Miguel Ángel Ordóñez
Aunque desde un principio su cine haya mostrado evidentes lagunas narrativas, esa capacidad para desarrollar una historia de manera coherente y de trasmitirla adecuadamente a la audiencia, de un tiempo a esta parte, Tim Burton se ha revelado hábil a la hora de manejar sus recursos (“Big Fish”) dejando al descubierto algo aún más preocupante: que no tiene nada que contarnos. Sustraída de su gamberra imaginería gótica, de su inventiva visual, envoltorio tan apetitoso como ficticio con el que su autor ilustra sin descanso cada una de sus excursiones (sic) cinematográficas, este “Alicia en el País de las Maravillas” es un pasatiempo aburrido y narcisista que olvida en todo momento el espíritu de la maravillosa novela de Lewis Carroll para adentrarse, sin complejos, en los resortes del cine palomitero al uso tomando como referentes subproductos del tipo “Las Crónicas de Narnia” o “Eragon”. Y es que resulta sonrojante acabar viendo a Alicia, la heroína de un mundo tan anómalo como Wonderland, convertida en una exportadora multinacional de gran éxito, o al sombrerero loco (Johnny Depp trasmutado en Marcel Marceau) marcarse un lamentable bailecito que pone de manifiesto la sorprendente e incalificable anarquía que nos regala en ésta su última cinta, el director de “Eduardo Manostijeras”.
Por mucha necesidad que haya de celebrar la libertad y el descaro con el que Burton se adentra en la obra de Carroll, su relectura de la novela clásica infantil por antonomasia dista mucho de ser original. Tomando como referente la irregular “Hook” de Spielberg, interpreta un cuento para niños desde el punto de vista de un adulto que ha olvidado los sucesos de su adolescencia. Burton naufraga en el retrato de una plana y caprichosa Alicia como joven en edad casadera que huye de sus obligaciones sociales para enfrentarse al que desconoce es su pasado. Y es que, esas luchas maniqueas entre el bien y el mal bajo una impronta pedagógica han dejado, hace mucho tiempo, de interesarme lo más mínimo.
Tampoco es que me interese mucho la trayectoria profesional del último Elfman. Enroscado sobre una alarmante autocomplacencia, resulta indudable que el enfant terrible de la música cinematográfica ha sabido adaptarse a los tiempos mucho mejor que otros compañeros de generación, quizás por la propia peculiaridad de su música, tan insólita y personal. Al Elfman de ahora se le pide poco: que sea una versión actualizada de sí mismo, que ofreciendo el producto de siempre, sea aún más recargado, más excesivo que antaño, y él complace con la precisión de un relojero suizo. Sin embargo, poco tiene que ver el impulso creativo de finales de los 80 y primeros 90 con el vigente estancamiento de la disciplina, perdida entre los ruidosos clichés generados por una industria que amordaza el buen gusto y la innovación. Invadidos por el miedo, los productores apuestan por una fórmula de éxito, destinada al público juvenil, que se copia una y otra vez y que obliga al músico a presentar un producto comercial de impecable factura técnica, no buena música.
Lo que para el viejo Elfman suponía investigación tímbrica y rítmica o el establecimiento de un admirable tejido armónico, es para el actual la aplicación de previsibles metaclichés, la constatación de la decadencia de una estructura formal que sobrevive perdida entre un bucle infinito de síncopas y entre estridentes orquestaciones de trazo grueso. Aunque “Alice in Wonderland” no deja de ser un claro reflejo de esa tendencia, Elfman es capaz de recordarnos tiempos mejores con un tema central extraordinario (la canción no se escucha en la película tal cual aparece grabada en el compacto), recuperando esa tradición gótica (incluyendo acompañamiento de órgano), coral y melódica que definió su estilo lustros atrás. No puede decirse lo mismo del resto de la composición, hasta cierto punto perezosa y previsible, que destaca primordialmente por edificarse, conceptualmente, sobre tres ideas temáticas (una principal y dos sutilmente secundarias) que remiten directamente al personaje de Alicia. La principal conforma el cuerpo sonoro de su recurrente tema central (“Alice´s Theme”), retratando el presente de la protagonista, una idea que se conecta a una historia olvidada de su pasado y que funciona, a su vez, como abierto condicionante de su futuro. El tema sufre de numerosas variaciones mientras acompaña al personaje a través de su aventura en el mundo fantástico de Wonderland, emergiendo poderoso en “Down the Hole”, heroico en “Alice Decides” o casi deconstruido en “The Chesire Cat”. Al tiempo, la utilización de fragmentos de la canción puede oírse en varios “Alice´s Reprise” a lo largo de la grabación.
El motivo conectado a su infancia, al pasado, emerge formando el puente entre las estrofas de la canción y reaparece en el corte “Little Alice” a partir de una refinada frase a madera y con un timbre étnico que remite a su trabajo en “Black Beauty”. Mayor presencia ocupa el tema conectado al desolador futuro de Alicia como mujer victoriana. Utilizado en “Proposal”, para maderas y chelo, se presenta brevemente en “Only Dream” y obtiene su mejor desarrollo narrativo durante la pieza “Alice Returns”. Junto a esta terna temática que prefigura el núcleo central de la narración, Elfman otorga el clímax de la composición a una sucesión de set pieces de acción que, lejos de ofrecer relecturas a la trama, sólo generan tensión a partir de la simple sobre exposición de ritmos sincopados y picados efectos sonoros como el staccato, recubriendo en parte las carencias melódicas con la introducción de densas orquestaciones (“Bandersnatched” o “Going Battle”) que sirven de excusa para resaltar, si cabe, los componentes épicos del relato.
Aunque este “Alicia en el País de las Maravillas” resulte un producto atractivo y realmente disfrutable, sospecho que la fórmula es incapaz de dar más de sí. Cuando Burton se despoja de su inquietante intelectualidad, como es el caso, realizando un ejercicio de estilo formalmente sugerente pero de contenido terriblemente plano, Elfman expende la receta sin pasión ni brillo. La sensación resultante es que el compositor, fuera de sus habituales filigranas, tampoco es que tenga mucho nuevo que contarnos.
10-mayo-2010
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