un desvalido Kart Malden en su enésimo papel de amable cornudo. Schifrin parte de un mosaico de temas de los que destacan, por su buen aprovechamiento, los dos asociados a la pareja protagonista. El dedicado a McQueen es una melodía sincopada que realza su individualismo (“Loser/Gambling Man”, “Walking Down”), mientras el de Christian (Tuesday Weld), su novia, se presenta para guitarra acústica ornamentada por cuerdas y maderas (“Christian”, “The Rest of Your Life”, “So Many Times”), sirviendo de acompañamiento a la, algo discontinua, relación entre ambos. Del resto de motivos secundarios, todos abordados desde una óptica oscura y pesimista, resaltan el de “Shooter”, un verdadero ejemplo de música para perdedores, y el de “Mr. Slade”, cuya perversidad aparece insinuada por los chelos. Otro momento de inspiración aflora en el acompañamiento a los tensos tiempos muertos de la partida, a través de un interesante contrapunto entre el tema central y una sucesión de pizicattos y ostinatos a cuerda y percusiones (“New Deck, Please/A Deuce to the Man”), como también en el espléndido “Cockfight”, que ofrece una carnavalesca atmósfera de vicio y lujuria a partir de un rítmico bluegrass en contrapunto con la masa orquestal tocando en diferente tonalidad. Aunque FSM ofrece como aperitivo a los 25 minutos de score original el álbum oficial grabado en los 60, sigue mereciendo nuestra atención la fantástica regrabación realizada a finales de los 90 por Schifrin en Alemania (editada por el sello Aleph), la cuál no sólo revisa muchas partes de la obra, extendiendo la duración de todas las piezas, sino que presenta temas diferentes a los compuestos originalmente para los personajes de Melba y Shooter, confiriendo uno, inexistente en la película, para The Man.
Con el mundo dividido en dos bloques antagónicos, la moda por la intriga y el espionaje, impulsada por el éxito de “The Man From U.N.C.L.E” en la televisión y de la franquicia “James Bond” en el cine, acaba por copar el mercado de productos de muy dudosa calidad. “The Venetian Affair” (1967) es una película sobre espías y terroristas, tan deslavazada como mal contada, cuyo argumento deja poco espacio a la sorpresa: un atormentado ex agente de la CIA (Robert Vaughn), expulsado por casarse con una comunista, es requerido para que investigue un atentado que se ha producido en Venecia en mitad de una conferencia de paz. Schifrin acude a un pegadizo tema central que desarrolla a lo largo y ancho de una partitura donde resalta la sorprendente instrumentación empleada. Cymbalom (descubierto para el cine por Barry en “King Rat” y consolidado en el género de espías gracias a su utilización en “The Ipcress File”), cítara, salterio, sitar, tamboura, clavicordio, dos arpas, mandolina, flauta y marimba, son el repertorio elegido en una formación que destaca por la ausencia de cuerdas. El resultado es una obra compacta pero fría en la que, frente a un tema de amor demasiado insustancial (“Sandra”, para flauta y guitarra) y un conjunto de set pieces de acción psicodélicas llenas de improvisación jazzista (“Hypodermic Persuasion”, “Subliminal Horror”), resulta interesante fijar la atención en la célula rítmica que conforma la estructura de su tema central (“Venice After Dark”), al esconderse tras ella un claro antecedente del “Shifting Gears” escrito para “Bullit”.
Peores resultados encontramos en “Sol Madrid” (1968), de lejos el disco menos interesante de la edición, no sólo porque Schifrin se limita a bombardearnos con una interminable sucesión de piezas cuya función es la de ejercer de source music (rancheras, jazz, pop ligero, rock, conformaban la mayoría de cortes del LP comercializado en los 60), sino porque en las contadas ocasiones en las que el score parece dibujar un esqueleto dramático, demuestra ser poco eficaz y tedioso. Así, rutinarias dosis de suspense en “Worried Stacey” y “Headlights” conviven con alguna enérgica muestra de músculo orquestal en “Villanova´s Chase”, el mejor tema del disco, en una película que no deja de ser otra muestra insulsa del subgénero de espionaje, esta vez protagonizada por David McCallum (como Vaughn, salido de la factoría “The Man From U.N.C.L.E.”). Como broche de despedida, FSM nos regala algunos bonus consistentes en versiones, más o menos afortunadas, de algunos éxitos televisivos recogidos en su álbum “Medical Center and Other Themes”. Frente a una vitamínica pero trasnochada versión del tema central de la serie que da título al LP (muy molesto el abuso del hammond), Schifrin se muestra más fidedigno en la recreación de temas como los de “The Mask of Sheba” (construido sobre una habitual batería de ritmos sincopados) y el de “Earth II”, corte que, a la postre, resume perfectamente los pros y contras de una edición que, aunque como es norma en el sello aparece muy bien presentada y remasterizada, resulta de contenido desigual. Sólo cabe esperar que los próximos volúmenes incluyan material más jugoso, contando entre su oferta de inéditos con obras de la dimensión de “Hell in the Pacific”, “The Beguiled” o “Day of the Animals”. En caso contrario, se habrá perdido una oportunidad de oro para convertir esta colección en el referente absoluto de la obra cinematográfica del maestro de Buenos Aires.
24-junio-2010
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