Gorka Cornejo
Con sus 28 años y una carrera todavía incipiente pero sabrosa, Nico Muhly ha irrumpido entre los grandes nombres de la banda sonora internacional gracias a su participación en la última película de Stephen Daldry, “The Reader”, adaptación de la celebrada novela de Bernhard Schlink. Protegido de Philip Glass y alumno, entre otros, de John Corigliano, Muhly representa a la perfección el modelo de músico más contemporáneo al alternar composiciones para sala de concierto, ballet y espectáculos teatrales (en la actualidad está terminando de componer su primera ópera para la Metropolitan Opera House de Nueva York), bandas sonoras (además del que reseñamos es autor de los scores de “Chocking Man” y “Joshua”) y un sin fin de colaboraciones como arreglista con artistas pop como Björk, Teitur, Grizzly Bear o Antony and the Johnsons. Con dos álbumes publicados, “Speaks Volumes” en 2007 y “Mothertongue” en 2008, Muhly está logrando hacerse un nombre como autor de una música post-minimalista, que combina el aspecto intelectual de sus maestros más directos con un ingrediente cálido y sentimental que lo hacen parecer más comunicativo y abierto.
Si bien es cierto que la colaboración entre Daldry y Nico Muhly, teniendo éste una relación profesional y estilística tan palpable con Glass, parece algo así como natural y comprensible, no quisiéramos perder la ocasión de referir que para llegar a él, Daldry anduvo algún peldaño intermedio, al menos uno, el que le llevó a la puerta de la buhardilla en la que está instalado nuestro internacional Alberto Iglesias. El contacto fue infructuoso por incompatibilidad de agenda del compositor, al haberse comprometido ya con el “Che” de Soderbergh y tener en cartera la inevitable nueva cita con Almodóvar. Ignoramos si ha tenido oportunidad de arrepentirse pero lo cierto es que hubiera sido muy interesante escuchar la música de Iglesias en esta estimable película: el aficionado ya puede lanzarse por el tobogán de la historia-ficción e imaginar si con el autor de “Hable con ella” el relato de Daldry hubiera superado algunas de sus limitaciones expresivas o ayudado a trascender su fría condición de artefacto perfectamente ejecutado. O si, por el contrario, el resultado se hubiera adscrito a esa nueva tendencia de Iglesias de nadar y guardar la ropa, es decir, hacer lo que la exigente maquinaria comercial de Hollywood le pide y tratar desesperadamente de seguir siendo él mismo. El trabajo de Muhly en “The Reader” hace pensar mucho en lo segundo. Pese a tratarse de una obra correcta, el score permite deducir la preponderancia del planteamiento musical del director frente a toda contribución musical, su estrategia necesaria, que destina a la música a un segundo plano funcional, el de servir de aglutinante, de pegamento, a su fragmentaria película, servidumbre a la que, mucho nos tememos, hubiera tenido que claudicar cualquier compositor, por célebre y personal que fuera.
La peculiar historia de amor pasional y dependencia emocional que se establece entre Hanna Schmitz (Kate Winslet) y el adolescente Michael Berg (David Kross), así como su ya más dramática continuación, recibe por parte de Daldry un tratamiento frío y aséptico que en cierta medida la música de Muhly viene a compensar. Sin embargo, su música está también contagiada de ese estatismo o sobriedad imperante (¿habrá que llamarlo cautela expresiva?). Desde el comienzo de la película (“The Egg”) Muhly presenta las bases melódicas y tímbricas sobre las que se asentará prácticamente la totalidad de su discurso: el piano se eleva como voz protagonista, entonando una melodía sugerente, no resuelta, que acompañan las cuerdas y el arpa de forma sutil. A esta paleta instrumental se va sumando casi toda la familia de las maderas, en combinación contrastada y cálida, desarrollando bloques que no apuestan por una expresividad vehemente sino por la ambientación neutra y expansiva, un modelo que permite a Muhly alargar sus composiciones indefinidamente y lograr así esa ilusión de continuidad que el relato, muy segmentado entre saltos de tiempo y escenas breves y concisas, necesita. La obligación a la que sucumbe Daldry es la de no contar demasiado sobre su personaje central (Winslet) durante la primera mitad de la película, por lo que todo el desarrollo de su relación con el adolescente carece de empatía, algo que la música no compensa del todo, como se demuestra en “Cycling Holiday”, secuencia supuestamente alegre y de cierta plenitud emocional para los personajes que Muhly arropa con una música curiosamente intensa pero misteriosa, exageraríamos al llamarla fría, pero desde luego no del todo “amorosa”, una estrategia interesante pero que se resiente por su repetitividad. La sensación que deja el score es la de un mantra musical que fluye sin demasiada vinculación a las especificidades de las escenas, más allá de su tono general y la obvia coherencia global, con el agravante de que musicalmente no llama la atención salvo en contadas ocasiones. Por ejemplo, “Tram at Dawn” ofrece un breve pero estimulante contraste de tempo y expresividad que recuerda no poco a ciertas composiciones de Richard Robbins. En la segunda mitad de la película (no queremos desvelar nada) Muhly da un ligero paso hacia delante en la definición de una música más dramáticamente intencionada y directa. Es en cortes como “Verdict”, “Piles of Books” (magnífico ese diálogo fragmentado entre piano y flautín, muy morriconiano) donde el joven compositor se muestra más interesante, empleando fórmulas específicas que enriquecen el material expuesto, pero sobre todo, apostando por una presencia musical más contundente.
En resumen, se trata de una interesante banda sonora que, en ocasiones, puede hacerse reiterativa y cargante, incluso demasiado elaborada. Sobran ingredientes y falta una dirección más diáfana, teniendo en cuenta lo mucho que la película necesita de una guía musical que defina su a veces deambulatoria descripción de personajes y emociones. No obstante, Nico Muhly se perfila ya como uno de los más bienvenidos nuevos nombres de la música de cine, del que pueden esperarse cosas realmente interesantes, siempre que sea capaz de imprimir parte del refrescante lenguaje musical expuesto en sus dos álbumes de composiciones autónomas, que desde aquí recomendamos sin titubeos.
19-marzo-2009
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