José-Vidal Rodriguez
Primera película de animación “stop-motion” rodada en 3-D y alta definición, “Coraline” narra la historia de una joven que abre una puerta secreta de su recién estrenada casa tras la que, para su sorpresa, descubrirá una segunda versión de su vida. Esta realidad paralela parece, a priori, mejor que su vida real pero cuando ciertos acontecimientos comienzan a convertir en peligrosa esta aventura, la joven Coraline deberá recurrir a su determinación y coraje para salvar a sus auténticos padres y regresar sana y salva a su casa y existencia reales.
Dirigido por Henry Selick, el también responsable de aquella joya burtoniana llamada “Nightmare Before Christmas”, el largometraje supone la primera irrupción del compositor francés Bruno Coulais en la industria cinematográfica hollywoodiense, pese a las tentadoras ofertas que le llegaban desde los USA a partir del año 2004, a raiz del éxito internacional cosechado por su partitura para “Los Chicos del Coro”. Con muy buen tino y vistos los resultados actuales, Coulais prefirió seguir con su carácter de músico singular, selectivo y poco dispuesto a involucrarse en productos que supongan encorsetar su peculiar impronta a los gustos norteamericanos actuales. Hasta que se le ofreció el guión de este “Coraline”, una cinta cuya innovación técnica bien podría trasladarse a su nada convencional aderezo musical.
La fuerte personalidad de Coulais, y ante todo, el propósito de reafirmar la libertad creativa a través de su habitual experimentación en las orquestaciones (baste citar obras como “Genesis” o “Microcosmos”), se patentiza claramente desde los primeros acordes de este “Coraline”. Obra inclasificable, tan arriesgada y repleta de matices como totalmente desconcertante para los oídos más convencionales, el compositor explora en ella terrenos ciertamente dispares, confronta estilos prácticamente antitéticos entre sí, utiliza una enorme variedad de sonidos creados ex profeso y, en definitiva, logra a la postre crear un envoltorio musical de una originalidad indiscutible, asentado en multitud de fragmentos de calado sumamente inconformista que son los que precisamente convierten al álbum en un producto o bien fascinante o por el contrario irritante, dependiendo de la predisposición y apertura de miras de cada oyente.
Pese a la dificultad que supone generalizar una obra que precisamente descansa sobre la singularidad de cada bloque, lo cierto es que algunas características de la misma permiten siquiera presumir las intenciones de este complejo ejercicio audiovisual. En primer lugar, es obvio que la apariencia infantil del relato marca gran parte de las bases instrumentales del score. La inocencia de la protagonista es la responsable de la masiva utilización del arpa y los recursos tímbricos (fundamentalmente el glokenspiel y la marimba), apelando a la fragilidad y delicadeza iniciales de Coraline; mientras que las intervenciones vocales del Children´s Choir of Nice (de nuevo Coulais da rienda suelta a su predilección coral, poniendo incluso su propia voz a varios cortes), no sólo complementan el anterior acercamiento a la joven, sino que en mayor medida enfatizan su fascinación ante el mágico descubrimiento de un mundo paralelo detrás de una simple puerta. Este bloque musical quizás sea el único en el que el director Henry Selick pudiera haber influido de algún modo en el trabajo del galo, orientándolo hacia registros próximos al talento elfmaniano de su anterior ”Nightmare Before Christmas”. Pero lo cierto es que aquí empieza y acaba cualquier referencia a otra aproximación ajena que no sea la íntegramente engendrada por el autor francés.
A partir de estas premisas iniciales, el compositor se entrega de lleno a crear un universo musical único que diferencie claramente la vida ficticia que ahora disfruta Coraline, de aquella real que dejó atrás al cerrar la puerta. Es entonces cuando lo ecléctico toma protagonismo, y Coulais se afana en el desarrollo de unas sonoridades psicodélicas, antiestáticas, que pasan principalmente por el uso de grandes dosis de electrónica (programada por él mismo), en ocasiones creando distorsiones y armonías irreales, y en otros casos sustituyendo por completo a la orquesta con fines que bordean el mero efecto de sonido. En esa pretendida huida de clichés que coarten este particular “experimento” musical, el autor busca la coherencia de su partitura en el color antes que en su mayor o menor diversificación motívica (que la tiene) y, por descontado, lo melódico queda únicamente reservado para aquellos instantes más introspectivos del filme, potenciando así su efecto emotivo. En este contexto, los caracteres de una música bizarra y continuamente mutable, tienen su concreta plasmación en extensos pasajes del score, siempre caracterizados por esa intención de sobresaltar al oyente con sorprendentes bloques atonales, constantes recursos onomatopéyicos, caóticos sonidos de inopinada conclusión, imposibles contrapuntos o mediante armonías que rompan todo vestigio de convencionalidad. Baste citar el arranque latino del “Spink and Forcible”, las acotaciones jazzísticas del “Fantastic Garden”, la excéntrica pero soberbia pieza circense del “Mice Circus” (de tremenda sincronía para con la simpática secuencia), la no menos extraña “The Famous Mr. B”, el enmarañado dramatismo de “The Hand”, “Playing Piano” o “Coraline Dispair”,…etc. Desde luego, Coulais consigue aquí un logro al alcance de pocos compositores actuales: que gran parte de cortes con asumido rol secundario, no caigan en una mera rutina descriptiva, porque de una u otra forma lo imprevisible siempre irrumpe para focalizar la atención del espectador.
A estas alturas de la reseña, parece casi anecdótico hablar de algún fragmento que realmente tenga el suficiente peso sonoro como para conformar un main theme claramente distinguible. Dejando al margen algún que otro motivo secundario asimilado a personajes (“Sirens of the Sea“, esa marcha inacabada para el singular vecino “Bobinsky”), la onírica pieza vocal del “Exploration” parece ser aplicada al recurrente sentimiento de soledad que Coraline experimenta por su traslado forzoso a la nueva casa (“Alone”, “In the Bed”). Del mismo modo, a la frase contenida en “Ghost Children” también acude puntualmente Coulais como motivo con marchamo de tenue revisión en el trabajo. Así se entiende que los “End Credits”, espléndida y nerviosa variación sinfónico-electrónico-coral de esta idea, sean colocados en primer lugar del álbum, conformando uno de los temas quizás más disfrutables en su audición aislada.
Tan sólo dentro de esta maraña de extravagancia, desorden y desconcierto musical bien entendidos, podría explicarse que la canción del grupo de rock They Might Be Giants, única pieza vocal ajena a la imaginería de Coulais, tenga una duración de solamente 28 segundos. Lo cierto es que en una época proclive a ahondar en fórmulas estáticas y totalmente estereotipadas, el score de este “Coraline” rezuma un halo de originalidad tan atractivo como brutalmente anárquico, y por ende difícilmente digerible en este Hollywood conservador en cuanto a propuestas musicales se refiere. Por ello, no dudo que los aficionados requerirán varias audiciones de la obra, así como el visionado de esta sorprendente cinta, para entender la acertada -y francamente compleja- naturaleza sonora con la que Bruno Coulais retrata, casi al detalle, los avatares de la niña protagonista.
9-abril-2009
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