Miguel Ángel Ordóñez
“Pane e Libertà”, miniserie de 200 minutos repartidos en dos capítulos, narra la historia de uno de los más importantes sindicalistas italianos: Giuseppe De Vittorio. Su nacimiento en el seno de una familia humilde, la muerte del padre a los 8 años, la necesidad a esa temprana edad de trabajar como jornalero, los dos matrimonios, sus ideas sobre un sindicato unido sin injerencias partidistas (que aglutinara tanto a fascistas como a comunistas convencidos), la fuga al destierro por una condena a 12 años de prisión, la lucha en la guerra de España y el traslado a París durante la Segunda Guerra Mundial o su vital aportación a la revuelta húngara de 1956 contra el propio partido comunista, son algunas de las hazañas glosadas en la presente miniserie.
Esta nueva incursión en el campo de la televisión supone la décima de las colaboraciones entre el cineasta Alberto Negrin (quien ha dedicado su dilatada carrera a ese formato) y el compositor Ennio Morricone. A sus espaldas, trabajos apreciables: desde las aventureras “El Secreto del Sahara” o “I Guardiani del Cielo” a las biográficas “Perlasca” y “Gino Bartali”, desde la oscura y claustrofóbica “L´Ultimo dei Corleonesi” hasta la elegante “Nanà” o la celebrada “Il Cuore nel Pozzo”.
El comienzo de la edición parece esconder toda una declaración de intenciones (“Quella Estate”), al remitir las notas de apertura directamente al “Romanzo” de “Novecento”, empleando Morricone, como en aquella, un himno cuya sencilla progresión, sin embargo, no alcanza la capacidad emotiva del precedente. El compositor italiano no tardará mucho en distanciarse de la obra compuesta para Bertolucci para centrar sus esfuerzos en una visión nostálgica y evocadora de la figura del sindicalista. De este modo, evita una mayor complicación armónica y tensión narrativa (verdaderos epicentros de su aplaudido trabajo para el director de “La Luna”) como las ofrecidas en aquella visión mordida de la Italia de los albores del siglo XX, donde trascendiendo la mera propaganda representaba de manera fascinante tanto la crudeza del fascismo como la utopía del comunismo. Esa complejidad que Morricone aportaba a través del uso de suaves líneas disonantes se ve convertida en este laudatorio “Pane e Libertà” en un humilde ejercicio de estilo que, orquestado con indudable técnica, parte de unos mimbres melódicos sencillos que respiran a través de progresiones y repeticiones instrumentales (sello predominante en gran parte de la obra del romano). Este ejercicio de “estiramiento melódico ad infinitum” provoca tanto la rápida empatía hacia la figura de De Vittorio como un dramatismo contenido propio de la epopeya, ofreciendo como resultado una escucha tan “disfrutable” como tediosa que, sin apenas sobresaltos, se zambulle en pasajes de marcado tono bucólico.
Alejándonos del contenido para fijar la vista en el continente, lo que más llama la atención en la nueva obra del ya octogenario maestro, es el amplio muestrario temático del que hace gala. Junto a dos temas centrales (el ya comentado “Quella Estate” y un nuevo himno, expuesto al corno en “Uniti”, que subraya los sentimientos de unidad sindical proclamados por Vittorio), Morricone se esfuerza en presentar una sucesión de motivos melancólicos diferenciados por su naturaleza tímbrica: al órgano (“Il Sacro del Lavoro”, “Del Sacrificio”), a la cuerda (“Lacrime e Sangue”, “Le Ragioni del Silenzio”), al corno (“Una Fede”) o a la armónica (“Noi Due”, “Pensiero Vivo”, “Fisarmonica”), aportando a través de ellos un tono evocador y melancólico que abraza sin disimulo el grueso de la obra.
Funcionando como mecanismos de contraste, Morricone introduce pasajes con los que corta de raíz el andamiaje pretendidamente romántico del conjunto, siempre para hacer hincapié en las intrigas políticas en las que se ve envuelto De Vittorio. Alejado más que nunca de la experimentación, en este grupo de cortes podemos disfrutar de una marcha macabra para bajos y cellos (“Tradito”), de una suspensiva y tensa acumulación de graves acordes en contrapunto a pizzicatos para cello y bajo (“Protesta”) o de un ostinato para piano que se apoya también sobre tensos acordes para percusión y cuerda (“Dissenso”), ya empleados hace una década en “Sostiene Pereira” (otra historia que discurre durante la época de los totalitarismos europeos).
Con este trabajo, Morricone demuestra seguir siendo fiel a sí mismo como representante de un universo melódico que se resiste a desaparecer frente a la creciente industrialización de la “nada” musical, del ambiente y la atmósfera electrónica. Sin embargo, ese estilo se haya anclado en modulaciones ochenteras tan previsibles, que se hace poco creíble el propósito del autor de “intelectualizar” una música que explícitamente brota plana y vacía de profundidad. Si en una mano disfrutamos de una fuerte y recia personalidad, en la otra asistimos a un discurso cuya pericia parece a día de hoy impropia para un músico de su talla. Demasiados recursos resultones para un artista que hace mucho tiempo perdió las ganas y la esperanza de reinventarse de nuevo.
16-enero-2009
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