José-Vidal Rodriguez
En 1968, la carrera del gran Leonard Rosenman empezaba a dar síntomas de un evidente estancamiento. Su activa participación televisiva durante esos años (colaborando en seriales como “The Virginian”, “National Geographic” o “Combat!”), no ocultaba sino el paulatino olvido de una industria que también comenzaba a dar la espalda a otros maestros coetáneos. Rosenman se veía así inmerso en esos “daños colaterales” derivados de los profundos cambios en las líneas de composición cinematográfica que, arrancando con el easy-listening de los 60, se alargarían hasta bien entrada la década siguiente, llevándose por delante a grandes monstruos del pentagrama que fueron fundamentales en la evolución del cine norteamericano de mitad de siglo. En este contexto, “Hellfighters” se presenta como un encargo francamente atípico en el curriculum del newyorkino, y al mismo tiempo supone su respuesta contundente a esa industria que veía en él un músico demasiado sofisticado como para ser tenido en cuenta en el nuevo Hollywood de las grandes producciones. De ahí que el score nos descubra los rasgos de un Rosenman que, asumiendo ciertas imposiciones de la época (y procurando no renunciar a algunos de los pilares básicos de su estilo), compone un trabajo de rasgos eminentemente más convencionales y audibles para el aficionado ocasional, teniendo en cuenta ante todo, su abierto alejamiento de los ejercicios dodecafónicos que durante mucho tiempo caracterizaron a este rebelde orgulloso.
Dirigida por Andrew V. McLaglen, la película no pasa de ser otro pastiche a la mayor gloria de un John Wayne ya en pleno declive, quién encarna en esta ocasión el personaje de Chance Buckman, líder de un equipo internacional de bomberos especializados en siniestros en pozos petrolíferos, cuya vida se devanea entre un amor profundo por su trabajo, y el temor de su familia ante los enormes riesgos que el mismo entraña. Plagada de sonrojantes diálogos y de un ramillete de interpretaciones más que mejorables, el filme destila un halo de masculinidad y hombría que Rosenman capta perfectamente en el “Main Title”, un contundente ejercicio de ritmos sincopados que acaban por dotar de cierto sabor western a la omnipresente, poderosa y tremendamente retentiva frase central del trabajo: una marcha enfocada a subrayar el valor y tenacidad del grupo de bomberos, convertida desde este arranque en la idea fundamental del score y en el auténtico emblema musical de los protagonistas. Paralelamente, la célula rítmica que sirve de arranque al corte (la que suena tras las clásicas pirámides al metal rosenmanianas), funcionará como motivo secundario al principal, pero siempre con idénticos propósitos de asociación a la aparición de los hombres de Buckman, como podemos comprobar en “Phone Call” o “Burning Well”, entre otros. Mediante esta solución, el compositor acude a un segundo identificador con el que reforzar el protagonismo absoluto de los bomberos, resultando a la postre que su utilización logra en parte mitigar la aparición insistente (y excesiva, por momentos) de aquella pegadiza marcha central.
Dentro del carácter convencional que posee la aproximación musical de este “Hellfighters” (en comparación con la tónica habitual de todo un rupturista como Rosenman), el autor no descuida, en el marco de una previsible estructuración motívica, la confección de un tema romántico con el suficiente peso como para actuar de contrapunto a la fuerza y urgencia que desprenden buena parte del resto de cortes. El tema en cuestión viene a describir la atracción surgida entre el personaje de Greg Parker (Jim Hutton) y la hija del jefe Buckman, la hermosa Tish, encarnada por una Katharine Ross recién llegada al estrellato tras su participación en “El Graduado” (la misma actriz a la que no le dolieron prendas al definir el filme de McLaglen como ”la mayor mierda que jamás he hecho“). Presentado en “Jack And Tish”, el tema revela de nuevo la versatilidad del compositor (en esta ocasión, en el marco de su poco explotada capacidad netamente lírica), mediante una melodía cálida y sensual, que normalmente será entonada por maderas a lo largo del score, con la especial aparición del clarinete (“Irene”, “Just A Little Romance”). Siguiendo los clichés imperantes en la época, este conato de romanticismo será reconducido a la inevitable versión pop en la siguiente pista (no usada en la cinta y de relleno “comercial”) “Tish´s Theme”, en la que detrás de su aparente ligereza, se esconde una notable orquestación y una rúbrica de elegancia digna de elogio. La misma distinción que desprende aquella sugestiva frase a piano escuchada en el “Softly in Four”.
Dejando a un lado determinados fragmentos diegéticos (el peculiar “Oriental Dance”), es durante las secuencias de acción y suspense donde irrumpe el Rosenman puramente descriptivo, en detrimento del autor reflexivo (e incluso alegórico) de obras como “The Cobweb” o “Al Este del Edén”. No obstante lo anterior, las armonías más características del newyorkino acaban por imponerse durante la segunda mitad del álbum. En el desarrollo de estos bloques, los contrapuntos y disonancias de un inconfundible sabor rosenmaniano se apoderan de un discurso centrado en el realce de la tensión, lo que provoca la vuelta –puntual- de aquel compositor algo más árido y psicológico en cortes tales como “Cable Trouble” o el militarista “Guerillas”.
Poco más puede añadirse de una obra con clara vocación menor dentro de la filmografía del autor. Con todo, la excelente presentación del álbum (ofreciendo una calidad de sonido espectacular para una grabación de finales de los 60), viene a completar una edición estimable, en donde este Rosenman bastante más predecible (que no fallido) de lo habitual, compone un ejercicio musical entretenido en su audición aislada y correctísimo en el contexto visual de un filme, por otra parte, francamente olvidable.
15-febrero-2010
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