4. ANGELOPOULOS/LA MIRADA INTERIOR Angelopoulos es de esos directores que, como Luchino Visconti (“Rocco y sus Hermanos”, “El Gatopardo”, “Sandra”, “Ludwig”), Andrzej Wajda (“La Tierra de la Gran Promesa”, “El Hombre de Mármol”, “El Hombre de Hielo”, “Korczak”), o especialmente Miklós Jancsó (fallecido recientemente en enero de 2014), al que el director griego emula referencialmente en más de una ocasión en su cine tomando como inspiración los films que el director húngaro realizara en la década de los sesenta, como “Los Desesperados”, “Los Rojos y los Blancos”, “Silencio y Grito”, “La Confrontación”, “Salmo Rojo”, “Szerelmem, Elektra” o la posterior y más conocida “Vicios Privados, Virtudes Públicas” (estas dos últimas ya ubicadas en los setenta), han adoptado la historia de su país como primordial sujeto político y estético de su trabajo, representándola en sus imágenes a modo de “lección” con el fin de establecer paralelismos entre un pasado que sigue resonando todavía hoy en el presente. Como Wajda o el también húngaro Béla Tarr (autor de la extraordinaria “Sátántangó”), con quienes generacionalmente compartió un contexto europeo similar condicionado por la rebelión, la liberación y la traición, que acabó finalmente desembocando en la catástrofe de la utopía socialista tras el hundimiento de las repúblicas soviéticas y las dictaduras que escondían, su material de trabajo es una pequeña miscelánea de hechos diversos en los que el cineasta detecta rasgos de la mitología Clásica, preservando las estructuras narrativas del mito, usándolo como soporte de su análisis de las condiciones sociales (“Alejandro, el Grande”, “El Viaje a Citera”).
En este sentido, es remarcable señalar los propósitos del cineasta, quien se habría autoimpuesto establecer una conexión en su cine entre las tradiciones griegas y el cine europeo. Algo que conseguirá a través de un conglomerado formal sustentado especialmente en sus estudiados y planificados movimientos de cámara a la hora de rodar sus planos-secuencia, dotados de una especial belleza, pero también renovando el sonido de sus films en un camino similar pleno de posibilidades, tal como experimentara Jean-Luc Godard, aunque provisto de mayores componendas evocadoras, similar en resultados al de creadores como Andrei Tarkovsky o Alexander Sokurov. Así, los sonidos cotidianos están presentes en su paleta acústica tanto como la música. Y si su cine obtiene la energía visual de la pintura, su ritmo interno es un ritmo musical.
Abonado a una suerte de distanciamiento semejante al de la épica teatral brechtiana (cuya máxima expresión escénica presentó Lars von Trier en su díptico “Dogville”/”Manderlay”, despojando de casi cualquier recurso decorativo la puesta en escena), el director adopta un punto de vista fatalista propio de la ancestral tradición griega, del que “El Viaje a Citera” es un buen ejemplo al contar con un protagonista, Spyros, que regresa a su patria (con un permiso limitado) tras más de treinta años de exilio, como si de un Ulises contemporáneo se tratara. Tras una primera etapa donde lo colectivo adquiere el máximo protagonismo (“Días del 36”, “El Viaje de los Comediantes”, “Los Cazadores”), el cineasta da un giro instrospectivo a su obra para mostrarnos las consecuencias personales de la pérdida de la utopía y hacer balance del tiempo y el espacio recorridos, implicando tanto a la voz como el silencio, a la música y los efectos de sonido, en lo que se ha calificado su “Trilogía del silencio” (el silencio de la Historia), conformada por “El Viaje a Citera”, “El Apicultor” y “Paisaje en la Niebla”. Como el mismo Angelopoulos explica utilizando un símil pictórico, sus imágenes semejarían acuarelas antes que óleos en las que los personajes atravesarían “paisajes en la niebla” a la búsqueda no tanto de una utopía como del abandono de la misma. Y es una travesía literal, pues todos los protagonistas de los films citados deben abordarla en un periplo aparentemente sin rumbo cuyo incierto final (“Paisaje en la Niebla”) no parecer ser otro que transitar un espacio de silencio y oscuridad contextualizado en un reconvertido paisaje industrial, como dejan entrever especialmente “El Apicultor” y “Paisaje en la Niebla”. Por tanto, se trata de una alegoría que, desde una perspectiva alejada del aliento religioso, se aproxima a la intensidad espiritual del arte meditativo de Tarkovsky a través de una metafórica e iconográfica elaboración de toda su obra.
A pesar del manifiesto interés de Karaindrou por ECM, el primer disco compacto en aparecer con una difusión internacional, como ya se ha dicho, corre a cargo de la casa Milan, la cual, a propósito del estreno en 1988 de “Paisaje en la niebla”, edita parte de la banda sonora junto a las de las ya citadas “El viaje a Citera” y “El Apicultor”, con resultados artísticos muy estimulantes, acreditando de un modo inmediato la aparición de una nueva figura en el panorama musical internacional. Esa importante grabación permite desvelar prácticamente todas las cualidades citadas de la compositora, a saber: la intensidad dramática de ciertos instrumentos claves como el clarinete, el oboe, el violín, el chelo, el acordeón, etc., (con la significativa aportación del saxofonista noruego Jan Garbarek en el tema central de “El Apicultor”), la búsqueda del lirismo más intenso a través del plano espiritual de la música, así como el respeto más absoluto a la unidad de estilo significada por la influencia cinematográfica de la obra de Angelopoulos. Ello redunda en que la música de esta “Trilogía del silencio” sea incorporada al disco de forma aleatoria, mezclando los temas de unas películas con las de otras, como si de la música de un solo film se tratara (estructura habitual, como se ha visto, de casi todos sus recopilatorios). Cabe destacar también la utilización de una pequeña formación de cuerda bajo la batuta de Lefteris Chalkiadakis, que arropa los continuos solos de los instrumentos protagonistas a fin de acercar a postulados minimalistas el estilo resultante de las propuestas musicales del disco. También transgrediéndolos por mor de una tensión dramática pura y un auténtico sabor expresivo que destaca desde el “Adagio” de “Paisaje en la niebla”, fascina con el tema del “viaje” de “El viaje a Citera” y, con la complicidad de Garbarek, conmueve en el tema del “adiós” de “El apicultor”.
