Ignacio Garrido
“Los aristócratas del crimen” pasa por haberse convertido con el tiempo en un film metafórico y moderadamente entretenido en sus propuestas dramáticas. Último trabajo conjunto del legendario binomio formado por Jerry Fielding y Sam Peckinpah, el meollo de su trama ejemplifica el pensamiento de ambos sobre los peligros de la servidumbre del arte bajo el yugo de la despiadada búsqueda comercial de los grandes estudios.
Asesinato por encargo como homólogo de composición y dirección a la sombra de una gran productora y su interés primario en la taquilla, el largometraje presenta a un lacónico James Caan como agente especial traicionado por su propio compañero, Robert Duvall (en un casting a vueltas con la cercana “El padrino”), cuyo principal motivo de recuperación y regreso a la acción se solidificará en el consiguiente ajuste de cuentas.
Narrativamente a años luz de cualquiera de las anteriores propuestas del realizador, poco queda de su impactante y brutal puesta en escena, excepto la propia honestidad de su mano, donde de nuevo en la ilustración de la personalidad de un incorruptible protagonista, regido por una moralidad soldada al concepto del honor, ofrece la lectura final de la propia esencia de Peckinpah y su cine: hombres – en el sentido más puro, noble y estricto del término – en un mundo que avanza y les da la espalda, tras serles encomendado el trabajo sucio que hace precisamente que el mundo avance y que otros hombres – aquellos que ordenan y que son mucho menos hombres que ellos – no tienen los arrestos de acometer.
No es de extrañar que con esta filosofía vital y tras dos fracasos consecutivos en taquilla (“Quiero la cabeza de Alfredo García” y la que nos ocupa), el director finalizase sus días enganchado a la cocaína y renegando de un sistema de estudios que en su día le mimó como el “enfant terrible” del cine de acción y el western crepuscular americano.
A Jerry Fielding su similar integridad artística tardó algo más en pasarle factura y apoyado hasta su muerte por Clint Eastwood (quien sin duda hubiese sido su tabla de salvación para los nuevos tiempos), consiguió mantener el tipo, pese a verse relegado hacia el final de su carrera al medio televisivo. En esta su sexta y última cinta junto al director de “La Balada de Cable Hogue”, optó por explorar un terreno musical en el que era definitivamente un maestro: el suspense salpicado de chispazos de rutilante acción. Si bien el resultado no luce a la altura de anteriores glorias auditivas de la pareja (“Perros de paja”, “Grupo Salvaje”), el conjunto no desmerece en absoluto en nivel de compromiso y respeto mutuo que se profesaron durante toda su vida profesional.
A caballo entre la árida complejidad politonal de “The Mechanic” y la acción polirrítmica de su partitura rechazada para “La Huida”, el score para “Los aristócratas del crimen” se cimienta en una orquestación inmediatamente reconocible: percusión seca y contundente, ritmos marciales levemente acompasados por cuerda agobiante y ambigua, con el contraste de pasajes netamente líricos. Asimismo Fielding confecciona la música diegética de todas las secuencias no incidentales, que también se incluyen en el presente cd, siendo las secciones más intrascendentes del trabajo (“Mack´s Garage” o “Club Source”).
El disco arranca con “Try a Little Softer”, tema de amor que posiblemente tuvo muchas posibilidades de convertirse en una canción que no llegó a cuajar y cuyo mejor arreglo se puede disfrutar aquí. Se trata de una melodía melancólica y sensual para trompeta solista, muy en la línea de la mítica “Chinatown” de Jerry Goldsmith, pero de un cariz menos turbulento, casi un lamento a medio camino entre lo trágico y lo romántico. Un tema elegante que volverá a aparecer en pistas como “On the stairs” y “Bye Bye”.
El “Main Title” resulta ser una versión retocada de la pieza original compuesta para dicha secuencia de apertura, donde se suavizan ciertos conceptos de la misma, que agradecidamente y a modo comparativo se incluye como bonus al final del disco. Percusiones, piano y metales refuerzan el concepto opresivo y violento de la historia en base a un motivo de dos notas cíclicas encadenadas a una coda de cuatro que genera una sólida inmediatez dramática.
Cortes como “Locken Shot”, “Buddy Cat” o “In the Limo” refuerzan esa tensa sensación con cuerdas sostenidas y leves ritmos percusivos, mientras otros se construyen como pequeños mosaicos de suspense, dosificando en ellos la aparición de elementos solistas como el piano de “You´re Back In” o los extraños efectos para viento, metal y percusión de “Crane Stance/Salmon Up the River”, que aportan algo de densidad a la pulcra pero escueta orquestación.
La acción propiamente dicha no arranca hasta bien pasado el ecuador del disco, pero su aparición resulta arrolladora en “Sailing to Suisun Bay”, donde unos inimitables arabescos de la cuerda marca de la casa adornan el inicio de la mejor pieza de la partitura, que de animosa – gracias a metales y viento desenfadados – pasa súbitamente a tornarse en amenazadora, sinuosa y cuasi-terrorífica durante su segunda parte, en todo un alarde de virtuosismo compositivo. Un botón de muestra del mejor Fielding y la corroboración de que no había trabajo donde el de Pittsburgh no imprimiese el sello de su maestría.
A partir de aquí encontraremos los pasajes más espectaculares y disfrutables del score con el breve pero impactante “Collis Gets His” (especial mención para la sección de cuerda), el trepidante “Mothball Karate” que se cierra con una cita al motivo inicial de los créditos, y “Swords”, una pista de concepción netamente oriental en colorido y construcción. Para cerrar la historia, en los “End Credits” se recapitula una poderosa versión del tema de amor, cercana a lo heroico y aventurero, con vibrante base percusiva y que clausura la narración de forma optimista.
Se trata pues de un trabajo eminentemente ambiental y de cierta aspereza auditiva, donde los pequeños matices y sutiles trazos de Fielding se reservan para momentos muy puntuales y cuyo disfrute se centra en el tercio final del cd. No obstante también ejemplifica el saber hacer de un músico intachable, capaz de soslayar su identidad y reducir la propia expresión de su verbo a la mínima potencia durante casi todo el trayecto, para lograr con ello ayudar a que una historia algo intrascendente se vaya cargando poco a poco de emoción y se resuelva liberadora y emocionante al final.
La presente edición (ya agotada en cauces oficiales, como no podía ser menos tratándose de una tirada limitada a las habituales mil quinientas miserables copias que Douglass Fake le concede habitualmente a Fielding, aun jactándose de ser uno de sus músicos predilectos) resulta ser la tercera de este trabajo, tras la primigenia promocional de la familia del compositor (idéntica a la actual excepto por el “Main Title” añadido) y la previa de la propia Intrada junto a “Quiero la cabeza de Alfredo García”, donde el grueso del material realmente necesario ya venía incluido. Disco destinado por lo tanto a completistas del autor en caso de poseer cualquiera de las anteriores versiones o a cualquier paladar exquisito en caso de no ser conocedor de una obra menor pero igualmente recomendable de uno de los grandes nombres de la banda sonora norteamericana.
1-enero-2009
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