José-Vidal Rodriguez
“La televisión es un invento que permite que estés entretenido en tu salón gracias a gente que nunca tendrías en casa”. Con esta genial frase del presentador David Frost, podría resumirse uno de los capítulos más famosos de la historia reciente de la televisión norteamericana. Durante un largo periodo tras abandonar la Casa Blanca por el escándalo “Watergate”, Richard Nixon (Frank Langella) seguía permaneciendo en el más absoluto de los silencios. Sin embargo, en el verano de 1977, el astuto ex presidente aceptó conceder una única entrevista y contestar a preguntas acerca de su mandato y los luctuosos hechos que acabaron con su carrera política. Nixon sorprendió a todos al escoger a David Frost (Michael Sheen) como confesor televisivo, confiado de que podría con el superficial presentador británico y que se ganaría los corazones de los estadounidenses. Además, el equipo de Frost no estaba seguro de que la ligereza del periodista fuera capaz de llevar a Nixon contra las cuerdas. Pero en cuanto las cámaras comenzaron a rodar, la batalla estalló: ¿podría el ex-presidente eludir las preguntas acerca de su papel en una de las mayores vergüenzas sufridas por la nación?; ¿exigiría un inseguro Frost, respuestas claras del hombre que llegó al poder por ser el maestro de la evasiva?.
El mismo Ron Howard adscrito a la fórmula del éxito fácil (”El Código Da Vinci” y su secuela por venir así lo demuestran), pretende dar con ”Frost / Nixon” un giro de 180 grados a una filmografía plagada de filmes de consumo instantáneo. Y lo hace mediante la recreación de la conocida obra teatral de Peter Morgan, que el cineasta reconduce, con los dos mismos actores que la encarnaron en los escenarios, hacia una pulcra estética de documental (incluso entrelazando entrevistas de los propios protagonistas “ficticios”), destacando sobremanera la interpretación de un Langella que, a sus 70 años de edad, está llamado por fin a ser nominado a los Oscar.
Como compañero de viaje en el apartado musical, rota definitivamente su relación con el atascado James Horner, el cineasta vuelve a confiar en las virtudes del que para algunos es paladín y estandarte de la nueva música cinematográfica del siglo XXI, el alemán Hans Zimmer (permítanme mi reacción de incredulidad frente a lo antedicho). Cargado de trabajo como de costumbre, el compositor parece haber puesto -según cuentan- un especial empeño y cuidado en la planificación de este ”Frost / Nixon”, tanto en lo referente al cambio de registro que supone (una partitura alejada de efectismos o magnificencias, y algo más circunscrita a los senderos intelectuales de su ”The Thin Red Line”), así como en lo relativo al grado de compromiso personal que parece demostrar esta vez el germano (de su cohorte de ayudantes y músicos “adicionales”, tan sólo figura en esta ocasión el nombre de Lorne Balfe).
Por estas razones, la obra se presenta ligeramente alejada de los tópicos zimmerianos que han convertido a su equipo “Remote Control” en sinónimo de la total industrialización de la música de cine. Y es que el score de este ”Frost / Nixon” pretende ser la antítesis de los habituales excesos del autor, basando su acabado en un ligero minimalismo que funciona con intenciones pseudo-ambientales, en su propósito de crear una clara atmósfera de tensión soterrada. Un minimalismo éste que no sólo se manifiesta en la repetición de estructuras, abocada a esa especie de elipsis temática que acaba por “aplanar” la audición en CD del score, sino también en la desnudez instrumental de la que hace gala el alemán, basando fundamentalmente la orquestación en una reducida sección de cuerdas, piano y el complemento inevitable de los teclados.
Es obvio que para un largometraje como el que nos atañe, Zimmer se decanta por un tipo de música no intrusiva (y escasamente descriptiva), con la que el autor se pliega a la austeridad visual de un filme que juega a moverse en los parámetros del documental. La audición del primer corte del compacto, ya resulta suficiente para entender el remozado “look” con el que el alemán pretende demostrar una versatilidad para este peculiar género que, a la postre, convence -pero no hasta el punto de ser merecedor de la nominación a los Globos de Oro anunciada-. De esta forma, el tema “Watergate” se entrega a esas repeticiones musicales aludidas, de cierto carácter opresivo e inflexible (véase el efecto de esa especie de manecillas de un acelerado reloj), en las que chelo y piano llevan esa manija de notas recurrentes, potenciando de forma excelente la expectación intrínseca a las secuencias iniciales del filme (aquellas en que Ron Howard procede a la revisión de la última y famosa comparecencia de Nixon ante las cámaras, en la que anunciaba su renuncia obligada al cargo).
En base a estas premisas anunciadas en el tema de arranque, Zimmer encauza su score hacia una mayor estaticidad temática que de costumbre, optando por no tomar un partido relevante frente a la historia. Decisión ésta que pasa por distanciarse de cualquier alusión localista y mucho menos cronológica (poco tiene que ver su acercamiento musical a los sonidos de aquel final de los 70, y sí más bien a un vanguardismo cercano en algunos pasajes a las conocidas acotaciones tímbricas de Thomas Newman), para asumir su rol netamente secundario y bastante menos agradecido que en otras ocasiones, reservando tan solo instantes muy puntuales en los que realmente abandona su función meramente ambiental y ahonda, siquiera levemente, en la psique y reacciones de los protagonistas (“Frost Despondent”, “Nixon Defeated”), así como algun ocasional ejercicio descriptivo de comedida emotividad (el elegíaco "Cambodia"). Por lo demás, Zimmer practicamente no ilustra, sino se limita a acompasar la trama de aquel modo aséptico, pero que funciona de manera ciertamente intachable en la película.
Tras 40 minutos de escasa música (hasta el punto de que el equipo de Varese incluye para "rellenar", una suite de demos en "First ideas"), poco más se puede añadir de una de esas obras cuyo verdadero interés y acierto solamente pueden apreciarse, de manera justa, en su ámbito de cohesión con las escenas. ”Frost / Nixon” es un score interesante, pero que seguramente decepcionará a los seguidores de aquel otro Zimmer más enfático, corriendo el riesgo de convertirse en un trabajo algo incomprendido. El papel que juega su música en esta ocasión (al servicio exclusivo de la imagen, y no al contrario), convierte su audición aislada en un ejercicio estático, poco agradecido y en ocasiones hasta un punto soporífero; pero eso sí, justificado plenamente por esta inhabitual mesura del alemán, que tiende exclusivamente a crear el diálogo musical adecuado para con la estética documental de la cinta. ”Zimmer se vuelve comedido y cumple”, que podría rezar el titular.
26-diciembre-2008
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