David Serna
El neoyorquino Stanley Kramer fue, al igual que el vienés Otto Preminger, algo más que uno de los primeros y más decisivos productores-directores independientes del cambiante Hollywood de los 50 (convirtió en un formidable éxito, por ejemplo, lo que estaba condenado a ser un humilde western: “High Noon”). Se le recordará, como a Preminger, por introducir sus ideas liberales y contestatarias en el marco de una industria tendente a la autocomplacencia (sus películas de finales de los 50 suelen acabar con un contundente fundido a negro, sin siquiera un mísero “The End”). Pero, en verdad, Kramer debería pasar a la historia como uno de los cineastas de la moral, pues hasta en divertimentos comerciales y escasos de trasfondo como “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” existe un tenaz sentimiento de búsqueda de la justicia, de querer abrazar aquello bueno y correcto para la condición humana. En “Judgement at Nuremberg”, un juez reflexiona sobre lo poco trascendente del número de asesinatos cometidos directa o indirectamente por un hombre: uno sólo ya basta para incriminarle. En “Inherit the Wind”, un abogado se desvive por hacer entender que todo ser humano tiene derecho a pensar libremente cuando un profesor es llevado a los tribunales por enseñar la teoría del evolucionismo en lugar de la creacionista. En “Guess Who´s Coming to Dinner”, una joven que siempre ha recibido una educación liberal debe ganarse a sus padres cuando les presenta a su futuro marido, un médico de raza negra. Hasta en “The Secret of Santa Vittoria”, el vino es el macguffin que permite a un pequeño pueblo italiano levantarse contra la intolerancia y el despotismo de la ocupación alemana tras la caída de Mussolini.
La avaricia del hombre por el dinero y la crítica hacia el sistema (el capitán de policía interpretado por Spencer Tracy se lanza también a por el botín porque, cuando se jubile, le quedará una pensión raquítica) apuntan a la diana del divertidísimo argumento de “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World”, si bien es cierto que Kramer orquestó esta enloquecida superproducción como el anverso intencionadamente taquillero a su recta sucesión de grandes dramas con mensaje. Puede que Kramer, en 1963, no fuera pionero en renovar el género cómico invitando a un sinfín de cómicos y artistas famosos a la función (“Pepe”, de George Sidney, por ejemplo, ya lo había hecho en 1960), pero sí demostró una enorme astucia como mínimo en dos aspectos: utilizando el dinero como excusa para ganar dinero (todos los personajes se muestran igual de codiciosos y terminan, como la propia película, riéndose de sí mismos) y actualizando la vieja tradición del slapstick al poner en escena, con un elegante sentido del espectáculo, la frenética carrera que emprende un grupo de automovilistas al descubrir que existe un tesoro de 350.000 dólares enterrado en el parque de Santa Rosita “bajo una gran W”. Peter Bodganovich retomará esos gestos heredados del cine mudo en la no menos desternillante “What´s Up, Doc?”, de 1972, pero es la envergadura del enredo de “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” lo que, seguramente, mayor influencia ha tenido en el grueso de comedias desmadradas que han venido después, empezando por su remake inconfeso: la simpática pero intrascendente “Rat Race” (2001).
De los muchos personajes que entran y salen a lo largo del filme (desde la temperamental Ethel Merman como la insoportable suegra hasta un fugaz Jerry Lewis aplastando con su coche el sombrero que Spencer Tracy ha lanzado por la ventana), uno de los más destacables lo ensalzó el propio Kramer en el momento del estreno:
“Desde la llegada del sonido, la música ha sido un añadido esencial en las películas. Pero en la música para ´It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World´, Ernest Gold ha conseguido lo que largamente se ha buscado; ha triunfado al hacer de la partitura una de las estrellas del filme”.
Efectivamente, la banda sonora de Ernest Gold es uno de los principales alicientes que a los muchos incondicionales de esta memorable comedia les viene a la cabeza ya sólo al citar su título. Pero quizá se deba, por encima de la calidad de su alegre y pegadizo tema principal, al consciente abuso que Gold hace de la melodía, con la finalidad de que el espectador, en mitad de la locura circundante, pueda asirse a algún elemento que le devuelva la cordura. Son tantas las persecuciones y es tan dinámica la acción que Gold la escribió pensando en el carrusel de un circo, como si la película fuese un gigantesco carnaval de carcajadas donde la pomposa música, a través de mil y una orquestaciones diferentes, no hace más que prolongar esa incontrolada sensación de fiesta. Puede que la composición, pese a sus múltiples y juguetones arreglos para gran orquesta, se resienta de una mayor variedad motívica y peque de ingenua, pero para compensar esta aparente desmesura Gold ya se encarga de introducir algunas frases recurrentes (la mayoría agrupadas en la obertura y en el dinámico “The Great Pursuit”) dando prioridad a un segundo tema central (presentado en “Follow the Leader”), que moldea igualmente bajo mil disfraces entremezclando el optimismo y la diversión reinante con una leve huella de ensoñación.
