Gorka Cornejo
“The Children´s Hour”, o como oportunamente (por una vez) se llamó en España, “La Calumnia”, es la segunda adaptación que dirigiera William Wyler del célebre y escandaloso debut teatral de Lillian Hellman. El director no pareció quedar contento con su primer intento de 1936 (“These Three”), proyecto en gran parte frustrado por las exigencias del Código Hays que, entre otras cosas, obligaron a alterar el argumento y a eliminar de la publicidad toda referencia que la vinculara a la obra original (que sí pudo estrenarse y sin problemas). Aprovechándose del clima de mayor apertura de que gozaba la industria del cine en la década de los 60, Wyler quiso quitarse la espinita dirigiendo una versión mucho más explícita que, al menos, no tuviera que escamotear al espectador la auténtica naturaleza de la calumnia, si bien es verdad que no por ello deja de ofrecer una imagen prejuiciosa y estereotipada del lesbianismo. Y es que, por si alguien no se había enterado, de eso estamos hablando nada más y nada menos. Palabra que, por cierto, no se llega a pronunciar en ningún momento.
Basada en un hecho real acaecido en Edimburgo en 1810 (y sin dejar de tratarse de una metáfora maquillada de la equívoca relación que unió a Hellman con la “Julia” que daba título a la estupenda película de Fred Zinneman basada en las memorias de la escritora), “La Calumnia” cuenta la historia de dos jóvenes profesoras dueñas de un internado privado que se ven envueltas en un juicio por conducta escandalosa a raíz de las acusaciones infundidas por una de sus alumnas que aseguró haberlas visto besándose en la intimidad de sus habitaciones. El escándalo consecuente provoca no sólo el cierre del negocio sino la condenación al ostracismo de las dos mujeres que en vano intentan defender su inocencia. Para cuando es desenmascarada la calumnia ya es demasiado tarde. Ni el revocamiento de la sentencia ni la restitución pública de su honor pueden sacarlas de la miseria existencial en la que se hallan sumidas. Finalmente, una de ellas reconocerá a la otra su verdadera condición homosexual así como los sentimientos que siempre ha albergado hacia su compañera; tras la confesión, abrumada por los remordimientos y la culpa, acaba por suicidarse.
Ni la música que se escucha en la película, ni mucho menos la presente edición a cargo del sello Kritzerland, hacen verdadera justicia a la banda sonora o al menos al diseño global que ideara Alex North. Wyler alteró ligera pero sustancialmente las pretensiones del compositor solicitando modificaciones o replanteamientos en algunos bloques, cuando no desechando otros, parcial o totalmente, medidas todas ellas destinadas a aligerar el peso melodramático de la película, en lo que parece un intento del director por aproximarse a una estética cinematográfica más actual (no son años fáciles para la industria), algo que también puede verse en la puesta en escena, clásica y tradicional casi siempre, pero momentáneamente sacudida por cierto manierismo rupturista (y decimos manierismo por sugerir que no son rasgos estilísticos naturales sino imitaciones por parte de un director que quiere modernizarse a marchas forzadas) que pudiera entenderse como un acercamiento a un cine más europeo, magro y enteco, menos dócil ante las convenciones edulcoradas de la narrativa del entretenimiento. Imbuido por esta búsqueda de la desnudez o quizá disgustado ante parte del material presentado por el compositor, Wyler alicortó el planteamiento de North, en concreto eliminando casi por completo la música ideada para describir el mundo infantil, sin duda alguna la más reveladora del personalísimo estilo de su autor y la más interesante desde un punto de vista estrictamente musical, provocando que el score final resultara infinitamente más convencional y lastrado, además, por cierto desequilibrio que lo convierte en un trabajo malogrado.
Si escuchamos las dos versiones de los “Main Title” que figuran en esta reedición (cortes 1 y 17) obtendremos una idea cabal sobre la naturaleza de las alteraciones y los rechazos parciales. El propósito de North era incorporar a la música un elemento jocoso, sarcástico, que definiera la naturaleza maquiavélica de los niños maledicentes y en concreto del personaje de Mary, la malcriada y caprichosa responsable de la calumnia que destruirá la vida de las dos profesoras. Con tal objetivo empleó todo su talento para la deconstrucción y la reelaboración más asombrosas, utilizando breves fragmentos de melodías infantiles populares (especialmente la conocida como “Skip To My Lou”) sometidas a un desquiciamiento que ofrece una imagen muy pertinente de la inocencia infantil mal intencionada. Bloques total o parcialmente desechados como “Mary´s Lie”, “Shame” o “Hooky” son buena muestra de este ingrediente con el que North quiso enriquecer el tono dramático de la banda sonora. A pesar de todo, quedan en el montaje definitivo restos aislados e insuficientes de esta estrategia, como por ejemplo el comienzo del bloque titulado “Tantrum”, y de ahí esa inevitable sensación de desequilibrio, o de obra no del todo redonda, a la que nos referíamos antes.