No obstante, su primer trabajo con el director, “El Viaje a Citera”, es el que establece esos parámetros estéticos a partir de los temas (hasta cuatro diferentes) que Karaindrou compone para el film, incluyendo la canción “Journey to Cythera”, con letra de la misma compositora interpretada por Giorgos Dalaras, quien además aporta su sabiduría con el bouzouki, instrumento tradicional del folclore griego en cuyo manejo es considerado un maestro. Y, aunque pudiera semejar lo contrario, Karaindrou no trabaja a partir de la película ya rodada (cabe recordar la manifestada importancia para ella del ritmo de los planos-secuencia fílmicos), sino que establece un diálogo con el director mucho antes de la elaboración del guión, lo que provoca una significativa concurrencia de riqueza melódica, sintomática de la inmediata comunión entre ambos artistas, cuya expresión a través del melancólico y hermoso tema del “viaje”, “Dream/Voyage”, ejemplifica el resultado de esta confluencia de sensibilidades. El tema evoca una belleza nostálgica, “el viaje hacia la felicidad” sugerido por el título fílmico (Citera era el lugar de peregrinaje en el que habitaba Afrodita, la reina del amor), pero investido de una tristeza y una melancolía acordes con el desarraigo del protagonista, Spyros, que como ya ha quedado dicho, regresa momentáneamente de un largo exilio para encontrarse, tras tanto sacrificio personal, con su propia y quimérica idealización transmutada en una fantasmagoría.
El tema que Karaindrou compone dedicado al hijo de Spyros, “Alexandro’s Theme”, presentado a continuación del anterior y acompañado de un “Concerto” de factura clásica y un tanto melodramática, es la base de la canción interpretada por Dalaras y asume tanto protagonismo como el anterior, bien sea en un contexto incidental como también en un plano más diegético, tal y como se aprecia en los temas “Blues-Wandering in the City” y “Mobil Rock”, ambos a cargo de un destacado cuarteto jazzístico griego del que destacan especialmente los solos de saxo (Lakis Diakogiannis) y piano (Markos Alexiou). El último tema, “Village Theme”, también está investido de esa ambivalencia pues si su presentación es diegética (con el violín interpretado por Dimitris Vaskos, antes que el mismo Manos Katrakis –el actor que encarna a Spyros- cante la popular canción tradicional “Forty Red Apples”), la compositora no dudará en transformarla en una presencia incidental, antes de cerrar discográficamente el disco con una suite de todos los temas principales para “Concerto-The Decision/The Calling/The Voyage”, en los que respectivamente el chelo, el piano y el oboe interpretan el concierto clásico, el violín se encarga del tema de Alexandros, y la cuerda finaliza con el tema del “viaje”, en una perfecta muestra del amor de la compositora por los aspectos más líricos e intensos de su expresión y de las imágenes que sustenta, como también de la integración de unos instrumentos tradicionales en favor de una dramaturgia musical absolutamente alejada de cualquier componenda de signo localista.
Para “El Apicultor”, realizada dos años después y contando con Marchelo Mastroianni (Spyros) en el papel protagonista, Karaindrou requiere la presencia del saxofonista noruego Jan Garbarek, a quien había descubierto a través del sello ECM y que deviene sustento fundamental de las imágenes así como la principal referencia identificable. Tanto que el disco podría pasar perfectamente por un registro jazzístico, autónomo y paralelo a su funcionalidad fílmica, como avalan la mayor parte de las pistas discográficas, desde la inicial “Flying/Improvisation on the Two Themes”, pasando por las tres variaciones sobre el tema central, el titulado “Farewell Theme” (en tres cortes diferentes nombrados sencillamente como “A”, “B” y “C”), de nuevo una larga exposición de “Improvisation on the Two Themes”, de ocho minutos de duración, que en realidad es un mano a mano entre Garbarek y la propia Karaindrou al piano, y, finalmente, el “Farewell Theme” tocado en solitario, primero de parte de la compositora y, como colofón del disco, en un excepcional solo de Garbarek (“Silence/Farewell Theme”). Los dos temas en cuestión sobre el que se sustentan las citadas improvisaciones y variaciones son el central (el del “adiós”) y el “The Wedding Waltz”, de características diegéticas, quedando cierto margen para la incidentalidad en “Cry” y “Lullaby”, en las que la formación de cuerda dirigida por Chalkiadakis adquiere mayor protagonismo. No obstante, unas cuantas canciones, un par de ellas, “The Canteen Rock” y “I’ll Hit the Roads”, de características pop-rock dedicadas a ilustrar las chanzas de la adolescente acompañante (Nadia Mourouzi) del personaje de Mastroianni en un garito de carretera, y la otra de cariz popular, “My Eyes Filled with Tears”, una vez más con Giorgos Dalaras en el bouzouki y contando con la voz de la propia Karaindrou, refuerzan ese aspecto autónomo del disco, editado inicialmente en formato analógico por el sello local Minos y reeditado por EMI EN 2008, como el proyecto anterior.
