Gorka Cornejo
Harvey Milk fue un pionero no tanto de la lucha por la defensa y exigencia de los derechos civiles de los homosexuales como de la toma de conciencia del poder político que el colectivo gay podría acabar teniendo en la sociedad norteamericana. Fue, en todo caso, un hombre importante al que le gustaba la política y el liderazgo, no tanto un ciudadano anónimo que se ve arrastrado a la popularidad por la pujanza de sus convicciones. En su esfera personal, Milk pasó de vivir su homosexualidad como una tendencia sexual privada y clandestina (exigía a sus parejas que fueran discretas en cuanto a su persona, temeroso de que el conocimiento de su orientación sexual pudiera perjudicarle en su carrera profesional) a reivindicarla abiertamente convirtiéndola en la más importante de sus cualidades públicas e incluso llegando a considerar apto el outing, el decir, la salida del armario forzosa de personalidades públicas. Asesinado a tiros por un concejal envidioso, se sumó a la larga lista de héroes norteamericanos elevados a mártires por la locura transitoria de un antihéroe, convirtiéndose en referencia de la lucha por la igualdad. Con estos materiales, Gus Van Sant nos ofrece una película mal definida y peor equilibrada, un quiero y no puedo entre el cine queer y el mainstream de sobremesa televisiva, que pierde la oportunidad de reflejar una época fascinante de la historia reciente (lo mejor de la película, sin duda, son las imágenes de archivo) en pos de un retrato personalista y sentimental que, quizá en busca de un público mayoritario, plantea la historia desde un punto de vista falsamente neutro, habitual, tratando a Milk como a un héroe más de los muchos que llevamos vistos, “normalizando” su figura. Los esporádicos apuntes netamente homosexuales están dosificados con cuentagotas y suavizados, temerosos de herir sensibilidades, esperando que pase por rasgo de autor lo que no es más que eufemismo.
Habitual en las producciones “para todos los públicos” del director de “Elephant” o “My Own Private Idaho”, Danny Elfman se enfrenta a la tarea de contar musicalmente una historia emocionante sin llegar a la sobredramatización o al melodrama, típico galimatías pedestre en las coreografías de “un pasito para adelante y dos para atrás” a los que nos tienen acostumbrados incluso los directores más rupturistas. El objetivo marcado salta a la vista del oyente más despistado: Elfman se ha propuesto hacer la música de un héroe americano, la música de la típica trayectoria emocional del luchador que se enfrenta a toda una sociedad, que sufre innumerables fracasos, que llega al borde mismo de la renuncia, pero que finalmente vence y ve cumplidos sus sueños. Tanto en su estructura como en su filiación formal, el tema que Elfman dedica a Harvey Milk (“Harvey´s Theme”) tiene ese aire de nobleza y gallardía épica con la que los compositores de cine han venido dibujando a grandes personalidades, desde presidentes de gobierno abolicionistas hasta amas de casa convertidas en heroínas sindicales.
La vinculación musical que propone Elfman puede ser correcta pero lo interesante del asunto no es tanto el hecho de que con ello el compositor esté intentando dignificar las reivindicaciones políticas y humanas de un ciudadano norteamericano (ejemplar en “Vote Passes”), como el efecto moralmente “estabilizador” que ésta estrategia imprime en el relato: el sano y moralmente intachable matrimonio de la tercera fila no tendrá, de esta forma, la impresión de estar viendo la historia de un héroe de la marginalidad, de la contra-cultura, un enemigo de los convencionalismos heterosexuales y teológicos que menudean en boca de los defensores de la Familia. Todo el score está construido en base a una visión muy hollywoodense, optimista, y cuando alcanza los momentos más dramáticos de la historia, su tristeza es edulcorada, amena, edificante, ficcional. Tanto es así que casi no hay diferencia de tono entre el discurso empleado por Elfman para contar la historia de Milk y el retrato musical de su contrincante política, la cantante convertida en líder antigay Anita Bryant (“Anita´s Theme”), representación de todos los estereotipos de ciudadana blanca, rica y creyente, con un discurso a medio camino entre la Biblia y la lista de la compra, que el compositor acompaña brevemente con un apunte burtoniano de rara avis o freak, más cercano al universo de John Waters que al tratamiento de documental emotivo que, por lo general, parece pretender Van Sant.
El cuerpo principal de la partitura se debate entre un discurso soso e inconsútil caracterizado por las típicas pautas rítmicas de repetitiva horizontalidad (“Harvey´s Will”, “Repealed Rights” y su catálogo de ruidillos) y los breves accesos de verdadera presencia (los nostálgicos “Main Titles” con saxofón solista incluido –que recuerdan un poco a Kamen y su ecléctica reinterpretación de la Americana-, el acertado motivo dedicado al Castro, el barrio de San Francisco donde se sitúan los hechos, los agitatos de “Harvey Wins”, “Gay Rights Now” y “The Debates”). La convicción con la que Elfman abraza los convencionalismos musicales y narrativos es tal que en ocasiones no duda en rizar el rizo y acercarse peligrosamente a lo kitsch (“Dog Poo”, “The Kiss”, con ese coro tan angélico como ñoño, repetido y ampliado en “Postscript”). Pero cuando su propósito es hacer una música emotiva, que no cargue las tintas pero que lleve al espectador frente a esa balconada sentimental a la que deben caer las lagrimillas hercúleamente labradas por el director, Elfman fracasa, quizá por la ausencia casi total de verdadero sentimiento. “Give ´Em Hope” pasa por ser el corte más enternecedor y explícito de la partitura, cuyo mayor error está precisamente en lo que cree acertar: de buscar tanto el contraste o el contrapunto con la historia que se nos cuenta, de volar tan parabólicamente en relación a la linealidad de lo que vemos, se muestra lejana, engañosa, insustancial.
La desorientación de Van Sant y, sobre todo, la incompatible pretensión de tratar la defensa de la diferencia humana a partir de una homogenización en las formas y en el fondo, hacen que “Milk”, que pudo haber sido una gran película en manos, por ejemplo, de Todd Haynes, sea el petardo grandilocuente que es. Lo malo es que, a veces, un compositor hace lo que tiene que hacer y con ello engalana y embellece aún más las vacuas pretensiones. Ignoramos el por qué han querido asimilar la historia de Harvey Milk a una sensibilidad espectacular tan pueril y adocenada. Quizá porque historias sobre gays ya hay muchas y ante la eventualidad de ofrecer algo diferente han considerado que no es plan de volver a ver las mismas sordideces con cuartos oscuros, retretes hiperactivos y demás carnicería explícita, conformándose con la “insólita” presentación del homosexual “civilizado” escuchando “Tosca” muñecas al viento, sin duda, un dechado de originalidad que todavía habrá que agradecer.
19-enero-2009
|