José-Vidal Rodriguez
El particular estilo de Pascal Gaigne, expresivo en melodías, austero en las formas e inscribible en no pocas ocasiones en la denominada corriente “minimalista” (aún cuando el propio autor rehuya con una sonrisa este calificacativo), parece haber establecido una fórmula de éxito con la que el francés otorga una personalísima visión musical en cada uno de los proyectos que afronta. Convertido en estandarte de calidad para buena parte de los nuevos cineastas patrios, el de Caen se ha hecho con justicia, un importante hueco en nuestra industria como autor especializado en ahondar en la parte emocional de los personajes, “invadiendo” musicalmente su intimidad y desnudando sus sentimientos al servicio siempre de la trama.
“Castillos de Cartón”, basada en la obra homónima de Almudena Grandes, es otra de esas cintas en las que la impronta de Gaigne encuentra sus mejores réditos. Con el tema de la pintura como importante trasfondo argumental (rememorando así los tiempos de su notable “El Sol del Membrillo”), la película narra las vicisitudes de tres estudiantes de Bellas Artes, cada uno de ellos con una frágil personalidad, que acaban encontrándose para formar un triángulo sexual-amoroso en el que cualquiera de sus vértices se tambalea sin la existencia de los restantes. Cuarto proyecto tras las cámaras de Salvador García Ruiz (quién ha requerido los servicios de Gaigne en todas sus producciones hasta la fecha), el cineasta aborda la ruptura de tabús sexuales (situando la historia en lo que parece ser la España de principios de los 80), la pérdida de la inocencia y el amor sin convencionalismos, convirtiendo estos temas en los ejes centrales de un sugestivo argumento en el que Maria José, Marcos y Jaime no son los únicos protagonistas absolutos del mismo, sino que el factor de sus vocaciones pictóricas constituye igualmente el núcleo de unión -y desenlace- a esta atípica relación a tres.
Precisamente, es la pintura el ámbito que marca, en gran medida, la aproximación musical del galo. De este modo, la estructuración temática de la partitura (que la tiene) abandona criterios formalistas, ya que Gaigne parece ceder el testigo al uso del color, con una orquestación muy específica en la que piano, cello y maderas tienen especial relevancia. Con ello dota al conjunto de una absoluta coherencia más allá de los lógicos identificadores temarios, de tal suerte que el sutil manejo de la paleta orquestal se convierte así en la clave para conferir a su música la función de auténtica “narradora paralela” del relato, encauzando perfectamente a los personajes en esa elipsis de sentimientos cruzados y, en último término, desengaños mutuos. De asumida función intimista pero con una sugerente vocación alegórica, el score de este “Castillos de Cartón” presenta además los habituales rasgos camerísticos del compositor, reflejados normalmente en la aparición de continuos solos instrumentales, aun cuando en esta ocasión haya podido contar con las, a priori, mayores dimensiones de la Orquesta LeMans gallega.
Dentro del tono global de un trabajo reflexivo, impresionista pero siempre contenido en lo dramático, destaca la intención del músico por transmitir una sensación de constante luminosidad (reforzada por las apariciones del arpa), tan sólo quebrada por las dudas y desengaños de la parte final del relato, que encuentran su mejor reflejo en la espléndida introducción amarga del corte “Castillos de Cartón” (pese a abrir el compacto, es en realidad la pieza usada en los títulos de crédito finales). Dentro de ese brillo subyacente, Gaigne explora con fortuna diferentes vertientes cromáticas, que van desde la cotidianeidad empapada de elegancia (la pista “Verano”, con una breve pero seductora intervención del saxo), pasando por una ensoñación de tintes atípicos (“Hipnosis“), y abrazando en algunos instantes unas líneas melódicas con cierto afán de indefinición (“Autorretrato”), mientras otras se presentan de forma más expresa (el hermoso solo a piano de la parte final de “Frente a Frente”). Los resultados en todos estos registros, no hacen sino corroborar la sutileza y buen gusto de las propuestas del francés, demostrando una vez más que la belleza lírica no sólo se alcanza a través de melodías especialmente enfáticas, ampulosas o edulcoradas.
Pese a la mencionada estructuración del score alrededor del color, el de Caen no descuida el desarrollo de pequeños células motívicas (algunas de ellas casi imperceptibles a primera escucha), importantes en su utilización, pero en apariencia alejadas de cualquier intención por identificar separadamente a ninguno de los personajes, en lo que constituye un inteligente recurso con la que potenciar aún más la sensación de “unidad” del trio protagonista, y anticipar el vacío que se cierne sobre sus vidas separadas. Dos son los temas que mayor protagonismo tomarán en la partitura: el corte “Títulos” introduce la idea central (o para ser más exactos, la pìeza con mayor vocación de recurrencia), a través de la cuál el autor transfiere plasticidad y lustre poético a la secuencia inicial del taller en el que coinciden los tres personajes, para luego usarla incluso en ciertos planos de sexo explícito. Como segunda idea importante, Gaigne acude a sus habituales ostinatos para conformar otro interesante motivo, aplicado esta vez al proceso de creación pictórica de Marcos, Jaime y Maria, en “Vida creativa”, corte éste que, en su segundo minuto, incluye unas repeticiones al piano que traen a la memoria cierto fragmento de su excelente “Le Cou de la Girafe”. En “Extaxistencial”, la aparición íntegra de estos dos temas mencionados, conforma sin duda uno de los momentos a destacar del álbum.
Favorecida por una edición impecable, en la que los bloques de escasa duración se unifican en cortes íntegros para favorecer la escucha en compacto, la partitura de “Castillos de Cartón” no solo se presenta como uno de los trabajos nacionales más destacados del pasado 2009, sino además como una de las obras más maduras de un Gaigne siempre fiel a sus postulados, que en esta ocasión son llevados a una vertiente especialmente expresiva y servil con las escenas. Un score, en definitiva, bello, elaborado y de impecable fusión con el trasfondo emocional del filme, lo que confirma de paso la curiosa habilidad del francés a la hora de interpretar al pentagrama temáticas asociadas, de algún modo, al marco de la pintura.
15-abril-2010
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