El éxito internacional de “Paisaje en la Niebla”, incluido el León de Plata al mejor director en Venecia para Angelopoulos (aunque sus films anteriores ya habían sido asiduos del palmarés de los principales festivales europeos, como lo serán también los posteriores), propició una distribución internacional mayor de su cine, lo que probablemente estuvo en el origen de la edición del disco de la “Trilogía” del sello Milan, ya en formato digital, concebido como un recopilatorio que incluía los temas más importantes de éste y los dos anteriores films, facilitando la difusión de la obra de la compositora. Paradójicamente, al ser el único registro de la partitura comercializado en aquel momento, el aficionado debe conformarse con los pocos temas que se incluyen en el disco, pues no existió edición local y, por tanto, no ha habido posibilidad que permitiera el rescate mediante una reedición de la integridad de la obra, como así ha sido con todas las grabaciones para Minos de la década de los ochenta. De modo que es, precisamente la que más fama le otorgó, una de las partituras peor representadas de su autora, pues el disco de Milan sólo incluye cinco temas de este fascinante trabajo que se sustenta sobre el oboe de Vangelis Christopoulos y el “Adagio” que Karaindrou compuso como tema central, contando con el fundamental apoyo de la formación de cuerda en manos, una vez más, de Chalkiadakis. Otro tema destacable es el “Theme du Voyage”, que, en parte, recuerda el “Concerto” de “El Viaje a Citera” por su estructura clásica y el mismo regusto melodramático. Pero es sin duda el “Adagio”, con el que Karaindrou cierra también el disco, el que se convierte en el gran tema del film, brindando, de paso, a Christopoulos, la oportunidad de interpretarlo en un extraordinario solo de cuatro minutos en el fragmento titulado “El descubrimiento del Amor”, contrapunto de una espeluznante secuencia en off visual en la que la mayor de las dos niñas protagonistas del film es violada por un camionero sin escrúpulos en el escondido remolque de su vehículo.
Tras el ya relatado encuentro con Eichmann y la apreciada edición en 1991 del recopilatorio “Music for Films”, Karaindrou proseguirá su colaboración en ECM hasta la actualidad, siendo “El Paso Suspendido de la Cigüeña”, film de aquel mismo año que desafortunadamente gozó de una menor difusión que su predecesor a pesar de repetir con Mastroianni en el reparto (y contar también con un breve papel para Jeanne Moureau, la gran diva del cine francés), la primera partitura íntegra en ver la luz fruto de esta colaboración. En esta ocasión se articula alrededor del “Refugee’s Theme”, dedicado a aquellos inmigrantes que de un modo supuestamente temporal habitan en la frontera norte de Grecia con Albania, una especie de tierra de nadie conocida como “Sala de Espera” en la que conviven gentes venidas del Este europeo, así como refugiados del Kurdistán o de Irán, objetivo de un reportaje del pequeño equipo de televisión desplazado al lugar y en el que el protagonista, Aléxandros (Gregory Karr) cree reconocer a un político desaparecido (Mastroianni) unos años antes. Karaindrou vuelve a emplear diversas variaciones alrededor del tema, bien sea por la forma de la exposición, que en “Search-Refugee’s Theme Variation A” y “B” se caracteriza por el empleo de los pizzicatos (sustituidos por su equivalente harpa en la segunda) y el solo del acordeón, pero que en “Refugee’s Theme Symphonic Variation No. 1” y “No. 2”, como sugiere el título de los fragmentos, adquiere mayores tintes orquestales.
Dimensiones que se reducen cuando Angelopoulos se acerca a los vagones de tren abandonados que los refugiados utilizan como vivienda en “Train-Car Neighbourhood Variation A” (con un solo de acordeón a cargo de Andreas Tsekouras) y su “Variation B”, en la que también participan el violín y el chelo (en manos de los habituales Christos Sfetsas y Dimitris Vraskos). En un término medio (respecto a la formación instrumental, pues la compositora emplea el violín, el chelo, el harpa, la trompa y el acordeón para los dos cortes igualmente titulados, sin mediar variaciones, “The River-Refugee’s Theme”) se queda el tema dedicado a la secuencia de la boda (que también dispone de sendos fragmentos de naturaleza diegética para su celebración: “Hassaposerviko”, de raíz popular, y “Waltz of the Bride”, con el tema central de protagonista), en la que la mitad de los invitados quedan divididos por el curso del río, en una simbólica y metafórica secuencia que define a la perfección las intenciones del film. Pero es “The Suspended Step” la pieza clave de la grabación, un extenso fragmento (superior a los 13 minutos) protagonizado mayormente por la formación de cuerda dirigida por Chalkiadakis, paradójicamente bastante más ausente de lo habitual, que también cuenta con los solos de la evocadora trompa y, especialmente, del clarinete de Christopoulos. Aquí la compositora, tras un intrincado preámbulo armónico, introduce el tema principal sobre el que va trazando variaciones a modo de metáfora de esa “paso suspendido de la cigüeña”, que ilustra la estática situación, en brillante observación de Angelopoulos, de la situación de los desdichados refugiados.
Las referencias míticas están ya presentes en el siguiente film desde el mismo título, pues “La Mirada de Ulises”, gran premio de la crítica en el festival de Cannes de 1995, muestra una profunda reflexión sobre las raíces del sangriento conflicto balcánico de principios de los 90 a través de la mirada de un irrepetible cineasta, protagonista dentro (Harvey Keitel) y fuera de la película, que se apoya en una partitura reflexiva, hipnótica, elegíaca. La compositora confiesa que su relación con el movimiento de la cámara es, fundamentalmente, más importante que su relación con el guión, puesto que la imagen y la música se combinan de un modo que no es fácil describir en palabras. La película sigue al pie de la letra el postulado que, en definitiva, viene a significarnos la importancia capital del cómo en lo que se cuenta, pues la descripción del deambular del director encarnado por Keitel que traza Angelopoulos lleva a Karaindrou a crear una partitura nuevamente basada en un leiv-motiv obsesivo, minimalista, dedicado al protagonista, “Ulysses’ Theme”, que repetirá en la grabación hasta en siete diversas variaciones, según sean los solistas la viola de Kim Kashkashian (convertido en el virtuoso protagonista de la obra) y el chelo de Sfetsas; el oboe de Christopoulos y el acordeón de Tsekouras (en solitario en la “Variation V”); o de todos ellos cediéndose el testigo sucesivamente (como en la “Variation VI”).
