José-Vidal Rodriguez
En 1973, un joven y semidesconocido George Lucas comenzó el desarrollo conceptual de dos series de películas que, inspiradas en los seriales de los años 30 y 40, constituirían una versión moderna y remozada de los mismos. La segunda de ellas, fue planificada como un complejo universo de aventuras espaciales que, con los años y la financiación precisa, acabó por convertirse en la franquicia más exitosa de la Historia del Cine: ”Star Wars”. Su impresionante éxito aparcaría momentáneamente el primer proyecto ideado por Lucas: trasladar al celuloide las andanzas de un audaz arqueólogo, envuelto en numerosos peligros en su búsqueda incesante de reliquias perdidas; el nombre provisional de aquel guión, ”Las Aventuras de Indiana Smith”.
Cuando un buen día las vidas profesionales de George Lucas y Steven Spielberg se cruzaron, el segundo (consolidado ya en el star system tras el éxito de crítica y público logrados con ”Jaws” y ”Close Encounters of the Third Kind”), tenía un anhelo prioritario a corto plazo: entrar como director en la franquicia de James Bond. Con el buen tino empresarial que siempre le ha caracterizado, Lucas le ofreció el guión aparcado de aquél Indiana Smith, retocado con importantes modificaciones (la aparición de los Nazis, la introducción del elemento religioso mediante la búsqueda anhelada del Arca de la Alianza...), vendiéndole el personaje como una especie de ”James Bond a la antigua usanza, sin artilugios”. La aceptación de Spielberg fue casi instantánea, llegando ambos a un acuerdo con la Paramount Pictures para la realización de cinco películas sobre las peripecias del arqueólogo. Previo cambio a última hora de su apellido, y elección del actor que le daría vida (Tom Selleck aún debe estar lamentándose de no haber podido aceptar el papel), por fin veía la luz cinematográfica un verdadero mítico en el cine de aventuras de todos los tiempos, el cuál a estas alturas ya no necesitaría presentación alguna: Indiana Jones.
El estreno de la última entrega de la saga, ”Indiana Jones and the Kindom of the Crystal Skull”, ha propiciado el relanzamiento de este auténtico estandarte de la iconografía popular de los años 80. Pero a los efectos que nos atañen, el nuevo filme ha venido a satisfacer las ansias y deseos de gran número de aficionados, por disfrutar de mayor música de la hasta ahora disponible compuesta por John Williams para las tres primeras películas. Tras la aprición durante años de diversos bootlegs que aplacaban temporalmente esas ansias de los seguidores acérrimos, el sello discográfico Concord, responsable de la publicación del score de aquel ”Crystal Skull”, anunciaba el pasado mes de septiembre el lanzamiento de un “box set” con las partituras al fin expandidas, junto con la edición comercial de la última entrega. Por fin llegaba a manos del aficionado una de las peticiones más ansiadas durante décadas, que al igual que el personaje de Indy, bien pudiera correr la misma suerte de convertirse en todo un mito de la discografía cinematográfica.
”Raiders of the Lost Ark” (1981), el génesis del mito indiniano, supone la consecución de George Lucas de ese sueño ya comentado, por adaptar seriales de aventuras de los años 30 a la gran pantalla. Y dentro de esa peculiar (y cuidadísima) puesta en escena y estética global del filme, la música de John Williams juega un papel absolutamente trascendental en su función de dotar de una personalidad al protagonista audaz, temeraria y a la vez tremendamente empática para con el espectador. La primera premisa del newyorkino a la hora de confeccionar el score fue, como él mismo reconoce, proceder a la composición de un tema heróico que sirviera de inmediato referente sonoro a la audacia del personaje de Indiana Jones. Un autentico lema que se patentiza en la archiconocida “Raider´s March”, todo un himno imperecedero a la aventura, cuyos acordes no son sino la unión de las dos demos de main theme que Williams mostró inicialmente al director, fusionadas con tal fortuna que conforman un himno el cuál ya forma parte de la cultura popular de varias generaciones.
