José-Vidal Rodriguez
Animador de la empresa “Weta Digital” y técnico de efectos digitales en “El Retorno del Rey”, Shane Acker saltó a la fama en el año 2005 como responsable de “9”, un sugestivo cortometraje de animación ampliamente elogiado por la crítica, y que le valió la nominación a los Oscar ese mismo año. Casi un lustro después y bajo el mecenazgo del inclasificable Tim Burton, Acker confía en los dos grandes baluartes de la obra (su impecable apuesta visual y la singularidad de sus personajes) para llevar a la pantalla grande esta historia sobre 9, un curioso muñeco de trapo con alma que convive con otras criaturas similares en un mundo desolado, especie de reducto post-apocalíptico en el que los humanos no son más que un lejano recuerdo. Tanto 9 como el resto de sus congéneres se esconden de unos feroces artefactos con apariencia de insecto, los cuáles parecen empeñados en acabar con todo el grupo. Ante tal situación, 9 tratará de convencer a los otros de que ocultarse no es la solución, y que la única forma de sobrevivir es tomar la iniciativa en su lucha contra las máquinas.
Mientras que en el mencionado corto atendíamos a un fondo sonoro industrial y electrónico creado por Earganic, el apadrinamiento del proyecto cinematográfico por parte de Burton acarreó la entrada en escena su inseparable partenaire, Danny Elfman. Pero sus problemas de agenda (por entonces, enfrascado en dos scores tan antagónicos como “Terminator: Salvation” y “Taking Woodstock”), hicieron que al final el californiano delegase la mayor parte del trabajo en su pupila y colaboradora Deborah Lurie. A sus 35 años de edad, Lurie atesora ya una cierta experiencia en el medio, trabajando codo a codo con autores como John Ottman, Christopher Young o el propio Elfman, desplegando sus tareas de orquestadora y compositora de música adicional para ”“Charlie´s Angels: Full Throttle”, “Buble Boy”, “Wanted” y las dos secuelas de ”Spiderman” (además de haber sustituido a su mentor Young en el score rechazado para “An Unfinished Life”). Una recién llegada a la composición en solitario que, sin embargo, parece tener ya las suficientes tablas en el medio como para salir airosa de este proyecto.
Y es que el resultado de su encargo más importante hasta la fecha, no puede sino calificarse como sólido y estimable. Aún sin conocer la cantidad de material elfmaniano integrado en el score, lo cierto es que la autora de Boston asimila perfectamente algunos de los recursos más característicos de su colega, sobre todo en lo concerniente a las percusiones y la programación electrónica (ésta última mucho más mesurada y soportable con respecto a la que nos viene ofreciendo recientemente Elfman). Pero fuera de estas leves influencias, Lurie consigue dotar al score de una atmósfera tonal sin duda certera en relación a la naturaleza del relato. A contracorriente de los gustos imperantes en el nuevo Hollywood de grandes superproducciones, la compositora acude a una clara indefinición motívica, en la que la ausencia no sólo de un verdadero tema central (si exceptuamos un motivo de cinco notas disperso entre varios cortes), sino también de frases secundarias reconocibles a oídos del espectador, no es sino la base y carta de presentación sonora de aquel mundo post-apocalíptico arrasado, que quedará emparentado desde los primeros compases con esta sensación musical difusa en pos de potenciar el desamparo del entrañable 9 y sus compañeros.
De este modo, demostrando sus habilidades en la orquestación (aun cuando figuren acreditados hasta cinco profesionales más en este apartado), Lurie moldea una partitura estructurada sobre dos diferentes aproximaciones cromáticas, que acaban por complementarse entre si, a saber: en primer lugar y como acercamiento de mayor peso sonoro en el conjunto, la música intimida al espectador a través de bloques de acción resueltos de forma francamente reseñable, con la electrónica y la puntual intervención coral como rasgos armónicos esenciales. El enfrentamiento contra las máquinas, encuentra en la virulencia rítmica del “Winged Beast”, “The Aftermath” o los alarmantes “The Seamstress” y “The Purpose” (por citar alguno de los numerosos ejemplos), el marco idóneo con el que dotar de feroz dinamismo a estas secuencias, enfatizando además la amenaza continua que sufren los protagonistas. Es ésta la parte quizás más asimilada a la estética elfmaniana y, curiosamente, la más esforzada por parte de Lurie.
En segundo lugar y compartiendo elementos del anterior tratamiento musical, la partitura propone fragmentos cuya oscuridad no esconde sino intenciones dramáticas, donde las cuerdas interactúan en tono atmosférico creando el envoltorio idóneo para el mundo incivilizado retratado en la cinta. Precisamente, en esta función notablemente incidental y subordinado constantemente a las imágenes, radica la algo compleja escucha aislada de ciertos cortes (“Reawakening”, “Return to the Workshop”, “Out There“), ejemplos de aquella indefinición mencionada; lo que no resulta óbice para resaltar que la naturaleza del relato parece confirmar a esta carencia de desarrollo temático como un rasgo estructural de la partitura, más que como un defecto propiamente dicho de la misma.
En forma de agradecido contrapunto a estas dos aproximaciones tan fuertemente ligadas a la estética y devaneos del guión, Lurie intercala varios bloques melódicos que vienen a paliar en cierto modo la sensación de incidentalidad del encargo. En este sentido, destacan la presentación de la irónica frase a maderas-cuerdas del “Twins”, y de manera especial dos cortes de propósitos emotivos: el “Burial” y el atinado “Release”, tema que sirve de epílogo y en el que la compositora acude abiertamente a un discurso de vocación redentora, conformando una sencilla pero hermosa coda que muy probablemente figure entre lo mejor escrito por la de Boston hasta la fecha. No en vano, examinando el esfuerzo de Deborah Lurie en esta partitura nada autocomplacientes y poco dada al lucimiento personal, no cabe sino aplaudir el acertado punto de vista musical propuesto y su resolución, todo ello con independencia de la aportación que pudiera haber tenido el cada vez más anquilosado Danny Elfman.
26-octubre-2009
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