Miguel Ángel Ordóñez
“Inside Daisy Clover” es la quinta de las siete películas que Alan J.Pakula produciría a lo largo de una década a Robert Mulligan, antes de pasarse él mismo a la dirección. La pareja se especializó durante los 60 en la realización de un cine comprometido, social y hasta cierto punto, anti-sistema. El racismo (“Matar a un Ruiseñor”, “La Noche de los Gigantes”), el aborto (“Amores con un Extraño”), la inadaptación (“La Última Tentativa”) o la educación (“Contra Corriente”) son un ejemplo de los grandes temas abordados por dos cineastas resueltos a mostrar el lado más oscuro del sueño americano. Desde ese punto de vista, “La Rebelde” es quizás una de sus películas más demoledoras. La fama y el éxito, materia sobre la que giraba de manera accesoria la primera película de Mulligan, “Fear Strikes Out”, biopic sobre una estrella del béisbol que sufre de una penosa enfermedad mental, es abordada en “Inside Daisy Clover” de forma despiadada. Daisy (Natalie Wood) es una quinceañera que cae en las redes del afamado productor cinematográfico Raymond Swan (Christopher Plummer), obsesionado por hacer de ella una estrella. Ese proceso lleno de seducción requiere de Daisy, a cambio, una serie de sacrificios. El más importante, hacer creer al público que su madre ha muerto, cuando en realidad Swan la ha recluido en un sanatorio mental debido a una excentricidad perjudicial para la imagen de su hija. Tras aceptar esos cambios, Daisy cae en brazos de una de las estrellas masculinas del momento, el joven Lewis Wade (Robert Redford), quien después de conquistarla y casarse con ella, la abandona la misma noche de bodas consciente de su homosexualidad (Redford impondría finalmente la condición bisexual del personaje). Convertida entonces en amante de Swan, Daisy decide poner fin a tantas mentiras, al mundo imaginario que el productor ha creado a su alrededor y que poco tiene que ver con sus verdaderas necesidades. Un cuento cruel sobre el mundo del cine que el guión traslada a la década de los años 30, minimizando el impacto que en la audiencia de los 60 pudiera provocar cualquier comparación con el Hollywood del momento.
A mediados de esa década André Previn ya no encontraba alicientes suficientes en la composición cinematográfica, desencuentro que le llevaría a abandonarla años más tarde para dedicarse de lleno a su faceta de director de orquesta y compositor clásico (campo donde apenas existen grabaciones de su obra, si exceptuamos la magnífica “A Streetcar Named Desire”, ópera editada por Deutsche y con Renée Fleming en el papel de Blanche DuBois). Ganador de varios Oscar como adaptador de musicales (“Gigi”, “Porgy and Bess”, “My Fair Lady”), Previn había comenzado en el cine a la edad de 16 años (curiosamente como la protagonista de “Inside Daisy Clover”). Con sarcasmo y buen humor, el compositor nos hace partícipe de la experiencia en la apertura de su autobiografía (“No Minor Chords”, Bantam edition 1993): “El primer día que fui a trabajar a la MGM, llegué en autobús. Para ser preciso, en dos autobuses. Era el año 1946, todavía no había finalizado mis estudios en el instituto, pero entraba a formar parte de una honorable, altamente experta y anónima armada conocida como los arreglistas y orquestadores”. A pesar de componer sus propios scores para la Metro desde 1949, tendremos que esperar una década para que Previn nos haga entrega de la parte más jugosa de su legado cinematográfico: durante un lustro, el comprendido entre 1960 y 1965, el berlinés afrontará proyectos tan sugerentes y destacables como “Elmer Gantry”, “Los 4 Jinetes del Apocalipsis”, “Dead Ringer” y la breve pero intensa “Larga Jornada hacia la Noche”, además de iniciar una fructífera relación con el cineasta Billy Wilder, con el que trabajaría durante este período en cuatro ocasiones.
“La Rebelde” es por méritos propios uno de sus mejores trabajos. Elegante, preciso, narrativamente impecable, Previn arranca este particular descenso a los infiernos del show business con las seis primeras notas de su partitura para “Dead Ringer”, una corta línea cromática y disonante que nos introduce en el mundo turbio y cruel de Hollywood (las trompas conducen el motivo sin armonizar sobre el logo de la Warner). Tras una breve presentación del personaje a través del recurso de la voz en off, Mulligan se esfuerza en establecer dos niveles dramáticos de conexión con la audiencia. En el primero, el espectador asiste al profundo cambio de una Daisy seducida por el mundo del cine, una adolescente que abraza el éxito profesional sin darse cuenta que el precio a pagar, a cambio, es demasiado alto. En este estadio, Previn procura inducir al público a descubrir las mentiras ocultas tras un Hollywood deslumbrante y artificial, estableciendo un maniqueo pero efectivo juego de metáforas nacidas a partir de la creación de un tema principal y su correspondiente contratema. De esta manera, Previn incide en el engaño al que es sometido y del que es absolutamente inconsciente el personaje, subrayando sus emociones fuera de la pantalla, ofreciéndonos una lectura precisa de la Daisy de “carne y hueso”. A través de un segundo nivel comunicativo, Mulligan nos invita a reflexionar sobre el mundo del cine dentro del cine, sobre la fama y el estrellato, lo que aprovecha Previn para ofrecernos una visión glamourosa de esta Daisy surgida de la ficción no sólo con el empleo de colores orquestales vivos y dinámicos, sino a través de una música de vocación popular.
