Frederic Torres
Aunque no se puede decir que sean unos recién llegados, puesto que sus colaboraciones cinematográficas, aunque indirectas, dado que sus canciones fueron seleccionadas por el director y no compuestas originariamente para las imágenes fílmicas, se remontan a 1987, cuando Wim Wenders utilizó un nutrido grupo de las mismas para acompañar musicalmente la excepcional partitura de Jürgen Knieper para “Der Himmel über Berlin”, Nick Cave y Warren Ellis son dos de los integrantes del grupo rock conocido como The Bad Seeds (liderado por el primero de ellos), una de las pocas formaciones rockeras consideradas genuinamente “puras” de las últimas décadas. Su progresiva atención al medio visual ha ido conformándose paralelamente a lo largo de sus tres décadas de existencia (ciertamente de forma bastante marginal), pero cristalizó el año pasado cuando la pareja se encargó de la composición de “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford” desde unas perspectivas que podríamos situar a medio camino del folk y el rock más “evolucionado”. Ahora parece que con esta partitura para la adaptación de la extraordinaria novela de Cormac McCarthy, ambos músicos consoliden definitivamente su vinculación profesional al mundo de la música de cine con ciertas intenciones de continuidad.
El caso es que nos encontramos ante un film esperado, incluso con expectación, pero que da la impresión de haber llegado precipitadamente a tiempo de finalizar su producción (la rueda de prensa por estos lares de Viggo Mortensen, el protagonista, data de principios de diciembre del pasado año) cara a un previsible estreno navideño que posibilitara alguna que otra nominación al Oscar (no ha sido el caso) con la que publicitar el evento (que nunca viene mal). Es algo que se puede inferir también de la pobre presentación del compacto, que parece realizada con todas las prisas del mundo y que, de hecho, de no ser por este motivo, devendría en inexplicable para entender tal parquedad y desaliño. Una miserable foto “apocalíptica” (ni siquiera bien elegida) como doble carpetilla interior, sin comentarios ni de compositores, ni de director, con lo justo (el tracklist), basta para rubricar tal apreciación. Y aunque es verdad que no estamos ante un acontecimiento espectacular del tamaño de los últimos especímenes que han ido llegando del otro lado del océano (“2012” o “Avatar”), tampoco se trata de una película independiente de bajo presupuesto y con pocas aspiraciones de mercado. En todo caso, contrasta, precisamente, con la exquisita presentación de algunos de los últimos discos de Nick Cave & The Bad Seeds, por ejemplo “Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus” (del 2004), donde el doble álbum iba acompañado de una carpetilla bellamente editada con la letra de las canciones y con las notas de producción correspondientes.
En fin, como quiera que sea, con estas sintomáticas impresiones de entrada, al aficionado le queda la perspectiva de que, al menos el elemento principal, la música, tenga algo que aportar, siquiera desde la singularidad de los compositores implicados. La curiosidad se despeja inmediatamente nada más atender los primeros temas de la partitura. Estamos ante un trabajo de carácter intimista, camerístico, que utiliza ciertos rasgos del minimalismo para destilar el apropiado sentimiento de congoja, de melancólica tristeza, congénito a la misma historia, contando con una pequeña formación orquestal que incorpora como principales protagonistas de la función, además del imprescindible piano, la viola y el violoncelo, en un conseguido empeño de acompañar el dantesco y gris paisaje apocalíptico que describe la narración, pero también, y principalmente, el estado anímico de los dos personajes protagonistas, ese padre e hijo cuyas vicisitudes, pesares (muchos) y esperanzas (pocas) se comparten en la película.
“Home” es el corte que abre el compacto, con la primera aparición del omnipresente piano, donde, sin embargo, destaca la ausencia de melodía alguna y el predominio del viento, utilizado como un “sonido” reverberante, para marcar el tono desolador requerido. A continuación, la introducción del tema central, “The Road”, con el piano en clave minimalista y la viola ejecutando la melodía central, convierte la tristeza y la melancolía en el motivo de acompañamiento de cada uno de los pasos dados por la pareja protagonista en su lento discurrir sin rumbo aparente hacia su horizonte. Sorprende, de entrada, la sobriedad con que los dos compositores afrontan el proyecto, de unas características acústicas que no dejan duda alguna sobre el empleo (escasísimo) de elementos sonoros electrónicos de cualquier tipo, dadas las características e inquietudes de Cave y Ellis. Pero no acaba ahí la cosa. La pareja de músicos se aplica atinadamente a ilustrar las circunstancias narrativas y tanto si se prosigue con el tono melancólicamente reflexivo de “The Far Road” o “The Journey” o en el más incidental de “The Cannibals” (con una percusión de tremendos efectos dantescos en el ánimo del melómano/espectador, ante tal espeluznante amenaza) o “The Cellar”, donde el horror absoluto cobra vida a través de una música de resonancias abstractas (y, por tanto, atonales), también como consecuencia de aquello que se nos narra, los compositores salen (más que) airosos del envite.
Es más, la leve variación del tono, debida a los pocos momentos de bonanza y relativa calma disfrutados por los protagonistas en “The Church”, “The Bath” o “ The Beach”, dan paso a los inciertos resquicios de esperanza que para una raza humana abonada perpetuamente al desastre significan “The Family” o el final “The Boy”, resueltos con una austeridad sólo perceptible por el oyente más sensible y atento a las intenciones modales de los dos músicos: abrir claros en el gris panorama que todo apocalipsis (y éste, aparentemente, parece definitivo) conlleva y que, aunque parezcan no estar ahí, son reconocibles en el paisaje musical de la partitura.
En definitiva, pese a trazar estos signos musicales de cierta y significativa esperanza que la trama argumental reclama, la audición del disco se significa en su apreciada austeridad y se antoja especialmente adecuada a oídos educados en nulas concesiones gratuitas (por ejemplo, neo-sinfonismos espectaculares de rancia tradición y menor justificación), por cuanto la música presente en el compacto cumple perfectamente sus funciones aplicadas, toda vez que consigue evocarnos toda la escala emocional expuesta en la película (que abarca desde la desolación y las pesadillas más absolutas al atisbo de cierta esperanza futura). Es como si de alguna manera la pareja conformada por estos dos músicos se hubiera transmutado desde aquellos lejanos tiempos de su colaboración con Wenders, y se hubiesen pasado al “otro lado” del frente musical. Como si aquellas canciones que el director alemán empleó en su genial película hubiese sido material ajeno a ellos. Y es que los caminos del inconformismo también son inescrutables.
25-febrero-2010
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