Gorka Cornejo
El admirable sello discográfico Universal France, habitualmente preocupado por rescatar del limbo bandas sonoras en peligro de extinción (con lo que demuestra considerar a la música de cine parte del patrimonio cultural de su país, algo que en España no sé si algún día lo podremos conocer) ha reeditado, con tres temas nunca antes publicados, la partitura de Philippe Sarde para “En Busca del Fuego”, la espléndida película de Jean-Jacques Annaud, sin duda uno de los grandes títulos del controvertido y en gran medida desfasado (o al menos olvidado) compositor francés. Un proyecto de gran envergadura que, dadas las peculiares características de la película (sobre todo la ausencia de diálogos), ofrecía a Sarde la oportunidad de acaparar un grado de protagonismo raramente igualable en un largometraje de ficción, acercándose más al modelo de documental narrativo (por enfrentarlo al pedagógico) al que hoy por hoy estamos más acostumbrados (desde los “Microcosmos” o “Le Peuple Migrateur” que musicara Coulais hasta, por ejemplo, los mastodónticos trabajos para la BBC de Fenton).
Sirva este breve resumen del argumento de “La Guerre du Feu” para refrescar la memoria antes de pasar a la valoración de su partitura. La tribu de los Ulam basa su supervivencia en el fuego: con él combaten el frío y se defienden de las fieras. Saben cuidarlo pero no generarlo. Otras tribus ansían desesperadamente hacerse con el poderoso elemento y los Ulam viven en un constante desasosiego tratando de defender la voluble hegemonía que les otorga poseerlo. Cuando uno de los miembros más torpes de la tribu, huyendo con el único brote de fuego de uno de estos ataques, resbala en un cenagal y apaga la llama, los Ulam se verán en la imperiosa necesidad de enviar un grupo de exploradores a buscar el fuego, sin el cual están condenados a perecer. En su viaje, los tres rastreadores hallan el poblado de unos seres muy extraños, miembros de una raza distinta, mucho más evolucionada, que no sólo han sustituido el abrigo de las cuevas por construcciones manufacturadas, sino que parecen haber domesticado a las bestias y logrado, sobre todo, crear fuego con sus propias manos. Los Ulam aprenderán de ellos algunas de estas técnicas revolucionarias, entre las que figura también la risa.
Sarde parte del silencio y la expresión más básica de la música, percusión y cacofonías, un planteamiento que parece tomar al caos como principio. Sin embargo, no es la intención del compositor evocar de forma más o menos realista el universo musical del homínido, sino recrear la confusión de los personajes en un entorno hostil e inabarcable. La orquesta sinfónica toma el protagonismo desde un principio como herramienta expresionista con la que Sarde vehicula la narración a modo de poema sinfónico. Los coros sin texto articulado, valiéndose sólo de vocales o formas guturales (ejemplar en “La dernière braise”), equivalen a la voz de una humanidad precivilizada, aislada por la incapacidad de comunicación en un mundo fenoménico, brutal, un entorno despiadado de violencia necesaria y atroz. Sin embargo es interesante recalcar que Sarde no opta por un lenguaje musical vanguardista, como lo hiciera por ejemplo Alex North en “2001, una Odisea del Espacio”; el francés prefiere mantener un cierto grado de comunicación con el espectador, permitirle un asidero legible, mientras que el norteamericano buscaba su desorientación más absoluta, la ausencia total de referencias y el caos empleando la atonalidad de manera rígida y exigente.
En “La Guerre du Feu”, orquesta, sección extra de percusión y coros construyen un impactante discurso que Sarde no estructura de forma nítida en base a una estrategia de leit-motivs y set-pieces, a la manera de una película de aventuras al uso. Por supuesto, la música distingue con un motivo específico al grupo de buscadores de fuego protagonistas y su repetición a lo largo de la película sirve para trazar una línea de continuidad a través de los diferentes episodios de que consta su epopeya, pero los tres personajes que integran el grupo, si bien están caracterizados individualmente a un nivel de guión, aportando cada uno un ingrediente específico (humor, cobardía, heroicidad), no están diferenciados por la música con temas secundarios, optando Sarde por definirlos más en negativo que en positivo, es decir, mostrándose más complejo y detallado en la descripción del entorno como algo impredecible (los peligros que los acechan, ya sean animales u otros homínidos), generador de fragmentos musicales autónomos (“Les Kzamns”, “Les mammouths”, “Le combat avec l´ours”) de un carácter generalmente agresivo y ominoso.
El leit-motiv principal al que nos referimos recibe en la edición discográfica el título de “tema de amor”, lo cual puede llevar a equívocos. Sin duda es la pieza de música más melódica, elocuente de un mensaje cifrado, claro, armónico, tradicional. El espectador se siente al escucharlo arropado, a salvo, en terreno conocido. Pero su utilización en la película va mucho más allá de lo que se considera un tema de amor. Si bien su primera exposición clara y desarrollada está motivada por el personaje de la mujer proveniente de una especie más avanzada en cuanto al grado de evolución humana (y con la que el protagonista entablará lo más parecido a un “love story” que es dable en la prehistoria del erotismo – magnífica, aunque históricamente cuestionable, la hipótesis de presentar a unos seres humanos capaces de discernir entre procreación y sexo-) y por ello se presenta interpretado por la flauta de pan, un instrumento que sugiere ternura e intimidad (pero que al mismo tiempo no deja de ser primitivo), Sarde lo anticipa ya desde el momento en que el grupo de exploradores abandona su tribu en busca del fuego salvador, convirtiéndolo así en el tema principal de esa búsqueda. Lo cual no deja de ser absolutamente coherente y acertado ya que el personaje de la mujer, con la que este tema acabará relacionado claramente (“La naissance de l´amour”), simboliza un grado superior de complejidad e inteligencia, de mayor control sobre la naturaleza, de más desarrollada humanidad, es decir, el futuro del ser humano. La búsqueda del fuego emprendida por los protagonistas se convertirá así en un viaje iniciático que les llevará al contacto con seres claramente más evolucionados que enseñarán a nuestros héroes una forma de vida distinta, donde, entre otras cosas, no existe la necesidad de defender el fuego, ya que conocen técnicas para crearlo. El mal llamado “tema de amor”, por tanto, es la música de la evolución hacia la complejidad del Homo Sapiens-Sapiens, la luz del futuro vista desde los ojos de unos seres subdesarrollados.
Partitura robusta, repleta de acertados efectos orquestales y corales, sirve eficazmente de guía y de apuntador a lo largo del metraje de una película tan impecablemente construida, que no requiere de una mayor complejidad musical. Aporta el grado de fisicidad, violencia, épica (que en momentos, sobre todo los relacionados con el poder del fuego, alcanza convenientemente unos toques de misticismo, como corresponde a una sociedad que depende directamente de ella) y ternura que el relato posee pero que sólo la buena música sabe robustecer.
30-abril-2009
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