José-Vidal Rodriguez
Con el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial aún presente en la conciencia internacional, las Naciones Unidas aprueban en 1947 la partición de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. Germen de la posterior declaración de independencia del Estado de Israel y de la Guerra entre ambos estados de 1948, desde esa fecha los hebreos no han dejado de vivir rodeados de un clima de tensión y violencia que se ha visto traducido en numerosos conflictos con los países árabes de su entorno, derivando en décadas de sangre y violencia que desgraciadamente continúan hasta el día de hoy.
Centrando el argumento en los meses previos a la declaración de Israel como estado independiente, el cineasta Otto Preminger dirige en 1960 la traslación a la gran pantalla de la exitosa novela de Leon Uris, “Exodus” (el mayor superventas literario en Estados Unidos desde “Lo Que el Viento Se Llevó”). En ella, asistimos a la historia de Ari Ben Canaan (Paul Newman), un judío que planea la fuga a Palestina de seiscientos refugiados retenidos en un campo británico en Chipre. Tras lograrlo, sufrirá en sus propias carnes el clima de intolerancia y de dura convivencia entre dos culturas incapaces de entenderse. A través de un gran despliegue de medios y de una extraordinaria ambientación, “Éxodo” responde al prototipo de película épica realizada en el Hollywood de la época, marcada por características tales como una desigual resolución y un metraje, a todas luces, excesivo.
A pesar de mantener una fructífera relación con Stanley Kramer en títulos como la nominada al Oscar, “On The Beach”, o “Inherit the Wind”, el austriaco Ernest Gold suponía una sorprendente elección teniendo en cuenta el presupuesto manejado y la fama mucho mayor de otros compositores que, trabajando en la meca del cine, eran contemporáneos al vienés. No cabe duda que tras su nombramiento se oculta la figura fundamental de su paisano Otto Preminger, un cineasta acostumbrado por otra parte a apostar por nuevos talentos a los que la industria, por ejemplo, había dado la espalda tras ser incluidos en la “lista negra” de McCarthy, en plena “caza de brujas” (recordemos al Bernstein de “El Hombre del Brazo de Oro” o al Fielding de “Tempestad sobre Washington”). De este modo, Ernest Gold confecciona un sólido aderezo musical a la travesía que, iniciada por los protagonistas en el puerto de Chipre, desemboca en el ansiado reconocimiento del Estado de Israel. Descartadas las intenciones iniciales del autor por dotar a la música de una naturaleza étnica y localista (investigó durante meses las antiguas instrumentaciones hebreas), el vienés termina por apelar a un sinfonismo tradicional -salvo pequeñas excepciones-, con el que enfatiza la raíz épica del relato de manera muy similar a las producciones históricas de mediados los años 50.
Quizás el escaso material disponible en el álbum original, provocó que “Exodus” pasara con el tiempo como un trabajo valorado tan sólo por su extraordinario tema central (“Prelude”), otra de esas imborrables sintonías cinematográficas que han quedado grabadas en la iconografía popular. A través de una melodía a cuerdas y metal, que se alza solemne y dramática en los créditos iniciales, el autor homenajea la tenacidad y ansias de reivindicación del pueblo judío. Sin embargo, utilizado de forma recurrente a lo largo y ancho del score, el tema se ve reconducido, a menudo, hacia registros más introspectivos (“Odenheim´s Death“) e incluso puntualmente triunfales (“Approaching Haifa”), en los que la famosa sintonía sufre numerosas trasformaciones tímbricas, lo que a la postre la ayuda a amoldarse a los retos y cambios que afrontan los protagonistas en éste, su particular viaje iniciático. En este sentido, mención especial merece su intensa y emotiva versión coral en "This Land is Mine", que el cantante Pat Boone popularizó en su día sin contar con el consentimiento del compositor de Viena.
Pero más allá de las virtudes del motivo central, el trabajo de Gold discurre en una vertiente temática y tonal impecables, en la que además se distinguen sendas partes bien diferenciadas coincidentes con los dos grandes bloques narrativos en los que Preminger divide el relato.
Así, durante la primera hora y media de metraje, en la que el barco “Olympia“ (rebautizado luego como “Exodus”) consigue romper el bloqueo británico y arribar a Palestina, Gold presenta los principales motivos que sustentan el score, y que sirven de contrapunto a las constantes apariciones de la frase principal: un tema de corte marcial que resalta el liderazgo del personaje de Paul Newman entre los de su comunidad (“Ari”); otro motivo asociado a Karen, una adolescente judía en busca de su padre desaparecido, a la que Gold presenta con una música nostálgica al acordeón en “The Tent”; una frase de cinco notas ligada al pueblo judío, que parece funcionar por contraste al main theme, aludiendo de forma apesadumbrada al sufrimiento del colectivo. Como motivo secundario en este primer bloque, Gold rebosa distinción en la idea asimilada a la isla de Chipre (“Summer in Cyprus”, “On the Beach”), un tema ligero que guarda íntima relación con el personaje de la norteamericana Kitty (Eva Marie Saint), al aludir a su visión de la isla como un paradisiaco lugar de veraneo, en contraposición a la prisión que supone para Ari y sus compatriotas.
En referencia al segundo bloque argumental, centrado en las escaramuzas e intrigas surgidas ya en tierra palestina entre los bandos en conflicto, la música abandona la senda épica y adquiere una mayor tensión armónica, abriendo el camino a cortes de sabor arábigo (“Acre Prison/The Chess Game”) y a fragmentos de acción en los que Gold demuestra una interesante versatilidad para recrear la violencia (“The Bombs”). Es aquí en donde la atracción de la pareja protagonista acaba por consumarse, apareciendo el tema de amor para Kitty y Ari de componentes eminentemente pasionales (“Love is Where You Find It”), destacando también el desarrollo de una frase disonante a maderas para Ari y su hermano Akiva (“Akiva´s Hideout”), un judío convencido de que la violencia es el único camino para la redención final de su patria.
Como vemos, Gold realiza un despliegue motívico extenso, altamente disfrutable y siempre coherente durante todo el encargo, que acabará por complementarse con las acotaciones al “Hatiḳvah”, el Himno Nacional de Israel, incluido lógicamente en aquellas secuencias que pretender invocar con mayor ímpetu la sensación de unidad del pueblo hebreo (“The Star of David”, o el agridulce epílogo del filme en “Exit Music - Hatikvah”).
La labor de la City of Prague Philhamonic Orchestra en la reinterpretación del score, resulta sin duda solvente, pese a no alcanzar los niveles de excelencia demostrados en el anterior proyecto de Tadlow ”El Cid”, sobre todo atendiendo a la más que mejorable ejecución de algunos de los bonus tracks que pueblan el segundo compacto. Especialmente desafortunadas son las interpretaciones del tema central de “Schindler´s List” y varios cortes del “QV II”, mientras que los fragmentos del magnífico “Judith” de Sol Kaplan y el delicioso vals de “Ship of Fools”, son manejados con soltura por la agrupación checa.
En definitiva, si bien “Exodus” es un score mitificado en demasía por la repercusión de su tema central, resulta indiscutible que Ernest Gold logra aquí unos resultados lo suficientemente convincentes como para justificar la recuperación íntegra de esta partitura, y aplaudir de nuevo la iniciativa de James Fitzpatrick en esa loable labor que viene llevando a cabo para la reconstrucción rigurosa de obras clásicas.
1-octubre-2009
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