Ignacio Garrido

Resulta prácticamente incomprensible entender como es posible que trabajos de las características sonoras de “Runaway Train” de Trevor Jones, hayan alcanzado con el tiempo las cotas de popularidad que esta obra atesoraba, siendo el único motivo lógico de esto la descatalogación absoluta y rareza extrema de su edición primigenia en álbum por parte de la compañía Milan.

En el caso de haberse tratado de un disco de serie media y gran tirada, como llegaron a ser otras bandas sonoras del compositor sudafricano incluso superiores a la que nos ocupa (y a la postre convergentes en aproximación conceptual y ambientación opresiva) como “Sea of Love” o “Bad Influence”, este tren musical se habría tachado desde el principio de infernal, y perdónese el barato juego de palabras con la traducción del título del film.

Ahora, la cada vez más presente La La Land, se encarga de lanzar con todo lujo de detalles una flamante edición limitada a 3000 copias con dicho álbum y el score original del film así como un par de bonus, en una apuesta que, si nos atenemos finalmente a la calidad de la música, resulta como mínimo descabellada. No obstante en este mercado voluble y enigmático en el que nos movemos, la presencia física del cd resulta un valor en alza cada vez más, puede incluso que hasta en casos de la nadería más absoluta.

Trevor Jones vivía un momento de inflexión dentro de su carrera cuando se subió en 1985 al tren dirigido por Andrei Konchalovsky (con guión de – nada menos – Akira Kurosawa), pues acababa de despuntar en el medio internacional con ese reconocible sinfonismo tan de los ochenta y deudor de John Williams por otro lado, en obras como “Excalibur”, “Cristal Oscuro” o “Savage Island”. Trabajos a los que con la distancia, se les pueden ver y reconocer las evidentes costuras y moldes ajenos, e incluso en un acto de arriesgada sinceridad como seguidor incondicional del músico, tachar de menores en relación a la curtida, sutil y mucho más personal pluma del Jones de finales de los noventa, donde su capacidad de mixtura electro-sinfónica y modélica vena lírica superan con creces los susodichos títulos, a priori más míticos para cierto sector de aficionados anclados en una forma unidimensional de entender la música de cine.

En cualquier caso, con la invasión de la electrónica y los sintetizadores durante dicha década, gracias al éxito de trabajos – por todos conocidos – de Giorgio Moroder, Harold Faltermeyer, etc., Trevor Jones enseguida se vio envuelto en la elaboración de obras de evidente calado comercial y plenamente imbuidas en ese sonido de la época que tan mal ha soportado el paso del tiempo en casos como “Runaway Train”. Hecho más contradictorio todavía si atendemos a sus coetáneas y exquisitas “Mississipi Burning” o “Angel Heart”, donde el juego polifónico y tonal de la imbricación de los elementos electrónicos (rítmicos en la primera y acústicos solistas en la segunda), las elevaban a la categoría de partituras de referencia dentro de la carrera del autor de “Merlin”.

Por desgracia “Runaway Train” no se acerca ni de lejos a la calidad e ideas de estos trabajos, quedando por el contrario como una de las más pobres, machaconas e insufribles audiciones del responsable de “Dark City”, donde el sonido más ramplón y anclado en los peores vicios estéticos de los ochenta, domina casi por completo un score que, en una de sus escasas virtudes, apenas supera los veinte minutos de aparición en el film.

El disco se abre con la versión del álbum original y luego se repetirá de modo más o menos idéntico en la grabación original para la película. Ritmos reiterativos, planos y carentes de evolución interactúan con efectos sintéticos al uso y guitarras eléctricas a lo largo del grueso de casi todas las pistas, desde “Jailbreak”, pasando por “Moving On”, “Clear the tracks” o “Collision Course”, hasta el corte que incluye desarrollado el inocuo motivo central (cuatro notas y variaciones) de la partitura en “Runaway Train”. Cualquiera de estos pasajes bien podrían pasar sin problemas por el sonido ambiente de cualquier episodio de “Miami Vice” o similar serie de la época.

Momentos totalmente atmosféricos, de lúgubre y opaco diseño sonoro como “Destination Unknown”, resultan casi menos audibles que las anteriores piezas donde al menos su secuenciación rítmica las hace superficialmente amenas, mientras otros algo más interesantes por su mínima aportación de colorido incluyen shakuhachi y una breve, lánguida, aparición vocal de Catherine Bott (vieja conocida de Jones desde “Cristal Oscuro”) durante “Reflections” y “Past, Present, Future?”, que pasa por ser, esta última, quizás la única pista salvable del trabajo.

Así pues, aumentando ligeramente la intensidad del contrapunto electrónico en “Red for Danger” y la base rítmica en “End of the line”, Jones nos indica que el viaje del tren se acerca a su fin con tan poca sutilidad como imaginación, dando paso al gran momento de la banda sonora con el “Gloria in D Major – Et in Terra Pax” de Vivaldi, que cierra la cinta con un contraste magistral y eleva por comparativa la emoción musical de la banda sonora hasta el infinito. Sabedores de que este es precisamente el único momento musical de auténtica calidad, los responsables de la edición se encargan de que aparezca hasta tres veces a lo largo del disco en otras tantas versiones, siendo este el detalle final que dará pista clara al aficionado donde se mete si decide adquirir uno de los peores trabajos de Trevor Jones.

3-septiembre-2009