Y ello aparte de las tres o cuatro ocasiones en que la compositora no distingue el tema con variación alguna y lo titula idénticamente, combinándolo con otros secundarios como “Litany” (también con su par de variaciones), en fragmentos como “Ulysses’ Theme, Litany”, o el dedicado a la acompañante ocasional de Keitel (Maia Morgenstern), anónimamente bautizado como “Woman’s Theme”, que precisamente abre el principal fragmento del disco, “Ulysses’ Gaze”, una suite de más de 17 minutos de duración dividida en cinco movimientos (“Woman’s Theme – Ulysses’ Theme-Lento-Largo-Dance”) en la que la formación de cuerda dirigida por Chalkiadakis tiene un protagonismo destacado, así como la trompa, en manos de Vangelis Skouras (que se combinará con la trompeta en el único tema diferenciado, por su condición incidental, de los otros tres, en “The River”). Una pieza tremendamente evocadora y dramática que condensa las esencias de una partitura de mayúscula intensidad lírica.
Esa intensidad se torna sabiduría en “La Eternidad y Un Día”, que obtiene la Palma de Oro del Festival de Cannes. Y ello porque el vals que Karaindrou compone como tema central, titulado “Eternity Theme”, presentado con íntima sensibilidad en el fragmento titulado “By the Sea” por la propia compositora a través de un excelso solo de piano, está investido de esa compleja sencillez que sólo el don del talento es capaz de proveer. Karaindrou compone tres temas principales sobre los que desarrollar las variaciones de la partitura, de los que el más importante es el citado tema de la “Eternidad”, al que acompaña el tema del “Partir” (“Depart”) y otro más de características incidentales, que propicia cierta inquietud/suspense, poéticamente titulado “Hearing the Time” (que abre el disco), y que posteriormente se utiliza asociado a la frontera y a quienes intentan atravesarla, como en la impactante secuencia de los refugiados albaneses colgados en la valla que ilustra la apocalíptica “Borders”, en la que la cuerda semeja la sonoridad de un órgano sobre la que el clarinete desarrolla sombríamente el tema, opción que se vuelve a emplear en “To a Dead Friend”.
Una vez más estructurados alrededor de las diversas variaciones y combinaciones entre ellos, el “Eternity Theme” (de características más orquestales), y “Parting A”/“Parting B”, con el tema central ejecutado por el acordeón, acompañado del violín y el chelo desarrollando el tema incidental, semejando estos a su vez la sonoridad de sendos acordeones en un típico y asombroso efecto de camuflaje muy propio y característico de la compositora, así como también el “Depart and Eternity Theme”, que alcanza hasta tres versiones diferentes a partir de la exposición original, todas ellas magníficamente orquestadas, Karaindrou se rodea de impecables solistas con los que llevar a término su obra con la máxima pulcritud y sensibilidad, para lo que recurre nuevamente a Skouras al frente de la trompa (evocador y emocionante en sus solos), Christopoulos al oboe, incorporando para la ocasión el clarinete de Nikos Guinos (que se combinará sucesivamente con el oboe en la mayor parte de sus intervenciones, pero que, como se ha visto, ostentará también un destacado protagonismo), la mandolina de Aris Dimitriadis (con un solo en la segunda parte del tema dedicado al “Bus”, pero con momentos también destacables en las citadas variaciones del “Depart and Eternity Theme“, en la que es utilizada como si se tratara del salterio), y el acordeón de Iraklis Vavatsikas (intérprete de la primera parte del tema del “Bus” y pieza fundamental en “Hearing the Time”, el tema incidental que abre el disco), además de una nueva formación de cuerda, “La Camerata” de Atenas, liderada por Loukas Karytinos, en la que también destacan el cellista Renato Ripo y el violinista Sergiu Nastasa. Todos los ingredientes necesarios, en definitiva, con los que arropar esta reflexión vital centrada en los últimos momentos del poeta Alexandros (un inconmensurable Bruno Ganz), próximo a morir, quien no obstante, mientras reflexiona acerca de sus errores (en forma de ausencias) para con sus seres más próximos y queridos, intenta enmendarlos a través de la ayuda a un niño inmigrante antes de partir hacia la eternidad en un film notablemente influenciado por las evocaciones de la literatura proustiana, y que culmina en la bella secuencia del baile a la vera del mar, mientras los sones del vals de Karaindrou acompañan el elegante travelling que conduce al protagonista al encuentro de su amada, con la que tendrá ocasión de disfrutar un último baile entre la calidez de los amigos desaparecidos.
Tras este testamentario film, Angelopoulos encara la entrada del nuevo milenio elaborando una nueva trilogía con el fenómeno de la emigración como eje principal. La primera parte de la misma, “Eleni” (que en el original no lleva por título el de la protagonista, sino el de “El Prado que Llora”), data del 2004, y en ella se relata la historia de Eleni y Alexis, joven pareja de enamorados que una vez retornados del exilio, deben esquivar en primer lugar las pretensiones del padre sobre la joven y, en segundo, afrontar la separación entre ellos tras la marcha de Alexis a los Estados Unidos a la búsqueda de una oportunidad que les saque de la miseria en la que se ven inmersos tras abandonar Odessa y ser reubicados en ese “prado que llora” (expresión sinónima de la más conocida “valle de lágrimas”). Karaindrou, fiel a sí misma y a su colaboración con Angelopoulos, sigue con la misma estructura empleada en los films anteriores concibiendo un par de temas principales de evidente continuidad estética, desarrollándolos posteriormente con diferentes variaciones o bajo otros títulos, dependiendo de su funcionalidad incidental.