Siguiendo unos cánones principalmente basados en el escrupuloso respeto a las técnicas del leitmotiv, Williams nos ofrece un completo y fascinante recorrido temario por las distintas situaciones y caracteres de la trama. En este sentido, dos son los motivos que sobresalen sobre el resto: el dedicado a Marion, el amor perpetuo-imposible de Indy, en el que Williams desborda clase con una música que entronca directamente con ese romanticismo propio del cine de los 30-40, idílico y arrebatador a partes iguales; por otra parte, el misterio y la religiosidad se apoderan del leitmotiv asociado al Arca de la Alianza, la reliquia que persigue el protagonista en esta primera aventura. Sus notas, a veces sugeridas o parcialmente soterradas entre lo descriptivo, y en otras ocasiones presentadas de forma expresamente grandilocuente y resolutiva (“The Miracle of the Ark”), apelan al temor y magnificencia de un objeto de insospechados efectos sobrenaturales, capaz de movilizar en su búsqueda a todo un regimiento del ejército Nazi.
Los adecuados temas de confrontación (“The Fist Fight”), fuga (“Escape from the Temple”) o tono cómico (representado en otro de los highlights de la colección, el exquisito “The Basket Game”), encuentran en el corte “Desert Chase” su punta del iceberg en cuanto al grado de calidad se refiere. Para aquella persecución mítica de un Indy capaz de arrastrarse con su látigo enganchado a un camión en marcha, Williams nos ofrece una brutal muestra de perfecta simbiosis música-imagen. Con endiablados cambios armónicos, manejo intachable de los tiempos y sus consiguientes transiciones rítmicas perfectamente concatenadas, el compositor acentúa cada uno de las peculiaridades (por nimias que sean) de esta extensa secuencia, cuyo acompañamiento musical brilla con letras de oro en la ya de por sí espectacular filmografía del maestro.
Habiendo logrado una merecida nominación a los Oscar de 1981 (al igual que los scores de las dos secuelas por venir), galardón que acabaría recayendo en el polémico eclecticismo sintético del “Carros de fuego”, la partitura de este “ROTLA” es el punto de partida para entender las excelentes variaciones musicales introducidas en los scores posteriores, que conseguirían como veremos, elevar casi al paroxismo este universo musical que rodea al mito de Indiana Jones.
En 1984, aquel éxito comercial del dúo Lucas-Spielberg tendría su necesaria y previsible traslación fílmica con el estreno de la primera secuela, ”Indiana Jones and the Temple of Doom”. Segunda entrega de la que solo se rescató, obviamente, el rol central de Indy, puesto que el resto de personajes y ambientaciones del filme original, cedieron ante un argumento de connotaciones más oscuras, en el que el trasfondo religioso permutó hacia ideas pseudo-satánicas representadas por el personaje de Mola Ram (líder de una siniestra secta que ansía reunir tres piedras con poder sobrenatural para sus fines espúreos). Por otra parte, mientras que los dos nuevos acompañantes del héroe no acabaron de cuajar entre buena parte del público,(Willie, una bella corista encarnada por Kate Capshaw -la que se convertiría en feliz esposa de Spielberg tras el rodaje-, y “Tapón”, jovencísimo ratero de Shangai que se erige en fiel escudero de Indy), la nueva ambientación musical de John Williams alcanzaría unas cotas de calidad francamente extraordinarias, llegando a darse la paradoja de que gran sector de aficionados consideró en su día este score como más atractivo incluso que el original.
Para gustos, colores; sea como fuere, lo cierto es que el compositor no se limita a referenciar clichés o texturas propias del “Raiders” de 1981, sino que muy al contrario, crea un score con marcada personalidad propia, distanciado en su tono global de lo que fue la partitura para la primera cinta. De hecho, Williams presenta unas sonoridades algo más agresivas, expandiendo aún mas -si cabe- la complejidad de los temas orientados a la acción desmedida, así como perfeccionando la presentación e interacción de los leitmotivs, a base de desarrollar numerosas ideas nuevas, algunas de las cuáles incluso llegan a relegar a un segundo plano a la omnipresente “Raider´s March”.
