Gorka Cornejo
En la mano de un compositor (de un buen compositor) está la posibilidad de convertir un encargo poco menos que intrascendente y de escaso interés cinematográfico apriorístico, en un ejercicio de perfección narrativa y de equilibrado balance expresivo que sirva como ejemplo de compromiso y profesionalidad. Es el caso de este “One Little Indian” de Goldsmith que nos ofrece Intrada, un score que no pasará a la posteridad por sus innovaciones, que no marca un hito ni siquiera en la carrera de su autor, pero que, de forma más sutil y creemos que importante, demuestra cómo se puede hacer algo extraordinario dentro de los márgenes de lo ordinario, cómo alcanzar un altísimo nivel de calidad en un formato ramplón, en una película de bajos vuelos, o dicho de otra manera, qué cosa es eso que llamamos artesanía y que muchos siguen enfrentando al arte con la intención de que la comparación perjudique a la primera y revalide la megalomanía del segundo. “One Little Indian” pertenece al fascinante mundo de las obras menores, esas hijas fieles y luminosas que quizá no hayan recibido por parte de su progenitor la carga de esperanzas y expectativas depositada en otras (las obras ambiciosas) y por ello mismo están exentas de toda posible decepción, fluyen ligeras y directas, sin complejos, se permiten licencias que sus hermanas más serias nunca osarían, pero en su liviandad está implícita la marca del maestro, en su ingravidez se ven las hechuras de un estilo único e intransferible que, quizá, se muestre más natural y brillante cuando faltan pretensiones.
La palabra Disney marca cual hierro candente todos los parámetros estéticos y éticos de esta producción familiar y tontorrona. La relación forzosa y progresivamente paterno-filial que se establece entre un soldado prófugo, el cabo Keys, y un niño “indio” es el corazón de una historia de aventuras que permite a Goldsmith elaborar una suntuosa banda sonora que transita por diversos géneros como el western y la parodia, en la que no falta ni un solo ingrediente del espectro más amplio que a un compositor se le puede solicitar: el bueno pícaro, el niño más pícaro aún, el malo malísimo, los animales insobornables con personalidad propia (marca de la casa), en este caso dos camellos, la ternura insospechada que va engordando a medida que avanza la historia, el exotismo del entorno, la acción y el suspense, la comicidad y su pizquita de drama. El primer logro manifiesto es el resultado de la mezcla: decir que es coherente o compacto no alcanza a describir la redondez, la aparentemente sencilla homogeneidad que alcanza el compositor, no mediante la yuxtaposición horizontal de elementos (escena de acción + escena cómica + escena tierna + escena dramática) sino por la subordinación, la construcción vertical, la estrategia del cambio constante dentro de un mismo bloque musical, el injerto de motivos dentro de otros motivos, su adaptación a tempos y orquestaciones diversas, la incorporación de todos los recursos autónomos a una voz única pero polifónica, la del narrador omnisciente, el narrador entretenido, el cuentacuentos que no desfallece, que sorprende al espectador (en este caso al oyente) y lo lleva de la mano hasta el final de la historia para demostrarle que lo importante no es la escasa originalidad de personajes y situaciones, sino la experiencia del camino, la pura diversión de la aventura.
El score arranca con brío (“Escort the Prisoner”), presentándonos el Tema Principal, una excelente representación del héroe protagonista que sirve para situarnos inmediatamente en el contexto de los clichés del western, sin que falte cierto look pop (esa guitarra eléctrica, similar a los créditos de “Bandolero”), embellecido por una brillante escritura para maderas. En “He´s White”, Goldsmith presenta el tema adscrito a Mark, el niño blanco raptado por los indios que ha acabado por asimilar su cultura y que escapa en compañía del protagonista iniciando las aventuras: una delicadísima melodía de, en ocasiones, radiante belleza intimista (“Outwit The Posse”, “A Free Man”), capaz también de adoptar hechuras de irónica dignidad e incipiente heroísmo (en contraposición a lo heroico definitivo, profesional, del personaje de Keys) como ocurre en “Thirsty Boy” (pletórico y magníficamente interpretado ese solo de trompeta). Una vez más, Goldsmith demuestra su gran sabiduría al hacer que ambos Temas (el de Keys y el de Mark) sean morfológicamente similares, casi primos hermanos, lo que nos lleva a conclusiones pertinentes en torno a la esencia de ambos personajes y a la lógica de su compatibilidad.
Los abundantes elementos cómicos presentes en la película reciben por parte del compositor una ejemplar traducción musical, siendo ésta la principal de las grandes bazas de este trabajo. La presencia de niños, y sobre todo, de animales, con su imprescindible humanización típicamente disneyana, los camellos que sirven de medio de transporte a la ya de por sí risible pareja de prófugos, y los parámetros morales que la productora persigue con este tipo de productos, Goldsmith necesita incorporar un ingrediente a su partitura que no resulte demasiado subrayado ni tampoco excesivamente autónomo, necesita una simbiosis, una música cómica que no sea del todo cómica, no vaya a restar impacto al melodrama protagonista. Como se dice en el libreto de esta edición, en manos de un compositor menor, esta música hubiera arrastrado el nivel del grueso de la partitura hacia terrenos de la comedia de tipo cartoon, pero Goldsmith consigue que su música no vaya de graciosa, no exagere la comicidad hasta el slapstick o el ratón Mickey. Y lo consigue no sólo en virtud a la idiosincrasia de esta música concreta, una mezcla de bufonada e ironía (ya que de bufonada, aunque genial, puede considerarse la utilización de música de “Lawrence de Arabia” interpretada con sitar, y de finísima ironía la sensación de alegría irresponsable y absolutamente empática que rezuma la marcha pseudos-militar, ambas ideas adscritas a los camellos, como los escuchamos en “Thorny Landing”), también se apoya en otra música, ésta ya correspondiente a lo más “serio” del argumento (las tramas “de adultos”), especialmente dramática y trabajada, que sirve para reforzar el equilibrio de esta ambivalencia de tonos que propone “One Little Indian”. “Go After Him!” ejemplifica la postura de Goldsmith ante la prioridad de reforzar la contundencia del drama frente a la comedia. Música que nunca cede a la concesión de desinflar la carga dramática con breves alusiones al distanciamiento cómico, música de persecución poderosa (espléndido el motivo marcial del comienzo), de lucha del héroe contra sus adversarios, trasladable a cualquier otra película sin pizca de gracia ni atisbos de querer concitar en su visionado al núcleo de la familia nuclear de la burguesía media.
El resultado es una vigorosa y exultante banda sonora, magníficamente interpretada, que si hemos de considerarla menor lo es sólo en función de su relación con otros títulos del autor más glorificados y asimilados, porque como comprobarán los que la escuchen sin ceder a la obsesión por elaborar teorías de puntuaciones y eternamente cambiantes listas de clasificaciones, derrocha maestría, inteligencia y emotividad, y por si fuera poco, sirve de ejemplo de profesionalidad a todos los aspirantes a músico de cine que pretendan llegar a algo.
11-junio-2009
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