Así, “The Weeping Meadow”, el tema principal que abre el disco, es expuesto en su desarrollo inicial desde una perspectiva reflexiva, un tanto épica incluso, debido a la intervención de la trompa (a cargo de Skouras) y el acordeón (del que se encarga Konstantinos Raptis), mientras que su primera variación está resuelta únicamente con la cuerda (la formación ateniense La Camerata es nuevamente la encargada de esta función) generando un clima emocional que remite al desamparo y la desolación, mientras que la segunda variación, que cierra el disco, adquiere dimensiones evocadoras, especialmente debido a la intervención, además del resto de elementos citados, del harpa (en manos de la solista Maria Bildea). El segundo tema, el del “Desarraigo”, es más un esbozo del principal que una composición distinguida del mismo, pues remite continuamente a los aspectos introductorios de aquél. Lo mismo ocurre con “Waiting I” y “II” y con el tema “Young Man’s Theme”, aunque este último no esconde, más bien al contrario, su dependencia del tema principal.
Karaindrou apela una vez más, con estas variaciones, a su concepto minimalista de la música, repitiendo incluso dos bloques enteros de un modo casi sucesivo, de manera que al constituido por el inicial “The Weeping Meadow”, “Theme of the Uprooting I” y “Waiting I”, le sucede, tras “Memories” y “The Tree” (dos dramáticos fragmentos incidentales basados en el tema central, el segundo de los cuales, dedicado al único y simbólico árbol del prado habitado por los protagonistas, se volverá a repetir, bajo el mismo título, milimétricamente en un segundo desarrollo de exacta y casi invariable duración), un nuevo bloque conformado por “The Weeping Meadow I”, “Theme of the Uprooting II” y “Waiting II”. Pero lejos de provocar la reiteración, la sutilidad de la compositora consigue atrapar en la narración al espectador introduciendo ligeras aportaciones que elevan el clima emocional, sea a través del dinamismo del arpa, que funciona como un elemento de inquietud y casi de suspense en las diferentes variaciones del tema del “desarraigo” (y también en los dos desarrollos de “The Tree”), o bien con el peculiar uso del acordeón (tan alejado como siempre en la obra de Karaindrou del convencional populismo con el que se le suele contemplar), de gran protagonismo a lo largo de la partitura, pero que destaca especialmente en el “Young Man’s Theme”, como en la elección de los instrumentos solistas, entre los cuales vuelve a destacar una vez más la inclusión de la “lira helénica (de Constantinopla en el original)”, cuya sonoridad (en manos de Sinopoulos) semeja, como ya se ha comentado, la del violín chino (principal protagonista en la exposición de mayor desarrollo del “Theme of the Uprooting”), o el intenso y grave chelo (a cargo de Renato Ripo, que ya había participado en la anterior “La Eternidad y un Día”), el cual dota de gran dramatismo fragmentos como el citado “Memories” y las diferentes variaciones del tema del “desarraigo”. Finalmente, cabe destacar el empleo de una pequeña formación coral en “Prayer”, la cual, conjugada con la trompa y el acordeón, vuelve a intensificar las cualidades evocadoras y dramáticas de las indesligables imágenes filmadas por Angelopoulos.
El segundo proyecto de esta trilogía, “The Dust of Time”, tiene un protagonismo coral, una especie de compendio de personajes y, sobre todo, de temáticas (principalmente el desarraigo y el amor) entresacados de las diferentes obras que pueblan la carrera del director, casi como si intuyera que de alguna manera fuera a ser su proyecto final y tuviera que dejar inconclusa la trilogía ideada originalmente. Al frente del reparto, Willem Dafoe, quien vuelve a interpretar a un atormentado cineasta, emulando al que diera vida Harvey Keitel en “La Mirada de Ulises”; Irène Jacob, como Eleni, la madre del cineasta encarnado por Dafoe y abuela de la nieta adolescente del mismo nombre que desencadena el drama final; Michel Piccoli, que da vida a Spyros, marido de Eleni y padre del cineasta; y, finalmente, Bruno Ganz, quien interpreta a Jacob, un comunista judío represaliado que conoce a Eleni en el exilio, convirtiéndose en su mejor amigo y apoyo, hasta el punto de acompañarla posteriormente, una vez liberados, en su periplo por Estados Unidos y Canadá (puesto que secretamente está enamorado de ella), a la búsqueda de Spyros, primero, y del hijo de Eleni, después. Todos ellos recalan finalmente en un Berlín presto a celebrar la Nochevieja del cambio de siglo/milenio, metáfora del sufrido periplo (del desarraigo) de los personajes y del único motivo redentor capaz de enfrentar el carácter cíclico de la Historia: el amor.
En un film que acentúa todavía más las connotaciones proustianas de “La Eternidad y un Día” (“Le Temps Perdu” se titula el primer fragmento que abre el disco), en el que los personajes atraviesan el plano espacio-temporal dentro de una misma secuencia a partir de pequeños momentos que propician el recuerdo de las vivencias vinculadas a diferentes episodios históricos del siglo XX (el exilio y la separación tras la guerra civil griega, la guerra fría, la muerte de Stalin, la guerra de Vietnam, la caída del Muro de Berlín, el movimiento antiglobalización), Karaindrou vuelve a concebir un hermoso vals como tema principal, leiv-motiv del devenir del siglo y de sus trágicas consecuencias sobre los personajes, el llamado “Waltz by the River”, presentado sencillamente con el harpa, el violín y el acordeón, posteriormente utilizado nostálgica y melancólicamente en “Notes” (en sus dos variaciones) como fondo de la lectura de las cartas escritas por Eleni desde su exilio siberiano, o en el “Dance Theme” (que dispone de una versión para piano y orquesta sinfónica), así como en diversos momentos incidentales como “Memories of Siberia”, “Nostalgia Song” o “Solitude”, que cuenta con un dramático solo de violín a cargo nuevamente de Sergiu Nastasa.
