Pablo Nieto
Muchos han sido los cineastas que han decidido adentrarse en el infierno de arena y sangre que durante años asola Iraq, ofreciéndonos una mirada crítica de un conflicto bélico donde, tras la muerte ya no hay dolor, sino indiferencia. Sin embargo, una visitante inesperada como Kathrin Bigelow, a la que muchos sólo recuerdan por ser la ex mujer del megalómano James Cameron, será la que consiga que esa mirada de fuera hacia dentro sea de dentro hacia fuera, obsequiándonos con un espectáculo taquicárdico.
Cámara en mano, nos hace partícipes, sin necesidad de gafas de 3-D, del día a día de un grupo de soldados artificieros en una región del mundo donde en la tierra no se cultivan alimentos sino bombas. Un “western” de hombres corrientes que cada día arriesgan sus vidas, demasiado preocupados por sobrevivir como para hacerse preguntas por las razones que les han llevado a ese territorio maldito. Un film, de secuencias milimétricamente elaboradas, de tensión superlativa y un montaje construido en base al “know-how” de Pietro Scalia y Ridley Scott en su “Black Hawk Derribado”, en el que las calles vacías de una desolada Bagdad se convierten en un trampa mortal para tres antihéroes que se enfrentan al azar de la desactivación de explosivos, vigilados desde la distancia por miradas curiosas y casi siempre sospechosas. Una película, donde la directora encuentra un tempo adecuado y progresivo para elevar el dramatismo al suspense más adrenalítico, mientras enfrenta tres personalidades predestinadas a chocar como la del soberbio Jeremy Renner (Sgt. James) en el papel de jefe de desactivación, cuya improvisación bordea la locura, chocando continuamente con el férreo respeto al procedimiento del Sgt. Sanborn, y la cuestionable cordura del joven soldado Owen Eldridge. Un conflicto humano que queda minimizado ante la irracional realidad que los desborda.
Bigelow, degustadora de scores de genética electrónica, más cercana al estudio de la edición de sonido que al de grabación de orquesta, recurre a Marco Beltrami para que siga la senda de los Brad Fiedel (“Acero Azul”), Graeme Revell (“Días Extraños”) o Mark Isham (“Le Llaman Bodhi”). Un Marco Beltrami en estado de gracia en los últimos años, capaz de construir con brillantez la tensión del western crepuscular en “El Tren de las 3:10 a Yuma” (merecidísima nominación al Oscar) o convertir en todo un revival-homenaje a Herrmann y Goldsmith su excelente partitura para “Knowing”.
El score arranca con el atronador chillido insurgente de “The Hurt Locker”, con el que Beltrami nos da la bienvenida a una tierra hostil, a través de la disonancia y un clima de tensión asfixiante, corroborando que no somos bienvenidos. Solamente gente como el Sgt. James parece sentirse cómodo en un país desolado, donde el sufrimiento de las comunidades chiíes y suníes en su guerra civil, ha dado paso al odio común contra EEUU. Es ahí de donde cobra sentido “Goodnight Bastards”, una pieza con la que el compositor trata de reflejar ese sentimiento de alienación que invade al soldado, a través de la templaza de las cuerdas y la expresiva utilización de una guitarra acústica, que no hace sino acrecentar la sensación de soledad y aislamiento ante el miedo. Por momentos un leitmotiv, cuya estética etérea y new age, no oculta su origen melódico en el western, bien podría servir para acompañar a Gary Cooper en “Sólo ante el Peligro” mientras entra en un poblado abandonado, sabedor de los cientos de ojos que le acechan y del peligro que le espera, sintiéndose extrañamente confortable. En ese punto incide Bigelow en el epílogo del film, con el retorno del héroe al campo de batalla, ilustrado por Beltrami con una hipnótica pieza: “A Guest in My Home” y “The Way I Am”.
No hay concesiones ni respiros a la hora de describir como la paranoia y el estrés se va adueñando poco a poco de los integrantes del equipo de artificieros. Beltrami, por expreso deseo de la directora, deja el lucimiento para otro momento, se enfunda el traje protector anti-bombas, y se adentra en un universo de disonancias y excentricidades electrónicas concebidas por su “socio” Buck Sanders, donde cortes como “B.Company”, “Man In the Green Bomb Suit” o “There Will Be Bombs” consiguen trasladarnos a la atmósfera malsana de olor a nitroglicerina y hierro quemado que rodea el día a día de estos anti-héroes, alcanzando su cenit en el asfixiante “Body Bomb”, donde la base electrónica se entremezcla con el lejano eco del adhan (llamada a la oración) de un muecín, para arropar la incursión del equipo en una fábrica abandonada (donde, por otro lado, encontrarán el cadáver de un niño lleno de explosivos listo para ser usado por la insurgencia local). Ese canto desde el más allá, en contrapunto con las compulsivas disonancias, conduce a un posicionamiento evidente del compositor en favor de la denuncia del extremismo religioso. Un pasaje que compite con la dureza descriptiva de la pesadilla del atentado nocturno a un contenedor de petróleo (“Oil Tanker Aftermath”), donde Beltrami optará por cuerdas afiladísimas que terminan confundiéndose con la atmósfera de los sintetizadores, en una mezcla imposible de resultado caótico. Precisamente lo que la secuencia requiere.
No es cuestión de defender lo indefendible y en este punto, sin duda, nos referimos a la más que cuestionable nominación al Oscar de este score. Una nominación consecuencia lógica del voto en bloque al film como una de las mejores películas del año. Sin embargo, si conviene, reivindicar la capacidad de Beltrami para adaptarse a las exigencias impuestas por Bigelow y tirando de oficio construir un trabajo de gran solidez cinematográfica, cuya efectividad queda fuera de toda duda. Por supuesto, si lo que hablamos es de música, es evidente que puede que no haya debate, aunque, quizás convenga parafrasear a Jimmy Hendrix cuando decía que “la música era algo espiritual, creada para hipnotizar a la gente desde su subconsciente”. Quizás es en ese subconsciente donde puede encontrarse justificación a la propuesta del dúo Beltrami & Sanders. Lo que está claro es que “desgajar” este score de la banda de sonido de la película es una temeridad quizás sólo al alcance de tipos como el Sgt.James y su equipo.
22-febrero-2010
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