De esta forma, Williams apabulla con los 15 minutos musicales probablemente más frenéticos de su filmografía (cortes 1-6), incluyendo un original y fastuoso modo de musicar los títulos iniciales con el “Anything Goes” de Cole Porter interpretado en cantonés, en referencia al espléndido show coral que abre la cinta. En este bloque ya se hará referencia al que es uno de los motivos musicales más laureados por el propio Spielberg de toda la franquicia, el tema dedicado al joven “Tapón” (desarrollado de forma ampulosa en el “Short Round´s Theme”), pieza plena de gracilidad, de obvias connotaciones orientales, y que jugará en su comedida connotación heroica con el famoso tema de Indy (“Short Round Helps”). Sin llegar al virtuosismo del “Marion´s Theme” del primer filme (en donde Williams interpretaba soberbiamente esa relación de amor casi imposible), el tema dedicado a la bella Willie funciona de frase pasional entre la corista y el arqueólogo, resultando una idea nueva que otorga un color eminentemente cálido a determinados pasajes.
Pese a las puntuales -pero destacadas- acotaciones cómicas (como bien pudiera ser el brillante “Nocturnal Activities”, la peculiar visión williamsiana del cortejo entre Indy y Willie), la introducción en la trama de ese elemento sobrenatural de las piedras y la temible secta que las arrebata, conlleva la mutación de la música hacia los senderos de lo místico, presagiante e incluso terrorífico. Es entonces cuando el autor presenta la otra gran piedra angular del nuevo score, que no es otra que la dramática melodía asociada a los niños raptados y esclavizados en los túneles del Templo en el que se sitúa la acción. Un motivo de incesante y atractiva aparición, que acaba por romper en esa conocida marcha del “Slave Children´s Crusade”, en la que su tratamiento dramático anterior no hace sino transformarse en un enérgico lema a la rebelión.
Si la mayor agresividad sonora de este ”Temple of Doom” resulta absolutamente patente, buena parte de culpa la tiene el feroz acabado musical del último tercio del compacto, en donde la arrolladora inspiración de Williams le hace concebir frenéticas y complejas estructuras musicales: los desgarradores cánticos a coro y percusión que sirven de fondo sonoro a los horribles rituales de la secta (“The Temple of Doom”), la tensión por un desenlace trágico de Willie evitado en el último instante (“Saving Willie”), el nerviosismo a las cuerdas de ese ejemplar y complejo tema de persecución que es “The Mine Car Chase”, el genial guiño al tema “The Basket Game” del filme original (“The Sword Trick”), o la agresiva lucha final héroe-villano, resuelta con un magnífico compendio rítmico a modo de conglomerado de algunos de los motivos fundamentales de la secuela, unido a un nuevo subrayado triunfal para la aparición en el momento justo de las tropas británicas (“The Broken Bridge / British Relief”).
Pese a las irregulares críticas en cuanto a la calidad cinematográfica de este ”Temple of Doom”, lo mejor del talento Spielberg-Lucas-Williams estaba aún por llegar. En 1989, veía la luz ”Indiana Jones and the Last Crusade”, y con ella volvían los guiños narrativos que triunfaron sin paliativos en la primera cinta. Así, el protagonista, como ya hiciera en ”Raiders”, vuelve a la búsqueda de una reliquia cristiana (ni más ni menos que el Santo Grial, garante de la vida eterna), al igual que debe enfrentarse otra vez a los Nazis en su propósito de evitar que aquel cáliz sea utilizado para fines meramente bélicos. Con algún que otro rol rescatado del primer largometraje (John Rhys-Davies en el papel de Sallah), la aparición argumental más atractiva sería la del padre del protagonista (encarnado de forma espléndida por el gran Sean Connery), el mejor acompañante de Indy de toda la saga, y cuya inclusión dota indistintamente a la historia de humor, introspección e incluso cierta sensibilidad.