Existe otro tema, “Seeking”, del que la compositora ofrece un par de variaciones, vinculado a la búsqueda de parte del personaje de Dafoe de su hija adolescente, simpatizante del movimiento okupa y de tendencias suicidas, desaparecida en Roma mientras aquél ultima la postproducción de su película (hay una insólita secuencia en la que Dafoe irrumpe en la sesión de grabación de la banda sonora de su supuesto film, en la que aparece Alexandros Myrat al frente de la “Hellenic Radio Television Orchestra”, quien en 2005 dirigiera también la “Camerata Orchestra” en el “Elegy of the Uprooting”), de características más incidentales, con la formación de cuerda como única protagonista y en el que destaca un scherzo de cuerda, metáfora de la desesperación del padre.
Sin embargo, a pesar del protagonismo que Angelopoulos reserva a la 9ª de Beethoven (desde una inicial perspectiva diegética, como concierto de Año Nuevo, transmutada con posterioridad en un uso incidental) para la última y dramática secuencia del film, a modo de metáfora esperanzada con la que afrontar los nuevos tiempos de la nueva Europa tras la caída del Muro y el nuevo milenio, Karaindrou ofrece, en “Adieu”, un elegante final en el que la estela de su piano se convierte en involuntaria despedida y emocionante punto final de su colaboración con Angelopoulos, quien fallecería trágicamente el 24 de enero de 2012 mientras localizaba para su siguiente film, el tercero de esta trilogía sobre la emigración, que se iba a titular “El Otro Mar”, privando de este modo a la cinematografía mundial de uno de sus máximos creadores e interrumpiendo inesperada y bruscamente una de las colaboraciones más fructíferas que las relaciones entra la música y el cine ha podido legar. Y aunque la ausencia de Angelopoulos implica un vacío que ya nada podrá paliar, la compositora, en complicidad con Eichman, ha editado ya dos discos tras el fallecimiento del director (un recopilatorio y su última composición escénica para Antypas, la ya comentada “Medea”), con lo que parece asegurada la continuidad de su presencia discográfica. Y es que la vida, a pesar de todo, debe seguir, convertido ya el director griego en trágica metáfora, él mismo, de una Grecia en bancarrota aplastada por el peso de la Historia (con mayúscula). Esa misma que sus personajes hubieron de padecer en carne propia y de la que él mismo, como el resto de sus compatriotas, ha sido la última y más trágica víctima.
5. CODA FINAL/EL DESARRAIGO Aunque quedan en el tintero algunos títulos sin presencia discográfica que se presumen interesantes como el film de 2000 dirigido por François Gérard, “Meet the Baltringues”, en el que un grupo de jóvenes es golpeado por la fatalidad al fallecer en un trágico accidente una de las adolescentes protagonistas, propiciando un antes y un después para el resto del grupo, que ya no volverá a ser el mismo, y el reconocido documental “War Photographer”, dirigido al año siguiente por Christian Frei sobre la figura del irrepetible fotógrafo de guerra James Nachtwey, nominado al Oscar en su modalidad y que en realidad se limita a utilizar diversos temas preexistentes de la compositora (junto a otros más de Arvo Part y David Darling) de la mano de la directa implicación de Manfred Eicher en el proyecto, en concreto “Hearing the Time” y “Depart”, de “La Eternidad y un Día”; “The River”, perteneciente a “La Mirada de Ulises”; y el “Farewell Theme”, de “El Apicultor” (algo que también ocurre con los temas “Elegy for Rosa” y “Refugee’s Theme Symphonic Variation No. 1”, pertenecientes a “Rosa” y “El Paso Suspendido de la Cigüeña” respectivamente, utilizados ni más ni menos que en “Mad Max: Furia en la Carretera”), la trayectoria última y más reciente de la compositora, tal como se ha visto en la primera parte, ha estado vinculada a la escena a través de su ya analizada colaboración con Antypas y a la interpretación de varios conciertos en directo, además de alguna colaboración especial con la televisión, como la de la serie “To 10”, del 2008, todos ellos afortunadamente con presencia discográfica a pesar de que alguno, como ocurre precisamente con este último trabajo debido a su carácter eminentemente local (pues la serie solo se ha emitido en el país helénico), haya sido editado por ECM únicamente en Grecia con la dificultad que ello comporta para su difusión (ya que, caso que el aficionado pueda conseguir un ejemplar, tanto el cuadernillo como el listado de temas están escritos únicamente en griego).
A pesar de ello, es un disco que merece la pena dada su riqueza melódica, pues Karaindrou compone un ramillete de temas a los que va distinguiendo con las habituales variaciones según las imágenes las demanden, empleando unos instrumentos u otros según sea el caso, dentro de su más reconocible y característico modus operandi. Es el caso de “Anamonh”, de “Xamena Oneira” o “Bema ths Geitoines” y, por supuesto, del tema central, “To Tango Toy Erwta”, en el que el tango, como ya se adivina en el título del fragmento, sustituye al habitual vals, aunque éste acabe también por gozar de su protagonismo en “Paixnidismata”, convirtiéndose en el otro verdadero leiv-motiv de la serie. Destaca también “Nostalgiko se 5,8”, un hermoso tema pleno de evocadoras sugerencias interpretado en su presentación al piano, así como también “Romance”, otra bella melodía ejecutada por un espléndido solo de violín. Pero sobre todo es el bouzouki, en manos de Giannis Karapiperis, el fundamental protagonista de la obra, presente en la mayor parte de temas, pero especialmente destacado en “Nyxterino” y “To Xasapiko Toy 10”. Como también destaca la guitarra, a cargo de Nikos Alexiou, en la primera variación (“Parallagh I”) de “Nostalgiko”, o en la primera (y también la segunda) de “Bema ths Geitoines”, así como la mandolina, de la que se encarga Dimitris Kauzis, de fundamental protagonismo en el vals “To Bols ths Broxhs”, pero de continua presencia en la partitura (la tercera variación de “Nostalgiko”, la primera de “Bema Toy Tango”). Otros protagonistas son, además del sempiterno acordeón, el clarinete (con solos en “Xamena Oneira” y en su segunda variación) y el oboe (con especial intervención en la primera variación del tema anterior), sucediéndose el uno al otro (con la complicidad del bouzouki) en la tercera variación del citado tema. Constatar el empleo ocasional del sintetizador (precisamente en “Xamena Oneira”), así como el camuflado empleo de diversos instrumentos de rol intercambiable, caso del piano en “Anamonh”, que se interpreta como si un bouzouki se tratara. En definitiva, un trabajo provisto de todas las características que distinguen a su compositora y que vale la pena disfrutar pese a su difícil accesibilidad.