El compositor, así, hermana el tema principal a la “locura por el dinero” (como remarca abiertamente la letra de Mack David en la canción de la obertura) y reserva este segundo tema para “hacer soñar a los personajes”, en tanto que suele escoltarles en escenas en las que revolotea, directa o indirectamente, la paradisíaca posibilidad de que pudieran apropiarse por un solo momento de semejante fortuna. Gold introduce otra frase, de un cariz menos cándido, para seguir subrayando las quimeras particulares de los protagonistas (en “Away We Go” a partir de 01:11, y más adelante en “Adiós, Santa Rosita” o “Retribution”). Pero sólo se atreve a interferir en el continuo vaivén entre las dos melodías centrales cuando, de repente, se saca de la manga el único tema de toda la partitura asociado a un personaje: el inesperado motivo para Otto Meyer (Phil Silvers). Es posible que, en el meridiano de la acción, necesitara un remanso y viera en las divertidas pero sucias maniobras de Otto un respiro para la coherencia de la banda sonora (el corte “Gullible Otto Meyer”), pero no deja de resultar peculiar que sólo este entrañable bribón (cuya música, de ligero aire jazzístico, exterioriza oportunamente sus turbias artimañas) sea merecedor de un tema identificativo, si bien es cierto que Gold también asocia otro tema (la melodía mejicana de “Adiós, Santa Rosita”, presente luego en “The Big W” y “The Great Pursuit”) más que al personaje de Spencer Tracy a lo que simboliza su sueño: dejar plantada a su conflictiva familia y cruzar la frontera de Méjico con los 350.000 dólares. Sin mayores explicaciones, es la música de Gold la que, mediante esos acordes, da a entender sus nuevos planes al apoderarse del botín.
Gold escribió la partitura de “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” en unas condiciones envidiables: gozó de la confianza y la libertad de su amigo Kramer para componer lo que quisiera y tuvo seis largos meses para visitar el rodaje y empaparse de su loco ambiente. Eran los buenos tiempos de la banda sonora, en los que productores y directores respetaban al compositor y mimaban su trabajo conscientes de la importancia de la música en la construcción de sus historias, especialmente si se trataba de dramas ambiciosos o grandes espectáculos. Miklós Rózsa en “Ben Hur”, Alfred Newman en “The Diary of Anne Frank”, Alex North en “Spartacus”, Jerome Moross en “The Cardinal”… Todos ellos sacaron lo mejor de sí mismos al moverse en unos generosos márgenes. Y eso se nota, por mucho que una partitura como “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” carezca de esas pretensiones dramáticas que fortalecen y dan consistencia a composiciones más reputadas. La música de Gold es genuina, enérgica y de lo más compacta. Y no necesita la trascendencia de su laureada “Exodus” para servir como un guante a la película y brillar a una altura incluso similar: su desarrollado ingenio, su expresiva comicidad y ese cosquilleo de felicidad que contagia a través de sus camaleónicas orquestaciones (con un simple ritmo sincopado, una simple variación circense, una mera pincelada de júbilo) la convierten en un más que apreciable referente dentro del género que, históricamente, más ha dependido siempre de las modas pasajeras: la música para comedia.
No menos cómica, en verdad, se antoja su reedición por parte del sello Kritzerland, que ha devuelto a la vida una banda sonora descatalogada con su habitual tirada limitada a 1.000 copias, lo que inevitablemente ha provocado que vuelva a estar fuera de catálogo no en cosa de años (como sucedió con la anterior edición de Ryko) sino de pocos días (el caso también de “The Man Who Would Be King”). Además, la música editada vuelve a ser la misma: esto es, no la grabación original con los 106 músicos de Los Angeles Philharmonic Orchestra, sino la regrabación dirigida por el propio Gold poco después (con 65 músicos y mucho menos material). A la postre, Kritzerland presume de añadir algunos cortes originales a modo de bonus tracks, pero se trata prácticamente de pistas sin diálogo extraídas de la propia película (la “Overture”, el “Intermission”, etc.), con algunos inevitables efectos de sonido (como los presentes en los divertidos créditos diseñados por Saul Bass, que después, excepcionalmente, elimina en el último corte). Quien piense, pues, que esta tercera edición de “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” es la definitiva (existe otra más editada en Europa por Tsunami) que tenga en mente tantísimas “deluxe edition” lanzadas como completas y a las que les sigue faltando material (desde el “Matrix” editado por Varèse Club a la reciente “Eraser” de La-La Land, pasando por clásicos “deluxe” como el “The Omen” de Varèse). Una vez más, el problema no está en volver a comprar una misma banda sonora si el nuevo contenido vale la pena (que también), sino en el hecho de que aparezca una tercera o cuarta edición (como podría ser el caso de un “It´s a Mad, Mad, Mad, Mad World” completo y original) que invalide todo lo editado (y adquirido con sacrificio) anteriormente. Ahí está el tercer “Robocop” editado por Intrada… Crisis, ¿quién dijo crisis?
22-abril-2010
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