Pablo Nieto
Basada en un hecho real que ya fue objeto de adaptación cinematográfica con la cinta japonesa de 1987 “Hachiko monogatari”, el director sueco Lasse Hallström, especialista en melodramas más (“Atando Cabos”) o menos (“Chocolat”) interesantes, decide actualizar y reubicar en un pueblo de Estados Unidos la emotiva historia de Hachiko, un perro de la raza japonesa Akita, recogido de la calle por un profesor de universidad, al que guardará fidelidad y lealtad eterna acompañándole cada mañana a la estación de tren, hasta que su rutina se ve truncada por el repentino fallecimiento de su amo. Aún así, y día tras día, desafiando al frío y al paso de la edad, Hachiko repetirá su rutinario viaje, sentándose en su lugar favorito, esperando pacientemente el imposible regreso de su propietario ante la admiración y el cariño de todo el pueblo, hasta el momento de su muerte más de diez años después. Protagonizada por Richard Gere, con el magnífico soporte de la sobria Joan Allen en el papel de esposa, “Hachiko” cumple con creces su cometido. Un film que es una carga de profundidad directa al corazón del espectador, que a pesar de un desarrollo lineal y previsible, merece ser defendido como un producto digno y emocionante, de impecable acabado, en especial gracias a la fotografía de Ron Fortunato y a la afortunada recuperación para el cine del talento musical de Jan A.P. Kaczmarek.
La partitura del compositor polaco, en las antípodas de las almibaradas y repetitivas composiciones de Portman para Hallström (“Chocolat” y “Las Normas de la Casa de la Sidra”), se ajusta como un guante a medida a los numerosos silencios de la cinta, las miradas perdidas del animal y a esa conexión espiritual que surge entre el perro y el amo. Un score con empaque y dramatismo desnudo, sin aderezos innecesarios, emparentado con su oscarizado “Finding Neverland”, para el que entreteje una maraña emocional de la que es imposible aislarse, virtuosamente hilada a través del piano de Leszer Mozdzer y el cello de Marek Szpakiewicz, y tras la que se esconde la habitual diligencia de Kaczmarek para las sencillas orquestaciones de cámara.
El piano es el nexo de unión de esta historia de lealtad y agradecimiento eterno entre el akita y el profesor de danza, entre el cachorro olvidado y el hombre maduro. Es difícil aislarse de la belleza de su omnipresente tema central, del que quizás, como crítica, se abusa en exceso, aunque también es cierto que por ello, pierde un ápice de dinamismo o emotividad. Una melodía, a medio camino entre el minimalismo de Nyman y la sinceridad oriental de Hisaishi, cuyo origen es diegético (el protagonista, es un profesor de música y excelente pianista). Ese carácter, ayuda a consolidar su credibilidad como elemento paralelo en la narración de la historia y a generar una interesante confusión, buscada por el propio autor, al presentar los solos de piano del tema interpretados ante una sala por el propio profesor, como ocurre en “Parker´s Dance on Piano”, y metafóricas alusiones a su ausencia en otro excelente solo, el de “Parker and Hachi”. Kaczmarek, apuesta también por la reverberación del piano, como en “Hachiko Runs Away”, para ofrecer un efecto musical del eco, en alusión a la llamada del pasado (el esquema se repetirá en “The Foot”).
Y aunque el protagonismo del piano está por encima de toda duda, no conviene pasar por alto el acertadísimo contrapunto orquestal del cello y las maderas, elementos claves en el carácter melodramático de la partitura, en especial en escenas como la primera huída de la casa del perro en busca de su amo (“Under the Fence”), el primer paseo juntos en la estación (“Parker and Hachi first walk” y “To Train Together”) o el último encuentro íntimo del matrimonio (“Marriage Bath”).
La última media hora del film sirve al indisimulado propósito de Hallström de aliviar el afligimiento del espectador, ya predispuesto a subirse a este vehículo hacia la lágrima incontrolada y el abatimiento. Algo a lo que contribuye el compositor insuflando a la partitura un tono mucho más dramático, convirtiendo la nostalgia en elegía, a través de piezas como “Memory of the Storm” (donde hace visible el paso del tiempo en el perro), la dramática “Hachiko Waiting Parker” o la evocadora “Hachi Last Trip to the Station”, cortes donde el piano del compositor polaco nos hará más fácil la transición de la emoción contenida a la incontenible.
3-diciembre-2009
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