De hecho, Karaindrou incluye los principales temas de esta serie televisiva en el concierto en directo que es la base del registro “Concert in Athens”, que tuvo lugar en noviembre de 2010, aunque el disco viera la luz en 2013. Diseminados a lo largo de aquella velada, la compositora incluye “Waiting”, el “Tango of Love”, así como “Nostalgia Song” y el “Waltz in the Rain”, evidente reflejo de su satisfacción por un trabajo poco conocido internacionalmente y de gran estima para la compositora. De hecho, el disco intenta abarcar, en menos de una hora, una variedad de propuestas que reflejen sus diversas facetas creativas, tanto en lo tocante a su relación con Angelopoulos, como con el medio televisivo (de la que también se ofrece un arreglo especial de su trabajo, uno de los de mayor lirismo e intensidad del concierto gracias a la viola de Kim Kashishian, para “Closed Roads”, una partitura poco conocida de la compositora), así como de sus composiciones para la escena, de la que se ofrece una nutrida representación a través de temas pertenecientes a los montajes “Death of a Salesman”, “Who’s Afraid Virginia Woolf” y “The Glass Menagerie”.
De hecho, es el “Requiem for Willy Loman”, perteneciente a la primera, la que abre el telón con un melancólico, delicado y reconocible solo de saxo a cargo de Jan Garbarek, acompañado al piano por la propia Karaindrou y por una formación de cuerda bajo la batuta de Myrat. En esa mirada integral sobre su obra, la compositora introduce, de su propia mano, el “Eternity Theme”, el vals principal de “La Eternidad y un Día”, ofreciendo un sentido solo al que posteriormente seguirá el de Christopoulos en “Voyage”, de “El Viaje a Citera”. Planteado especialmente para aprovechar la presencia de los excelentes solistas convocados, el evocador “Adagio” de “Paisaje en la Niebla” es iniciado por la viola de Kashishian para, una vez que irrumpe la cuerda, degustar el solo de oboe de Christopoulos, redondeado con un arreglo exclusivo para el concierto por Garbarek. Las intervenciones alcanzan su apogeo en “After Memory”, una compleja variación del adagio anterior, aunque Karaindrou vuelve a convocar el lirismo más intenso con el emocionante “Farewell Theme” de “El Apicultor”, de nuevo con el inconfundible Garbarek. El “Seeking Theme” de “The Dust of Time”, de mayor calado orquestal, y la melancólica “Dance”, perteneciente a “La Mirada de Ulises”, concluyen el recorrido por la obra de Angelopoulos antes que el círculo temático se cierre con una nueva variación sobre el mismo “Requiem for Willy Loman” con el que se abría el disco.
Sin embargo, cabe remontarse un lustro para encontrar el que se puede considerar el concierto definitivo de la compositora, tanto por el concepto, como por el programa, el cual, aún abarcando una amplia exposición de la obra, resulta más ceñido temáticamente. Editado en formato de doble compacto y en DVD, lo que permite su disfrute visual y un conocimiento más directo de la interpretación, significativo por el alcance de la puesta en escena y la expresividad de los artistas, esta “Elegía del Desarraigo” es un amplio compendio de la obra de la compositora, pero se centra especialmente, como su título indica, en el exilio y el desarraigo, de ahí el protagonismo de dos obras como “Eleni”, contemporánea del concierto (el film se estrenó en 2004 y el concierto en marzo de 2005), y la obra teatral “Las Troyanas”, cuya representación tuvo lugar en 2001, editándose el disco al año siguiente, como ya se ha comentado.
De hecho, el programa se abre con el tema “Prayer” (que no es el tema principal, pero sí una sentida plegaria que cuenta con la intervención del coro –“Hellenic Radio/Television Choir”-), perteneciente al film citado, primero de esa inacabada trilogía sobre la emigración que tenía previsto llevar a término Angelopoluos, al que inmediatamente sigue el delicado “Refugee’s Theme” de “El Paso Suspendido de la Cigüeña”, con un solo de piano de la mano de la propia Karaindrou, antes de presentar el dramático y épico tema central de “Eleni” (“The Weeping Meadow”) dotado de mayor plenitud orquestal. Se trata de toda una declaración de principios sobre la dirección e intencionalidad, sentida y vivida en primera persona por la propia compositora, de los motivos inspiradores no solo del presente concierto, sino del conjunto de su obra, marcada por la experiencia del exilio y la asunción del dolor provocado por el consiguiente desarraigo, uno de los motivos/pilares fundamentales, además, del cine de Angelopoulos.