Sin embargo, creemos que la cirugía practicada al trabajo de North no estaba mal encaminada. Siendo una composición brillante, de gran interés musical, absolutamente recomendable para cualquier aficionado y en especial para el devoto, porque obtendrá un nuevo ejemplo de la suprema inteligencia de un compositor cada día más añorado, lo cierto es que en muchas de las escenas en las que intervino de alguna manera la tijera, se aprecia que el compositor había optado por un enfoque intelectualmente muy apreciable pero cuestionable en cuanto a tono, intensidad y autonomía (especialmente elocuente es la escena que hubiera debido cubrir el bloque titulado “Hooky”, en exceso agitado y complejo, sonoramente muy intrusivo). En cierta manera, su trabajo para “The Children´s Hour” muestra ya los síntomas de una afección que caracterizará algunas de sus partituras de los 60: la desproporción entre la envergadura de la música y la de la película o escena que acompaña. Y es curioso que aquél que, recién llegado a la profesión, sorprendiera y aventajara a todos precisamente por dotar a sus composiciones de una riqueza innecesaria (desde el punto de vista normativo) pero siempre pertinente y genial, aportando mayor hondura, fisicidad, fijación y explicitud a las películas en las que trabajaba, acabara desmesurando su estilo y desbordando las imágenes, si bien es comprensible como consecuencia de todo proceso de consolidación y reafirmación de un estilo y más aún en alguien que hizo del cine su principal campo de experimentación.
Al margen de todo esto, “The Children´s Hour” posee virtudes suficientes para su notable consideración. El tema principal con el que North cohesiona todo el relato y engloba a los tres personajes principales (las dos profesoras y el novio de una de ellas) resulta tremendamente elocuente de la enorme sensibilidad y sutileza del compositor: en su primera aparición (“Proposal”), exceptuando los créditos iniciales reelaborados (de un convencionalismo tremendamente extemporáneo y desganado), North hace que parezca un clásico tema de amor aplicado a la pareja formada por Audrey Hepburn y James Garner para a continuación dedicar la misma música a la amistad entre las dos profesoras (y subrepticiamente al secreto amor que el personaje de Shirley MacLaine siente por su colega y amiga). Así, el triángulo de personajes, futuras víctimas todos ellos del poder devastador de la calumnia, quedan íntimamente relacionados (y jerarquizados) a oídos del espectador mucho antes de que el argumento de la película lo demuestre. “Alone” (soberbios los timbales del final), “Caress” y “Realization” muestran a un North extremadamente compasivo con el sufrimiento de los personajes, aplicando al tema principal variadas e incluso sorprendentes repercusiones que ensombrecen y ahuman la radiante vehemencia de su optimista forma original. Progresivamente oscura, a medida que el veneno de la calumnia va corroyendo la idílica estructura inicial (“Gossip”, “Results”, “Confession”, “Peace”), la partitura camina hacia la tragedia final ampliando sus recursos expresivos y enervando la orquestación en un progresivo tour de force que explota con inusitada violencia, mostrando a un North agresivo y brutal, sintético y, aquí sí, sobradamente justificado.
En la presente edición, por lo demás irregular en cuanto a la calidad de sonido (mono, aunque aceptable), se echa de menos una mayor meticulosidad a la hora de rescatar e identificar los numerosos bloques parcial o totalmente alterados en el montaje final de la película. Clama al cielo, por ejemplo, que la versión definitiva del gran bloque final haya quedado inédito, a pesar de lo que pudiera parecer a raíz de la incorporación de sendos “alternates”. Vaya pues por delante el letrero luminoso de que no se trata de una edición completa ni siquiera mínimamente rigurosa. Reeditar a North debería suponer hoy por hoy tomarse la molestia al menos de explicar al aficionado a qué se deben ciertas ausencias.
8-marzo-2010
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