El trabajo de John Williams para esta tercera entrega denota una madurez del autor extraordinaria. La vuelta a la estética primigenia del “Raiders”, ocasiona que el espectacular frenetismo del “Temple of Doom” se mitigue de alguna forma. La incidentalidad hace mayor acto de aparición (“X Marks the Spot”, “Ah, Rats!!!”) presentando el score en no pocos momentos, un halo de recogimiento e introspección propiciado fundamentalmente por el soberbio motivo escrito para referenciar al Santo Grial y a sus sucesivos protectores en la cinta. Este tema va a acaparar gran parte del material, como significación de la importancia de la reliquia en la recuperación de la fe perdida por Indy, e incluso en la consolidación de la hasta entonces distante relación padre-hijo. Gracias a la nueva edición, podremos escuchar la mejor y más apabullante rendición de esta idea musical, contenida en la parte intermedia del “Wrong Choice, Right Choice” (CD 5)
Lo anterior no es óbice para reconocer que en este “Last Crusade”, Williams vuelve a deleitarnos con su particular construcción de los temas de mayor énfasis sonoro. Comenzando por la impecable aplicación visual del “Indy´s Very First Adventure” (o cómo el autor es capaz de utilizar reiteradamente un leitmotiv menor -el asociado a la Cruz del Coronado, arrebatada por un Indy adolescente-, y arroparlo de tal forma que nunca pierde su significación y sentido en la secuencia); continuando con la fuerza rítmica de temas como “Escape from Venice”, el inédito “On the Tank” o la descomunal progresión del “Belly of the Steel Beast”, un subrayado musical de auténtico maestro en la confección de la sincronía. Hasta el ejército alemán tendrá un leitmotiv propio de potente calado enfático, del que carecía el “ROTLA”. Aunque sin duda alguna, el corte descriptivo más recordado de esta secuela es el “Scherzo for Motorcycle & Orchestra”, ejemplo rotundo de que las estructuras clásicas deberían seguir siendo idóneas para dotar del suficiente ritmo, intensidad y pasión a un montaje de persecución que, en manos de muchos compositores actuales, no dudo se hubiera convertido en una exaltación sinfónico-electrónica totalmente vacua e irritante. La complejidad rítmica y orquestal de la que aquí hace gala John Williams es, por el contrario, realmente digna de aquellos auténticos virtuosos -tanto clásicos como cinematográficos- de los que suele beber su impronta.
Una banda sonora completa, temáticamente fulgurante, en la que como en las anteriores, tiene cabida el toque cómico, quizás más mordaz incluso en esta entrega. Ejemplo claro de lo antedicho lo hallamos en un tema por el cuál se resume a la perfección ese desparpajo y flema irónica de un héroe de carne y hueso a la antigua usanza: “No Ticket”.
Para no extendernos más en el presente análisis, baste mencionar que el cuarto compacto incluido en este set no es sino la edición idéntica del ”Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull” que vio la luz comercialmente a mitad de año. Las virtudes y defectos de esta nueva partitura (con algún retazo de convencionalidad y acomodamiento por parte de Williams, pero dotada de momentos igualmente brillantes), fue analizada en su día en la estupenda reseña, a la que obligatoriamente remitimos al lector.
En resumen, este ”Indiana Jones: The Soundtracks Collection” no cabe duda que se erige, desde el mismo instante de su lanzamiento, en un producto de necesaria adquisición por el aficionado, cualquiera que sea su nivel de compromiso con el mundo de las bandas sonoras. No podría entenderse el éxito de la franquicia sin la espectacular aportación de un John Williams el cual viene ofreciendo, desde 1981, un fascinante recorrido musical paralelo a las no menos sugestivas correrías del personaje central. La presente edición se ofrece a un precio francamente atractivo que ha sorprendido a propios y extraños (alrededor de los 45$), hecho que explicaría algunas de sus carencias (la presentación no es la mejor que cabría esperar, NO se incluye la totalidad de la música compuesta para la saga, la entrevista del quinto compacto no es tal, sino un montaje con simples extractos de los ”extras” adjuntos a los DVDs...etc). Pequeños “peros” éstos, que no deben servir para empañar una anhelada edición que sólo se puede calificar como histórica.
12-diciembre-2008
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