El concierto prosigue con “Dance”, de “La mirada de Ulises”, un par de fragmentos de esa obra maestra que es “Las Troyanas” (con la escalofriante “An Ode of Tears” y “For the Phrygian Land a Vast Mourning”), y con otro par de “La Eternidad y un Día”, (el hermosísimo “By th Sea” y “Depart and Eternity Theme”), antes de recalar en la famosa y trascendental (para la carrera de Karaindrou) “Rosa’s Aria”, interpretada por Maria Farantouri, quien también se convierte en la solista de todas las canciones de “Las Troyanas”. Así hasta completar la primera parte del programa que sigue basculando entre “Eleni” (“Memories”, y sendas variaciones del tema del “Desarraigo” y del principal, además de “On the Road”, que cierra el primer disco) y “Las Troyanas” (de la que se interpreta la Segunda Escena completa –cuatro temas-), completados y enriquecidos por el dramático tema de “El Viaje a Citera, en versión orquestal (“Voyage”), y también cantada (“Voyage to Cythera”).
Contando con los excelentes intérpretes habituales de sus grabaciones entre los que destaca Christopoulos en el oboe, pero también Bildea al arpa, Nastasa y Ripo con el violín y el chelo respectivamente, Gadedi Y Guinos con la flauta y el clarinete, Skouras con la trompa y Dimitriadis con la mandolina, además de la Farantouri, una auténtica leyenda de la canción griega, Karaindrou sube al escenario un ensemble de instrumentos de raíz tradicional para interpretar fidedignamente los pasajes pertenecientes a “Las Troyanas”, tales como la lira de Constantinopla (presente también, entre otros, en el “Prayer” de “Eleni” y en el “Dance” de “La Mirada de Ulises”), el ney, el salterio, el kanonaki y el bendir. Así, la segunda parte del concierto (y del disco) se abre con “Happy Homecoming, Comrade”, a través de los tan emotivos como significativos “Parade” y “Return”, para proseguir con tres canciones más (entre ellas la estremecedora “The Land I Call Home”) y la introducción del “Andromache’s Theme”, todas pertenecientes, de nuevo, a “Las Troyanas”, antes de retornar al “Refugee’s Theme” de “El Paso Suspendido de la Cigüeña”, en esta ocasión en una versión más orquestal, con el oboe, la trompa y la formación de cuerda “La Camerata” dirigida impecablemente por Myrat.
A partir de aquí el programa avanza más variadamente al incorporar un par de temas de la obra escénica “La Gaviota” (“The Seagull” y la canción “Song of the Lake”), el “Adagio-Father’s Theme” de “Paisaje en la Niebla”, el tema “Decision” de “The Price of Love” y el “Farewell Theme” de El Apicultor (supliendo la ausencia de Garbarek con el fagot de Spyros Kazianis y la trompeta de Socratis Anthis). No sin antes haber intercalado un par de canciones más, pertenecientes a la Tercera Escena de “Las Troyanas”, y retornar, una vez más (a través del “Theme of the Lake”) a “Eleni”, para culminar la recta final con la conclusión de “Las Troyanas”, que incluye el escalofriante “Lament for Astyanax”, además de una variación del tema de “Hecuba” y el significativo y desgarrador “Exodos”, con el que teóricamente concluye el concierto, pues se le añade como propina el tema central de “The Weeping Meadow”, interpretado por la trompa, el acordeón y la formación de cuerda.
El DVD permite al aficionado un acercamiento más directo a las maneras y formas de la compositora, dejando entrever, más allá de la pulcritud y excelencia de la dirección artística de Manfred Eicher, auténtico demiurgo en la sombra, cómo Karanidrou establece la pauta y el rumbo del concierto a través de sus intervenciones solistas al piano, en máxima complicidad con Myrat. Así mismo, posibilita al aficionado la toma de conciencia del detalle y concentración con que se emplean los solistas, entre los que destacan significativamente Christopoulos y Skouras por su protagonismo (y el orondo Dimitriadis, por el contraste que ofrece con la delicadeza de su empleo con la pequeña mandolina), como también elensemble tradicional dada la gran presencia de canciones de la “Las Troyanas”, que permite observar las peculiaridades en la ejecución de instrumentos tan poco convencionales como la cítara denominada kanonaki, la lira de Constantinopla, el salterio y el ney, lo que revierte en un mayor disfrute/conocimiento de lo que la compositora ofrece al melómano.
En este sentido, el público, casi como si de un acto litúrgico se tratara, guarda silencio a lo largo del ininterrumpido concierto sin aplaudir ante ninguna obra ni ante las destacables interpretaciones solistas hasta llegar al final, en el que los prolongados aplausos obligan a un bis que se convierte en la única discrepancia con los dos discos compactos editados, pues si bien en aquellos, como ya se ha señalado, el concierto parece finalizar con “Las Troyanas”, ofreciéndose tras los aplausos una nueva versión del tema principal de “Eleni”, la grabación visual permite apreciar que en realidad se trata de una edición de la verdadera conclusión, la cual en realidad lo hace con el citado tema principal de la Trilogía, ofreciéndose como bonus el tema de “La Gaviota”, acompañado en esta ocasión por el coro. Una significativa diferencia que muestra la puntillosa coherencia con la que se emplea la compositora, que prefiere editar y alterar el registro discográfico en aras de una unidad temática sin fisuras, así como apreciar su afecto reverencial por Farantouri, y, especialmente, por Christopoulos, a quien, de entre todos los solistas, destaca tomándolo de la mano para saludar junto a la cantante, Eichman y Myrat. Un auténtico regalo, en definitiva, que colma las expectativas no solo de sus seguidores sino también de un público generalista al que esta grabación puede servir como motivadora a la hora de abordar con mayor amplitud una obra que, por la extensión temporal y por la desaparición de uno de sus máximos impulsores, está en los estertores y que deviene fundamental en la expresión de las relaciones entre la música y el cine del último tercio del siglo XX y principios del XXI, convirtiendo a su autora y su obra en ineludible referencia universal de las mismas toda vez que en ejemplo pasado y futuro de una manera de entender y expresar la imagen cinematográfica. Un auténtico legado que no debería pasar desapercibido.
4-noviembre-2015
|