Para este mundo de ficción en el que Daisy ejerce de estrella, Previn construye tres canciones (“A Happy Song” será finalmente descartada del montaje definitivo) con una significativa incidencia dramática, más allá de una mera función de adorno o de divertimento de masas. Y es que Mulligan pone especial énfasis en adoptar los clichés del género para a partir de ellos mostrar el artificio de los números musicales. “You´re Gonna Hear From Me”, la canción que convierte a Daisy en estrella, es el resultado de su trailer de presentación al público. Desde un punto de vista escénico, Mulligan imita los musicales de Busby Berkeley para fijar la acción en los años 30 (el trailer contiene rostros populares como los de Astaire, Loy o Flynn). Sin embargo, la música busca deliberadamente relativizar ese marco temporal para otorgar al conjunto una mayor vigencia, de forma que se adapte como un guante a las intenciones del director de ofrecer a un tiempo las dos personalidades de Daisy: la chica anónima e insegura que se enfrenta por primera vez al público en la vida real y la nueva starlett que llena de seguridad emerge desde la pantalla. Con el otro tema, “The Circus Is a Wacky World”, el cineasta nos muestra directamente los trucos del rodaje, con la actriz cambiando de un escenario a otro. Dotada de un alto contenido simbólico, Mulligan evita que la canción se ancle en la narración para incidir a través de ella en las mentiras puestas al descubierto por el propio decorado (tan austero como colorista).
Inteligentemente, Previn adapta los estribillos a la acción para resaltar la paulatina suplantación que del personaje real realiza su partenaire de ficción (cada vez que aumenta el éxito profesional, decrece la felicidad personal de Daisy). Así, para la presentación social de la protagonista, Previn acude a una corta adaptación del “You´re Gonna Hear From Me” (“Swan Trailer Version”), repitiendo jugada, con indudable ironía, al ofrecer un álbum de fotos familiar de Daisy completamente manipulado por el productor (“Trailer Part 1”, tema que incide con sarcasmo en el cliché al subrayar la falsa procedencia inglesa y la condición de colonos de los antepasados de Daisy bajo jocosos acordes de pomposidad elgariana y de integridad coplandiana). Más adelante, serán las notas centrales del “A Happy Song” las que acompañen el pase privado de un noticiario en casa de Swan (“Montage”). La confusión a la que se ve arrastrada Daisy al ser incapaz de conciliar su vida personal con la laboral, lleva aparejado su natural derrumbe psicológico. El resultado es la mejor secuencia de la película, allí donde Previn demuestra todo su talento. Fallecida su madre, Daisy se ve obligada por Swan a atender las sesiones de grabación de “The Circus…”. Previn acompaña su entrada en el estudio con una ráfaga de sórdidos acordes contrapunteados por marimba, sobre los que inserta el playback de la canción o deja vía libre al silencio, dependiendo de si el plano se muestra dentro o fuera de la cabina de grabación (“Goodbye Dealer”). El recurso empleado es sumamente eficaz para hacernos comprender la asfixia bipolar que sufre Daisy.
Pero el verdadero eje central de la partitura lo constituye el tema asociado a la adolescente. Presentado en los títulos de crédito (“Main Title”), con una orquestación circense debido a la condición de feriantes de la protagonista y su madre, la melodía progresa y se adapta a lo largo del metraje a las diferente fases anímicas que atraviesa, desde la plenitud orquestal mostrada en la feliz apertura hasta su utilización en modos menores y sobre ligeras líneas disonantes una vez se apodera de ella el desánimo -al final emerge triunfante tras declarar Daisy, literalmente, la guerra a Hollywood (“Decisión and the End”)-. Esa visión afligida y solitaria del personaje contrasta con la fiereza rítmica con la que Previn plasma a la Daisy que se rebela contra la amenaza que representan los acólitos del Hollywood de la época (“Noise in the World”, “Rebellion”). Para los peligros encarnados en la industria del cine, para su enorme poder de seducción, el berlinés introduce un contratema, un tango grotesco, que remite directamente al creado por Waxman para Norma Desmond en “Sunset Boulevard”, y que Previn asocia a las inquietantes figuras que rodean a Daisy, desde el productor que la descubre, Swan (“Swan´s Office”), a su secretario y escudero (Roddy McDowall), haciendo las veces de tema del “desamor”, como anticipo de su infortunado desenlace, para Daisy y Wade (“Wade and Daisy”, “Sailboat” o “Abandoned”).
A pesar de contar con una esmerada presentación a cargo de FSM (algo ya tradicional, por otra parte, en el mejor sello de la actualidad), cabe preguntarnos sobre la pertinencia de una edición en doble disco que deriva hacia el innecesario encarecimiento del producto (30 dólares frente a los 20 habituales), ya que el segundo CD nos ofrece como complemento la reedición del antiguo LP de Warner y una sucesión de demos y descartes de las canciones compuestas por Previn y su esposa, la letrista, Dory Langdon. A pesar de su precio, el disco es absolutamente imprescindible y devuelve a la actualidad a un André Previn que ha visto editado tan sólo una semana después y con una tirada limitada a mil ejemplares otro de sus grandes trabajos, “Two for the Seesaw”, título con el que el sello Kritzerland, por una vez, demuestra con un sonido espectacular estar a la altura de las circunstancias.
14-mayo-2009
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